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La pareja de pandilleros, fotografiada, tiempo después, junto al reportero asesinado./ C. POVEDA
MUNDO

De un país en llamas

Christian Poveda, asesinado en El Salvador, retrató el infierno de las maras en 'La vida loca'

CARLOS FUENTES

Domingo, 6 de septiembre 2009, 03:56

A Christian Poveda lo han matado por hacer bien su trabajo. En tiempos en que la aproximación real a la noticia apenas alcanza lo superficial, el fotoperiodista hispano-francés encontró la suya y ya no la soltó. En las pandillas juveniles de América Latina, en el infierno de las maras, Poveda retrató el no futuro de unos chicos que saben que no llegarán a viejos. Lo contó en el documental 'La vida loca', y este trabajo le ha costado la vida. El miércoles apareció asesinado, con cuatro tiros, en un barrio marginal de El Salvador. Tenía 54 años.

La historia de Christian Poveda arrancó por accidente. En el exilio. Nació en una familia de españoles radicada en Francia y a principios de los años 80 tomó contacto con el asunto que iba a centrar su carrera profesional, y en gran modo su forma de vida. Como reportero, Poveda cubrió la guerra civil de El Salvador (en 1981 dirigió 'Revolución o muerte', junto a Ives Billon) y realizó películas monográficas sobre la guerra en Líbano, los conflictos sociales en Chile, el doping en el Tour de Francia o el boxeo tailandés. Siempre con firme voluntad de encontrar la cara b de la noticia, las circunstancias que explican lo que el espectador se pregunta. ¿Dónde y cómo nace un conflicto? ¿Por qué?

'La vida loca' responde por las maras, las pandillas juveniles que han creado un infierno en vida en los barrios marginales de Centroamérica. En El Salvador, donde su protagonismo violento no lo discuten políticos ni policías, Christian Poveda bajó al infierno. En el 2004 fotografió a 130 pandilleros para la revista Paris Match y, «conmovido por el drama», decidió quedarse para trabajar a largo plazo en un documental que enseñara al mundo por qué un chaval de quince años se borra de la vida cotidiana, llena su cuerpo de tatuajes y empuña una pistola hasta la muerte.

Responde Poveda: «Para comprender el odio de la juventud hacia la sociedad hay que entender primero los fundamentos. Es el odio de aquellos a quienes se les ha despojado de todo y no se les ha dado nada. El odio de la sumisión, de la explotación y de la humillación cotidiana. No es un choque generacional, más bien es un enfrentamiento antropológico».

En febrero, cuando 'La vida loca' apenas comenzaba su carrera promocional (se estrena el próximo 30 de septiembre), Christian Poveda seguía trabajando con las maras. Negoció pactos de respeto mutuo con los jefes de la Mara 18 y de la Mara Salvatrucha, las dos pandillas que han convertido El Salvador en un país en llamas: cinco millones de habitantes, tres mil muertos al año, nueve asesinatos por día. Y sacó su cámara a la calle para captar «la soledad humana más absoluta, sin caridad ni compasión, ante una estela de cadáveres de los que sólo los más espectaculares aparecen en la primera página del periódico».

Siete asesinatos

Desde San Salvador hablamos aquella noche de invierno sobre 'La vida loca'. El documental, centrado en la Mara 18, muestra la agonía cotidiana en las maras y cómo quince mil jóvenes salvadoreños se juegan la vida cada día. No fue un trabajo fácil: en el rodaje hubo siete asesinatos y tres protagonistas no llegaron vivos a las letras de crédito. «Más que todo, me interesaba mostrar que estos chicos son personas. Al compartir dieciséis meses a diario con ellos, aunque sean pandilleros, se establecen unas relaciones amistosas. Verlos morir a esas edades, con dieciocho o veinte años, es algo difícil de admitir», explicaba Poveda, espantado ante un universo violento que a nadie importa desde que las Maras 18 y Salvatrucha se declararon odio a muerte a finales de los años 80. «Es una guerra a muerte que es muy complicada. Hasta en los penales hay que establecer reglas para que la gente de las dos maras no se encuentre. En las comisarías de policía hay una bartolina para la Salvatrucha, una bartolina para la 18 y otra para civiles. Hay días que son para los juicios de la Salvatrucha y días para los juicios de la 18, igual que en los penales. Es una guerra realmente a muerte, esencialmente por el odio que existe entre las pandillas, pero también es una forma de sus jefes de mantener a su gente en acción. Mantenerlos en una guerra permanente es reforzar la pandilla, y mantenerla con fuerza».

Poveda sabía bien dónde se jugaba la vida loca (en El Salvador es bastante fácil conseguir armas: una pistola o un revólver cuesta trescientos dólares y un fusil M-16 o Kalashnikov AK-47 vale más o menos quinientos), pero no cedió al riesgo de morir en campo contrario, en calles de violencia, drogas y extorsión. El miércoles, el reportero hispano-francés cayó asesinado en el interior de su coche en la localidad de Apopa, en los suburbios de San Salvador. Regresaba de Campanera, uno de los barrios miseria en los que acampó la emigración frustrada a América del Norte. Desde allí había mostrado al mundo que el hombre aún es lobo para el hombre.

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