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Irene Alfageme, pianista.

Tocar al servicio de otros

No solo del escenario viven los músicos. En las clases, en las salas de ensayo, en la producción, fuera del foco se teje el sonido que llega al público

VICTORIA M. NIÑO

Martes, 13 de octubre 2015, 15:55

Ainhoa Arteta no canta en Valladolid sin trabajar con Irene, ni el rock celta de Triquel suena sin Álvaro, tampoco Jorge Pardo viene a Castilla y León sin llamar a José Luis, y los niños que estudian flamenco en el Miguel Delibes siguen el ritmo de Raúl. Estos músicos sin apellido son, en realidad, los pilares de todo lo dicho. Una carrera tan aparentemente egocéntrica como la musical se apoya en una red de profesionales que realizan su labor fuera del foco. También ellos se formaron como solistas, incluso en algunos casos lo compatibilizan. Hoy nos fijamos en esas labores discretas sin las cuales no existirían los conciertos y espectáculos que llegan a los escenarios.

IRENE ALFAGEME

Esta vallisoletana es la pianista orquesta, hace casi de todo a los teclados, aunque en seguida apunta que «órgano, poco». El público de los conciertos de la Sinfónica de Castilla y León puede verla en los programas que requieren piano o celesta. Pero el sinfonismo fue un mundo que se sumó más tarde a su verdadera vocación, «pianista acompañante». Se formó como solista, pero «como mi hermano es clarinetista, me gustaba mucho hacer música de cámara con él y el acompañamiento de cantantes. En Salamanca estudié las dos especialidades, la de acompañamiento vocal y la de solista. En Londres seguí estudiando como solista». Hasta que probó a serlo sobre el escenario. «Toqué de solista en el Palau un concierto y luego otro con orquesta en Londres. Entonces decidí que lo que me llenaba era acompañar a cantantes». Y siguió su formación por ese derrotero. «Ahora soy profesora de repertorio vocal en la Escuela de Canto, en el Conservatorio Superior de Atocha. Mi labor es de vocal coach, lo que significa formar musicalmente a los cantantes en fonética, corregir su técnica vocal, estudiar la psicología del personaje, prepararle en el concepto de poesía y, en el caso de ópera, hago las labores de director de orquesta».

Esto último lo hace con cantantes profesionales, a veces en la Orquesta Nacional y es la correpetidora de ópera en el auditorio Miguel Delibes. Es la pianista que está en todos los ensayos de escena con los cantantes solistas hasta que entra la orquesta. Después, asiste al director «en el balance y la corrección de lo que pida». Esto mismo lo realiza para conciertos de música vocal.

«Me encanta trabajar con los cantantes. Es una música maravillosa y ya si unes el texto, no se puede pedir más. En Castilla y León hago mucho ensayo con voces y directores. Es un lujo poder trabajar con gente tan buena en lo suyo a dos metros, aprendes muchísimo.Es una gran responsabilidad porque tienes que reaccionar muy rápido. En un ensayo pasas de Wagner a Britten en una hora». Disfruta con casi todos los profesionales, «cuanto más grandes, más humildes», aunque recuerda especialmente los ensayos con Felicity Lott, «que ya la conocía», con Ian Bostrigde y con Ainhoa Arteta. «Somos un poco su espalda, la protección del cantante». A la tarea musical tiene que unir la humana, a cada uno debe tratarle en el idioma del compositor en el que están, «debes tener el inglés, el francés, el alemán y el italiano siempre listos». Así que el AVE a Madrid es la sala de estudio para tantos libretos como lleva en su tableta.

El trabajo con la Sinfónica de Castilla y León le abrió otra estancia en su pabellón auricular. «Me ha servido para tocar todas las reducciones, saber como suenan. Aprendes a timbrar más o menos según con quien deba sonar. Es como un juego para lograr más colores. Eso es lo que me ha aportado la orquesta, me ha ayudado a salir del sonido pianístico. A veces el piano se me quedaba pequeño».

Otro de su roles es acompañar a los coros del Calderón y a los que dirige Jordi Casas en el Miguel Delibes. «Trabajar con él es también una pasada». Alfageme toca además en las audiciones de orquesta, cuando hacen pruebas para nuevos músicos, «tienes que repetir lo mismo cien veces con otros tantos aspirantes, así que sientes el deber de hacerlo bien con cada uno, es su oportunidad, y les intentas ayudar, adaptarte a su tempo» y en los exámenes del conservatorio. Por si todo esto fuera poco, «hago música de cámara, con varios dúos y tríos». Ahí sí es ella como música delante del público. «Todos estos trabajos me gustan. Hay que saber estar a la sombra, a veces es más difícil que salir a saludar».

RAÚL OLIVAR

Este guitarrista sabe también lo que es tocar para que otros realicen su trabajo artístico y presentar el suyo propio. «El guitarrista flamenco tiene que dominar el acompañamiento al baile y al cante, es parte de su formación». En el caso de Olivar, además de ejercitarlo sobre el escenario lo hace todos los días en la Escuela de Danza de Valladolid. «Según el nivel, se utilizan unos palos u otros. Por ejemplo en el elemental estudian tanguillos, fandangos, y ese tipo de palos. En el alto, por soleó, por seguidillas. El guitarrista tiene que exponer todos los palos y toques». Sus manos tienen que estar en comunicación con la profesora y el estudiante, «el ejercicio lo pone el maestro, pero luego tú tienes que estar pendiente del desarrollo por parte del alumno. Tienes que buscarle y marcarle el ritmo para que él vaya haciendo hilo y adaptándose. Eso no te lo da un cedé, sino la música en directo. Con el tiempo el bailaor profesional es el que pide la velocidad, en el proceso de aprendizaje manda y marca la pauta de la clase el guitarrista».

