De la revolución a la indignación
DANIEL INNERARITY
Lunes, 25 de julio 2011, 02:38
Tenemos dificultades a la hora de entender lo que está pasando con el 15-M porque no tenemos otro modelo para pensar este tipo de fenómenos que las revoluciones del pasado. Para comprender bien esta indignación hay que tener en cuenta que no se trata de una protesta revolucionaria sino expresiva. Por eso no tiene ningún sentido echar en cara a los indignados del 15-M o de cualquier otro movimiento similar que carezcan de un plan concreto de acción o que no ofrezcan alternativas. Su función es expresar un malestar, llamar la atención sobre algo, no competir con los programas electorales de los partidos.
Buena prueba de ello es que el 15-M ha desatado una verdadera competición por el eslogan más ingenioso, sustituyendo así un debate que en otras épocas hubiera tenido lugar en torno a cuál era la acción más apropiada para sabotear o subvertir. Entender esto es fundamental para darle la respuesta adecuada. El conflicto ha ingresado en un contexto expresivo; de lo que se trata es de comunicar y entender. No estamos en una fase nueva de las grandes revoluciones que han ido pautando el devenir de las sociedades democráticas sino ante un fenómeno vinculado a la espectacularización de nuestra vida pública.
Todo esto es un síntoma de un tiempo en el que a la política se le ha despojado el carácter de acción que podría producir un cambio hacia algo mejor. Y todo esto mientras que el cambio cultural, social o tecnológico es una constante imparable. Ha desaparecido la esperanza en un cambio de naturaleza política. La política es el ámbito social que más impresión da de paralización; ha dejado de ser una instancia de configuración del cambio para pasar a ser un lugar en el que se administra el estancamiento.
La indignación, el compromiso genérico, el altermundialismo utópico o el insurreccionismo expresivo no deben ser entendidos, a mi juicio, como la antesala de cambios radicales sino como el síntoma de que todo esto ya no es posible fuera de la mediocre normalidad democrática y del modesto reformismo. El problema de los grandes gestos críticos no es que se proponga algo diferente, sino que las cosas suelen quedar inalteradas cuando las modificaciones deseadas están fuera de cualquier lógica política.