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La orquesta dirigida por Petrenko./ N. CARRETERO
CRÍTICA DE MÚSICA

Villancicos y valses para todos

Éxito de la Orquesta de Castilla y León dirigida por Petrenko

EMILIANO ALLENDE

Sábado, 21 de diciembre 2013, 19:41

El tradicional concierto de Navidad de la OSCyL, con Petrenko en el podio, reunió en el Auditorio, lleno a rebosar, a un buen número de coros locales y provinciales, bajo el buen hacer de Jordi Casas, que es experto en lograr buenos resultados en escaso tiempo.

La primera parte estuvo dedicada a la suite sinfónica extraída de la ópera El caballero de la rosa, de Richard Strauss. La obra es una sátira más bien leve, hecha desde la perspectiva más burguesa. El intimismo irónico está teñido de un aire decadente que anuncia una simplificación neoclásica, pero conteniendo elementos que permiten al autor mostrar el dominio orquestal tanto en lo tímbrico como en lo tonal, sin subvertir nunca los límites establecidos.

Petrenko encarnó muy bien esa mueca divertida en los detalles de su versión. Las ráfagas de valses del único Strauss que no pertenece a la familia que los popularizó, surcaron la sala, llenos de color y matiz. Supo siempre conjugar los cambios rítmicos sin romper la unidad, consiguiendo, una vez más, que la Orquesta Sinfónica de Castilla y León sonara con empaste, igualdad en las entradas y ajuste notable en las dinámicas. Si en los valses su mano izquierda fue de seda, el final fue un claro ejemplo de su derecha mano de hierro, capaz de plasmar en unos pocos compases el resumen de un estilo y de su idea.

Jordi Casas reclamó la presencia del público en el descanso para realizar un ensayo a modo de preámbulo para la segunda parte. Los villancicos sirvieron para mostrar las cualidades de Albert Guinovart para la orquestación. Fue notable el equilibrio entre todas las secciones y la riqueza armónica en cada uno de ellos.

Sin embargo, la homogeneización en el estilo resultó en lo global demasiado uniforme. Las voces, cuyo resultado no desmereció en ningún momento, lo tuvieron más fácil en los pasajes contrapuntísticos que en aquellos en los que la armonía se tornaba densa y atrevida. El carácter se mantuvo siempre, aun a riesgo de desnaturalizar algunas de las piezas, que tienen todo su poder en el fraseo, como por ejemplo en el Adeste fideles, que encontró choques muy serios en la unión del ligado melódico y la percusión.

Hubo tiempo también para que Guinovart dedicara una recopilación al propio Petrenko, quien desde el podio se unió a la fiesta, luciendo junto a los músicos, un gorro típico para la ocasión. Y así llegó el final en el que público, coros y orquesta entonaron el conocido Gatatumba, entre el regocijo general.

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