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Julio G. Calzada
Viernes, 26 de febrero 2016, 12:28
Castilla, antes La Vieja, hoy la mitad de una comunidad que se llama Castilla y León, conserva puertos a pesar de que Cantabria ya no forma parte administrativa de su territorio, tiene barcos, y gabarras, y barcazas que aún trasladan personas, por Tierra de Campos. Navegantes del siglo XXI en medio de los espacios abiertos de la Meseta Norte y aguas que desde las estribaciones de la montaña cantábrica se desligan primero del río Pisuerga, y más tarde también del Carrión, para alcanzar por un lado la ciudad de Valladolid, su destino más al sur, y al otro, hacia el oeste, la capital de los Almirantes de Castilla, quizá por eso mar interior, en la mayor dársena de todas, la de Medina de Rioseco. Así, en medio de la llanura, ciudades como Palencia o Valladolid cuentan con dársena, almacenes, tinglados de reparación y fabricación de embarcaciones. Todo en el recuerdo, claro, porque la ruta por el Canal de Castilla es también el recorrido por un sueño del Siglo de las Luces que apenas tuvo tiempo de cumplirse. De un proyecto que buscaba para los trigos castellanos una salida más rápida hacia el mar. En el norte. Y una iniciativa a la que, la tardanza, el descuido, la guerra, y quizás una eterna burocracia patria, arruinó casi sin haber nacido.
El tiempo ha querido que se nos conserven sus principales valores en forma de edificios, obras e infraestructuras todavía útiles hoy, y no solo para el turista, también para el agricultor que riega con sus aguas las tierras de la comarca terracampina y para solaz de ambos, dado que el agua se utiliza para el consumo humano a lo largo de toda su longitud, algo más de doscientos kilómetros en el conjunto de sus tres ramales, recorridos en compañía de un empresario e ingeniero, Vicente Garrido Capa, quien reúne en su presente y en sus recuerdos todos los rincones de este cauce artificial excavado, construido y utilizado desde 1754 hasta la actualidad y al que el ferrocarril le cortó las alas para ser vía de comunicación con el mar, justo cuando comenzaba a despegar, en la segunda mitad del siglo XIX.
Un viaje junto a un ingeniero que ha ejercido su profesión toda la vida y por los lugares donde Garrido Capa ha tenido morada y reúne recuerdos. Un viaje hacia adelante, no al pasado, porque en cuanto el empresario, presidente de Lingotes Especiales, se sienta en el coche pregunta al conductor, Iván Sanz, por las características del Espace Initiale de la gama París. Y lo hace como aficionado a las cuatro ruedas, además de como primer cargo en una compañía que suministra distintos elementos metálicos a las principales firmas automovilísticas europeas y ahora también, a las que han asentado sus nuevas industrias en La India, donde inaugura definitivamente su planta en el mes de marzo próximo.
Le interesa todo: el precio, el consumo, la potencia y como experto calcula el par motor. Le sale una buena combinación, aceptable y accesible ahora que busca otro coche nuevo para la familia. «¡Hubiera venido bien hace algunos años!» suspira cuando sabe de sus siete plazas reales, aunque dos, las últimas, son escamoteables y convertible ese gran espacio en un maletero especial para viajeros de grandes distancias y muchos bultos.
La visita comienza en Alar del Rey, una localidad palentina en la que nace el Canal de Castilla y lo hace a escasos metros de donde también finalizaba el tramo de los Ferrocarriles del Norte entre Venta de Baños y Alar. Los almacenes del canal están a escasos metros de la estación ferroviaria y de su ingenioso andén para la carga y descarga de las ovejas en los vagones ferroviarios, un sistema construido en tres niveles que el ingeniero explica con esmero y cariño en esta jornada dedicada al rastro de la Ilustración y de la Revolución Industrial en la Tierra de Campos y en las estribaciones de la montaña palentina.
Alar tiene ese ambiente de territorio entre el pasado y el presente que representa la fábrica, ya cerrada, de la Feculera de Castilla, una planta precisamente abierta para su familia por Garrido Capa cuando tenía 26 años. «Y los inviernos eran inviernos», precisa en el único día de este año en el que el termómetro sigue por debajo de cero a las doce del mediodía en el pueblo en el que aún es capaz de localidad los viejos almacenes del canal «que alquilamos para guardar las patatas», cuenta mientras explica cómo la fábrica, ahora cerrada, terminó en manos de una compañía americana, pero antes había suministrado fécula tanto para la industria agroalimentaria representada por la multinacional Nestlé como para las compañías químicas que la utilizaban en el apresto de la ropa. «Luego llegaron los materiales sintéticos y eso se acabó», añade el veterano ingeniero que observa su vieja fábrica, ahora abandonada, y la describe. «Ahí puedes ver el peso, y la oficina, y detrás, al fondo, un secadero que fue de los pioneros en su tiempo por el tipo de tecnología que utilizábamos», narra. De vuelta en nuestro Espace Initiale, al llegar al paso a nivel que aún cruza el centro del pueblo, Garrido Capa reconoce otro lugar: «Esta es la tienda de Bernardo. Era el chófer de la fábrica». Y no se lo piensa dos veces, echa pie a tierra y entra en lo que hoy es un pequeño supermercado rural. Nadie parece conocer a Bernardo, y el rostro de Vicente se entristece, hasta que alguien, con el pelo cano dice:«Pero esta era la tienda de Nardín» y surge el enlace. «Nardín, Bernardo, tiene casa en el pueblo y trabajaba en la Feculera», le dicen y la cara de Vicente se llena de sonrisa. «Sí, trabajaba en la fábrica que yo dirigía», informa con satisfacción. Sale del negocio y nos encaminamos a la segunda parada:Frómista.
