La ternura
FERNANDO COLINA
Sábado, 7 de marzo 2009, 01:57
L a ternura es ambigua. Como todas las formas primitivas de sentimiento revela experiencias indecisas. En su interior el paso de lo dulce a lo empalagoso se produce franqueando una línea tenue pero decisiva. En un instante fronterizo puede cambiar de lo sublime a lo pacato y de la protección a la servidumbre. Por ello representa bien el peligro de insensibilidad que acecha a la gente sentimental, pues muchos esconden bajo la arrogancia de las caricias su frialdad. Y al revés, tras un gesto duro y contrariado no pocas veces se esconde un hombre tierno que deja escapar su abrazo en el último momento, cuando creíamos por su aspereza que ya nada cabía esperar. La definición más hermosa que conozco la representa como la semilla de una sonrisa que da el fruto de una lágrima. La fórmula describe a la perfección lo que es la ternura: una mezcla exacta y contradictoria de llanto y risa.
La ternura es breve y circunstancial. Aunque repita no se aviene bien con la continuidad. Repugna una ternura sin interrupción ni descanso. Eso tiene de común con el deseo y la sexualidad. Si se prolonga en exceso pierde el musgo dulce de su pureza y se transforma en un gesto de tiranía que amarga.
La ternura es infantil y paterna. Toda manifestación de ternura es una provocación al tiempo y a la edad. Dos que intercambian ternura se vuelven anacrónicos, condenados a intercambiar sus papeles sin descanso y sin respeto a la temporalidad. Unas veces hacen de padres y otras de hijos en una alternancia vertiginosa que nos complace con su mezcla de porvenir y nostalgia. Perpetran un abrazo incestuoso y eterno que ni la muerte puede engañar. Recrean el esfuerzo por renovar y negar al mismo tiempo la separación corporal.
La ternura nace del desamparo. La indefensión extrema con que un cuerpo preñado nos arroja en medio de la naturaleza convierte la vida en una súplica muda y deja en nuestro interior un vacío que nada puede colmar. La ternura no es otra cosa que un diálogo de vacío a vacío. Cuando dos se aman pueden emplear distintas facultades para unirse, desde la apetencia carnal al discurso intelectual. Incluso puede apelarse a la comunión espiritual. Pero para unirse a fondo y dar pábulo a un momento de plenitud sólo sirve la unión de los vacíos. La ternura es una lengua callada que se habla con los labios, las manos y los ojos. En la ternura la nada dice nada, pero de esa escasez casi despiadada el hombre compone su más bello canto de supervivencia y libertad.
La ternura es superficial. Nunca pasa de la piel. Cuando el poeta dijo que lo más profundo del cuerpo es la piel, probablemente pensaba en la ternura. Más allá de la piel no podemos tocar nada, pero en la piel encontramos el reposo y la verdad. La ambición sexual intenta ir más allá, por un camino que denomina 'penetrar', sin conseguir otro resultado que volverlo a intentar. La piel evita que nos desparramemos de soledad. Sujeta la carne en su lugar mientras reclama que la acaricien y la besen para calmar el vacío de amor y necesidad.
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