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FRANCISCO GÓMEZ
Viernes, 26 de junio 2009, 04:20
D icen que la sabiduría popular raramente se equivoca, aunque a menudo se desconoce con qué combustible eterno arden las palabras en la hoguera del tiempo. El caso es que por la Sierra de Francia circula insistentemente un dicho, quizá una advertencia, casi un reclamo: «Entre el Quil y el Quilama hay más oro y plata que en toda España». Dos puntos sin identificar pero no faltan sucedidos, parapetados tras el tiempo, para corroborar supuestos hallazgos de auténticas fortunas repartidas aquí y allá en la escarpada serranía del Castillo.
El caso es que entretejida con versiones y contradicciones, en la zona reina la leyenda de Quilama y su tesoro. Se habla del amor imposible del conde godo don Alarico (hijo ilegítimo de Egica) y Quilama, la hija de un gobernador del sur quien, al parecer, había previsto para ella un destino más alto, Aquila, hijo del rey Witiza.
Quilama fue encerrada en una fortaleza que Alarico tuvo que asaltar antes de huir desde Toledo a las tierras de Helmántica. Allí, en lo más intrincado de la sierra, el conde y un gran ejército construyeron una magnífica fortaleza llena de pasajes laberínticos y pasadizos subterráneos excavados en la roca. Un castillo como tantos otros hecho para el amor y no la guerra, que coronó reina para siempre de la serranía a Quilama.
Lamentablemente, la enamorada enfermó al poco tiempo y murió. El conde enterró a su amada en el salón subterráneo más fastuoso, con paredes engarzadas de oro y brillantes.
Después despidió a su ejército tras tomar juramento de silencio y afrontó sus últimos días rodeado de una única fiel escolta encargada de darle finalmente sepultura junto a Quilama y clausurar para siempre los accesos a la cueva con su tesoro y sus secretos. Otras versiones hablan de Quilama como la amante del último rey godo, don Rodrigo, quien la habría secuestrado a su padre. Éste no habría dudado en aliarse con Muza en busca de la pareja, que se habría refugiado en un inmenso castillo con todo el tesoro visigodo salvado de Guadalete.
La bella Laila
Sea como fuere, Quilama murió de pena. Por su exilio, por el dolor de ver enfrentados a su padre y a su amante o por mal de aire. Pero la reina de la sierra que lleva su nombre vuelve, aseguran en la zona, para dejar su quejido colgando en el aire y advertir a quien quiera ir en busca de su tesoro maldito. Pero no es la única hechizada de la zona. En la localidad salmantina de Mogarraz permanece el Charco de la Mora Encantá, donde habita la bella Laila, que pudo guardar su virtud ante la invasión sarracena a cambio de esperar en el agua que llegue un hombre dispuesto a casarse con ella. En el pueblo dicen que Laila recuerda su presencia de cuando en cuando con extraños ruidos y remolinos en el agua.
Ánimas, mozas santas, videntes, brujas y tallas que surgen de las entrañas de la tierra son los componentes de un patrimonio inmaterial irrepetible en la Sierra de Francia que ya constituye en sí mismo un tesoro.
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