En lo más hondo del alma
LUIS HIDALGO MARTÍN
Lunes, 24 de marzo 2008, 01:29
Desde su instauración hace nueve años el concierto de Sábado Santo ha tratado de ser una referencia importante de la Semana Santa. Para ello se ha intentado buscar siempre la singularidad a través de propuestas, la mayoría de las veces, de gran originalidad. Incorporado en los últimos años al programa de la Semana de Música Sacra de Segovia, la edición de este año no ha renunciado al riesgo y ha programado para cerrar este ciclo de siete conciertos una obra realmente difícil y comprometida como es el 'Cuarteto para el Fin de Los Tiempos' del compositor francés Olivier Messiaen, del que este año se cumple el centenario de su nacimiento.
Los cincuenta minutos de duración de la obra de Messiaen obligan a programar siempre alguna obra que lo acompañe si no se quiere correr el riesgo de ofrecer un concierto excesivamente breve. Y aquí aparece un problema de difícil solución, pues la fuerza expresiva, la originalidad, el grado de misticismo y la calidad de la composición de Messiaen es tan grande que es difícil encontrarle par. El Cuarteto Messiaen optó para este concierto por la interpretación de 'Círculo, op. 91' de Joaquín Turina. Un trío para violín, chelo y piano en el que la forma cíclica, tan querida para el compositor sevillano, se manifiesta de forma espléndida. Pero a pesar de la belleza y bondad de la obra y su magnífica interpretación no parece que esta composición pueda competir con la emoción del Cuarteto.
Con una iluminación reducida a las lámparas de los atriles que creaba un impresionante ambiente para la audición meditativa, el Cuarteto Messiaen se sumergió en el misticismo contemplativo del 'Cuarteto para el Fin de los Tiempos'.
El canto gregoriano, los ritmos hindúes, una apreciación extrema de la asociación color-música conocida como sinestesia, el canto de los pájaros, una profunda religiosidad y una terrible experiencia en un campo de concentración alemán, se dan cita aquí para crear una música de secreta energía, subyugante y misteriosa que se aloja en lo más hondo del alma. Es maravilloso que aun con títulos tan impactantes como 'Vocalise para el Ángel que anuncia el fin del tiempo', 'Abismo de los pájaros' o 'Danza de la Furia para las siete trompetas', música tan fantástica apoyada en una gran interpretación, detallista, cuidadosa en la forma, clara en la articulación y, en el mejor sentido, serena y amable, transmita tan reconfortante sensación de esperanza.
Dos detalles, quizá muy personales, para acabar: qué obscenidad el ansioso y precipitado aplauso final tras ese casi eterno ascenso del hombre hacia Dios que refleja la 'Alabanza a la inmortalidad de Jesús' y, por el contrario, qué bonito gesto el de la pianista Adela Martín recibiendo los aplausos con la partitura en alto. Ojalá que la música sacra de verdad vuelva a ser protagonista absoluta en próximas ediciones de este ciclo.
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