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:: JOSÉ IBARROLA
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Bildu tiene la palabra

«Bildu se expone mucho al postularse como agrupación política capaz de hacer frente a los nuevos retos. Si los radicales de hoy siguieran las huellas de los batasunos de ayer, lo que hoy parece un paso adelante, resultará ser un tiempo perdido en lo fundamental, a saber, la construcción de une nueva sociedad que supere los traumas»

REYES MATE

Sábado, 7 de mayo 2011, 02:37

El Tribunal Constitucional enmienda la plana al Supremo y da vía libre a Bildu, la coalición electoral formada por dos partidos legales y un número indefinido de candidatos independientes provenientes del mundo 'abertzale'. Ha sido una decisión reñida porque había que valorar el hecho de la renuncia a la violencia por parte de ese entorno social que hasta hace poco apoyaba a ETA y del que ahora provienen los candidatos independientes de Bildu. Unos, la minoría, pensaban que el abandono de la violencia está al servicio de la estrategia violenta de ETA y, otros, la mayoría, que el abandono iba en serio, más allá de lo que dijera o deseara ETA. La sentencia corta por lo sano el debate y decide abrirles el camino. Pueden ser candidatos a las próximas elecciones. Esta decisión indignará a muchos y alegrará a otros, sobre todo ciudadanos y políticos vascos, porque entienden que cerrarles el paso sería un obstáculo innecesario al camino de la paz .

La decisión es políticamente importante. Pero para valorarla debidamente convendría analizar las implicaciones del dato fundamental, a saber, la renuncia a la violencia. El Constitucional opina que, la tesis de que el abandono de la violencia es sincera, es preferible a su contraria (una jugarreta de ETA o una astucia de su entorno que sabe lo inhóspito que resulta estar fuera de las instituciones). Hay pues que presumir la sinceridad de la decisión, sean cual sean las motivaciones, como estimó el grupo minoritario de los jueces del Supremo. Los radicales vascos, agrupados en Bildu, son pues sinceros en su renuncia a la violencia, pero ¿son consecuentes? Las consecuencias de la renuncia son mensurables y hay razones para pensar que ese mundo radical ha dado un primer paso, capital desde luego, pero insuficiente porque la renuncia es de presente y de futuro, pero no de pasado. En sus declaraciones dicen estar dispuestos a condenar cualquier acto violento que se produzca ahora, pero rehúyen enfrentarse al pasado de esa misma violencia que ellos ahora condenan o a la que renuncian.

Esta reserva es inquietante y no por purismo moral sino por consecuencia política. Resulta en efecto que esa violencia que ellos ahora aborrecen ha tenido lugar, gracias a su concurso, y que ha producido efectos personales y sociales a los que tendrán que enfrentarse los políticos que salgan elegidos en las próximas elecciones. No se trata por tanto de un ejercicio más o menos gratuito de memoria, sino de cómo hacer política al día siguiente de las elecciones.

La violencia pasada ha producido daños personales en todos aquellos que han sido asesinados, secuestrados o amenazados. En justicia, la política debe reparar los daños reparables y hacer de memoria de los irreparables ¿cómo lo harán los electos de Bildu si no quieren mirar hacia atrás? ¿podrán hacerse cargo de las tareas que esperan a los políticos elegidos? También ha producido cuantiosos daños sociales. La sociedad vasca ha quedado dividida entre los que jaleaban a los de las pistolas y los que lloraban sus muertos o tenían que emigrar o tenían que reducir su calidad de vida porque se sabían amenazados. Los concejales o alcaldes que salgan elegidos tienen como tarea principal suturar esas fracturas con estrategias que miren a las víctimas y también a los violentos. Las víctimas esperan de los nuevos ediles que se les reconozca la ciudadanía que les negaban los violentos. Hará falta mucha pedagogía para que ese pueblo, en el que Bildu gobierna, entienda que esos ciudadanos, otrora despreciados porque no eran 'vascos pata negra', son ahora el referente fundamental de la nueva convivencia. Y esto no porque fueran ciudadanos ejemplares, que lo eran en muchos casos, sino porque representan lo que los nuevos cargos ya no se pueden permitir. Aquellos fueron, en efecto, los excluidos, los declarados superfluos, y eso, la exclusión, es lo que la nueva sociedad no puede permitirse.

Renunciar a la violencia es un cambio radical que afecta profundamente a la convivencia. Para los hasta entonces amenazados no es poca ganancia poder deambular libremente sin miedo a ser atacado. Pero el mayor cambio es para los propios violentos. No pueden volver como si nada hubiera ocurrido. La violencia que ellos de una manera u otra han propiciado, ha llenado el lugar de faenas para las que tienen que habilitarse. Es verdad que esas actividades no están enumeradas en la Ley de Partidos ni en la Ley Electoral, es decir, no son condiciones necesarias para su legalización. Pero son tareas irrenunciables que tendrán que asumir los que salgan elegidos. Son tareas íntimamente relacionadas con la renuncia a la violencia que ellos colocan en el centro de su alegato en favor de la legalización de sus listas electorales.

Bildu se expone mucho al postularse como agrupación política capaz de hacer frente a los nuevos retos. Si los radicales de hoy siguieran las huellas de los batasunos de ayer, lo que hoy parece un paso adelante, resultará ser un tiempo perdido en lo fundamental, a saber, la construcción de une nueva sociedad que supere los traumas y desafíos que ha causado la violencia que ellos mismos practicaron o defendieron. Bildu tiene la palabra.

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