Olivar es compositor y guitarrista de concierto, «enfoqué mi carrera hacia eso, por eso estudié con Manolo Sanlúcar», cuando se le cruzó este otro trabajo. «Cuando un músico se plantea vivir absolutamente de su música, hay varios caminos. Donde más trabajo puede haber es acompañando el baile o el cante. Tuvimos la suerte de que abrieron aquí la Escuela y lo compagino». En esas clases donde tiene que repetir palos y toques, hacer quiebros en su ritmo para no abandonar a su suerte al aprendiz, también el compositor trabaja, apunta ideas. «Este trabajo te permite otro punto de vista musical. Es una técnica más agresiva. Ypor otro lado, estás en contacto con generaciones distintas. Es una alegría poder contribuir a la formación de los que vienen detrás».

Fuera del aula, pasa a primera línea del escenario. Este verano comenzó tocando en el Valladolid Latino y las Jornadas Flamencas para seguir por varias ciudades españolas presentando su último disco mientras prepara el siguiente. Ya tiene una cita en Portugal. También colabora con el pianista Miguel Ángel Recio, con quien tiene un dúo, y con Paco Díez, «en su música sefardí».

ÁLVARO GARCÍA SANZ

Estudia Musicología en la UVA. La práctica le ha llevado a la teoría. Álvaro es alumno de la Escuela Municipal de Música. Su profesor de percusión le enseñó un día la batería y desde entonces no la ha dejado. Le compraron una en casa y desde entonces Pichu, como el conocen en el mundillo, no ha parado de tocar desde 2009. A la natural pasión adolescente, le siguió una concienzuda dedicación que le ha llevado a trascender su grupo y tocar para otros, por encima de estilos y de diferencias generacionales. «Formamos Dune en 2011, una banda de hard-rock heavy metal. Ese es el proyecto que considero mío, porque somos amigos y empezamos juntos. Pero ahora temporalmente hay miembros viviendo fuera y estamos un poco parados».

Pero no le falta trabajo, «hay demanda de baterías en Valladolid. Es un instrumento que gusta mucho pero luego no es tan fácil tener un sitio donde ensayar sin molestar». Por eso, cuando la veterana banda de rock celta Triquel se quedó sin batería, solicitó sus servicios. Algunos músicos le doblan la edad, tampoco comparten presupuestos estéticos, sin embargo «me tratan muy bien, como a uno más. Siempre le he dado a todos los estilos, soy un poco mercenario de la música». También toca para Javi Arroyo y Los de Antes. «Es un cantautor que quería haer un concierto que trascendiera la voz y la guitarra acústica. Nos juntó a varios músicos y parece que funcionó». Y otro frente del Pichu percusionista es la música tradicional desde la banda de la Casa de Galicia. «Toco el tambor, pero tienen unas cajas de alta tensión que me llamaron mucho la atención y también me interesó por eso».

Aunque es el vocalista la cara de un grupo, aunque guitarras y bajos son las extremidades, desde la parte de atrás del escenario Álvaro sabe que tiene la llave. «La percusión tiende a llevar al resto. Eres quien marca, si empiezas a ir rápido, cosa que no haces, obligas a los demás a seguirte». Tiene 23 años y ha decidido que la música será su profesión. «Sigo estudiando para ello».

JOSÉ LUIS GUTIÉRREZ

Cuando era profesor en el Conservatorio de Zamora en los noventa ya quiso sacar al saxofón del encasillamiento clásico. Aunque fue el último en llegar al sinfonismo, también era la puerta para otras músicas. Enseñar eso a los chavales le llevó a comenzar con los conciertos didácticos, con los que sigue en Madrid y en Castilla y León. «Interesar a los niños por otras músicas, por su mezcla fue el propósito».

Gutiérrez, el músico de jazz de referencia por estos lares, tiene dos árboles en el jardín de su casa, «un laurel que crece hacia arriba y una higuera que crece a lo ancho. El primero es el símbolo del éxito, la segunda de la prosperidad. Cada uno busca el sol de una manera. Pues en mí siento un poco las dos partes, por un lado como artista disfruto haciendo mi música, me mueve la creatividad; por otro, como programador, es una labor más racional y gris, que tiene resultados tangibles, apunta.

Además de su cuarteto, de su trío, de sus colaboraciones con Lucrecia o con Jorge Pardo, por poner dos partenaires de escenario con los que repite periódicamente, José Luis Gutiérrez organiza los festivales de jazz de Valladolid, el Universijazz, y el de Palencia. En esas lides trabaja bajo la marca de Iberjazz. Quien es capaz de sacar música a una manguera o una rueda, como director artístico tiene que sentarse de vez en cuando a hacer números. «Cuando programo tengo que pensar en el público, en lo que les pueda atraer o gustar a ellos, no a mí. Si coincide, estupendo. Hay que programar teniendo en cuenta la demanda».

Últimamente anda en conversaciones artísticas con otras artes escénicas, «con gente del circo, de la lírica y el teatro. Me gusta mucho la colaboración con otras artes».

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