La localidad reúne características que le confieren un carácter especial: existe uno de los conjuntos de esclusas más vistosos para el fotógrafo y el aprendiz de Spielberg que llevamos dentro de nuestro teléfono móvil.
El canal se junta con el ferrocarril y se cruza con el Camino de Santiago. De hecho, la oficina de atención a los peregrinos está al lado de los escalones que generan las esclusas. A lo lejos, San Martín dibuja en piedra y en tres dimensiones el estudio del románico más completo de la Península Ibérica. Torre, cimborrio, canecillos, contrafuertes... todos los elementos de este estilo arquitectónico aparecen juntos en una iglesia con acceso abierto muchas horas (cobran 1,5 euros por persona) así que hay tiempo para disfrutar del capitel de la matanza de los inocentes, o el de Adán y Eva, que marcan los primeros momentos del arte religioso español tras la Reconquista.
De nuevo en ruta, la siguiente parada está en Grijota (hay que ver las vueltas que puede dar un nombre que surge de tener la iglesia rota). Esta localidad tiene mucho que ver con el canal ¡y con Garrido Capa!, cuyo tercer apellido es Pedrejón, y esta familia tiene casa tricentenaria en el centro del pueblo. «Cuando el Ayuntamiento estuvo en obras, se trasladó a nuestra casa», recuerda Vicente, quien siente un momento especial en la cuesta de acceso al puente de entrada al pueblo, justo debajo del conjunto de esclusas y al lado de la vieja, y abandonada, fábrica de luz. «Con cinco años, mi padre me dejó en el coche ahí abajo de la cuesta, y él hablaba con otro señor. Después de un rato me salí por la ventana, porque no llegaba a abrir la manija, y cuando llegaba aquí arriba, recuerdo los faros de aquel gran coche y mi padre dentro de él, diciéndome con la mano la que me iba a caer», cuenta con la alegría de quien reconoce aún aquel rostro de un ser querido.
«La casa se vendió. Un día mi padre me preguntó si iba a ser agricultor, le respondí que quería acabar la carrera y ejercer y me dijo, Pues, con tu permiso, lo vendemos todo», narra mientras posa a las puertas de la casona de su tatarabuelo, con una entrada de piedra formada por dovelas que él destapó escondidas tras una capa de cal «con las piedras pintadas encima», comenta entre risas. ¿Y la relación con el canal?, pues tan estrecha y tan reconfortante que cada año, a la familia, ya residente en Medina de Rioseco, le llegaba el calor del invierno en forma de una gabarra cargada de leña procedente de las fincas de su propiedad en Grijota.
La excursión se dirige a la capital, Palencia, a escasos minutos en automóvil para sentarse a la mesa del restaurante Lucio, o por mejor decir, el nuevo Lucio que ha aprovechad, y bien, los veteranos salones del Hotel Samaria, casi al lado de los Cuatro Cantones. Para Garrido Capa es una nueva etapa de recueros, de viajes en bicicleta hasta las verbenas del Puente Don Guarín, o más cerca en el tiempo, de las veinte hectáreas junto a la carretera que Lingotes posee en Palencia para un, nunca se sabe, nuevo proyecto industrial.
Y de nuevo en carretera, camino hacia Calahorra de Ribas. En Ribas de Campos el canal se une con el Carrión y se recarga con sus aguas en uno de los grupos de esclusas más fotografiados. Un entorno en el que las viejas fábricas en ruinas dan idea del momento, a mediados del siglo XIX, en el que más de 4.000 personas atendían, servían y vivían de los trabajos y la riqueza generada por el cauce artificial, aprovechaban la fuerza motriz de las caídas del agua y reparaban, y servían a los navegantes que subían y bajaban con sus barcas. Ribas da para llenar de fotos una tarjeta de memoria, desde el viejo monasterio románico de Santa Cruz de la Zarza, hoy edificio privado debido a la desamortización, hasta un entorno acuático que disfruta de cotos de pesca y caminos para excursiones en bici.
El tiempo apremia, la luz se escapa y el autor de estas imágenes, Gabriel Villamil, quiere rematar el reportaje en Tamariz de Campos. Cambiamos de provincia, esto es Valladolid. Pero no de apellido para los pueblos. La localidad cuenta con una de las dársenas más visitadas gracias al barco que parte desde Medina de Rioseco y llega hasta aquí, donde se levanta una imponente fábrica harinera, cerrada y abandonada, pero orgullosa y en pie. Aquí se fotografía Vicente con la mole de ese pasado patrimonio industrial detrás. Se va el sol, y con la primera oscuridad entramos en Rioseco. El Renault Space acorta el regreso.
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