Las llamas calcinan el legado de los pueblos de Vidriales: «Era el cofre de recuerdos de una familia entera»
Los pueblos asolados por el incendio de Molezuelas han sido ya realojados y sus habitantes tratan de volver a la normalidad entre las ascuas aún humeantes del patrimonio quemado
La normalidad tardará en estar de vuelta, pero los vecinos de la comarca de Vidriales asolados por el incendio de Molezulas, ya han regresado a ... sus pueblos, después de que ayer se ordenara a última hora de la tarde el realojo de estas localidades. El incendio avanzaba hacia La Bañeza, dejando atrás el peligro, pero también parajes naturales, casas, naves y coches calcinados.
En Carracedo, uno de los pueblos más afectados junto a Congosta y Ayoó de Vidriales, cabeza de comarca, las ascuas aún humean y tratan de reducir a cenizas una de las pocas vigas que aún quedan en pie en una casa en ruinas, vencida por el paso del tiempo y rematada por las llamas. Es una de las cinco viviendas en las que los vecinos y los pocos medios de extinción que los acompañaron, según el relato coincidente de los residentes, no pudieron salvar del avance de las lenguas de fuego, que asolaron la localidad en la tarde del martes, cuando las rachas de viento dieron alas al incendio originado el domingo entre Molezuelas de la Carballeda y Uña de Quintana.
De las cinco, cuatro estaban abandonadas, pero unos metros más adelante, en la parte trasera de la casa de Rafael Lucas y su pareja, el fuego se ha cebado con el legado familiar de un valor sentimental incalculable. «Hemos estado arreglando la casa durante cinco años y ahora pues...», suspira Lucas, que muestra el estado en el que ha quedado una antigua cuadra de ganado, reconvertida en «un museo» en el que conservaban el legado familiar: «aquí teníamos todas las herramientas del campo de sus abuelos, sus tatarabuelos, cosas de labranza, pupítres de la escuela antigua y otras reliquias de la zona. Ella quería conservar un poco el legado de este sitio, que como sabréis está en extinción», explica Lucas, de una localidad que en invierno no alcanza la veintena de habitantes.
Pasado el primer susto, Lucas se afana con la manguera en el patio trasero de la vivienda. Aunque el fuego está extinto, las ascuas aún humean y no dan tregua ante la amenaza que suponen. El miedo aún vence al cansancio, a pesar de llevar «tres días sin dormir». Cuando el fuego entró en la vivienda, estaban de camino a Madrid, su lugar de residencia habitual, después de haber pasado la jornada del lunes tratando de proteger otra casa en la localidad leonesa de Robledino.
«Estuvimos allí limpiando todo el día para que no quedara ningún tipo de maleza y ya de allí no nos dejaron volver porque habían evacuado el pueblo». Pasaron allí la noche y les permitieron volvieron a por sus cosas. Pero fue entonces cuando les llegó la noticia de que ardía Robledino. «Como no teníamos donde quedarnos regresamos a Madrid y entonces nos llamaron que estaba ardiendo la casa. Gracias a los vecinos se ha podido salvar», agradece.
Un agradecimiento en el que coinciden el resto de residentes, molestos con la gestión del incendio por la «inacción» a la hora de detener el avance del fuego cuando aún no había alcanzado el corazón del municipio. «El lunes, cuando el incendio ya estaba cerca del pueblo, como cruzar esta calle, teníamos muchos efectivos, pero estuvieron dos horas sin hacer nada. Nos decían que hasta que no le dieron la orden no podían actuar», crítica Sandra Carracelo, una de las pocas vecinas que reside en el pueblo el año entero.
«Al final lo que funciona es la administración local, a la que se quieren cargar. Los vecinos, tanto de aquí como de otros pueblos, se han volcando prestándonos ayuda», defiende, en un agradecimiento que hace extensible a la Diputación a y los Bomberos, a titulo particular: «Faltan efectivos y faltan medios, pero el trabajo que han hecho ha sido impecable».
A poco más de cinco kilómetros, en Ayoó de Vidriales, suena el mismo relato. El debate en la tienda del pueblo revela que los ánimos aún están caldeados. Allí el lunes se calcinaron dos viviendas y tres naves, la mayoría en desuso, que en su día se dedicaban el ganado. La llegada de las llamas los pilló de forma sorpresiva. «Fueron dos vecinos los que vieron que el fuego quemaba el monte de Peñacabras y avisaron a la gente», asevera María del Carmen Cifuentes, de 79 años, que muestra con resignación un corral heredado de sus padres que fue pasto para el fuego. Para ella, como para muchos otros, lo sucedido se explica por el mal estado de los montes. «Nadie los limpia, a nosotros no nos importa pagar por ello», se queja.
Pared con pared, estaba también el corral de Pedro Llamas, de 68 años, natural de Ayoó. Albañil, allí guardaba algunas herramientas de su empresa de construcción, porque pese a que se desempeña en Benavente, se ha levantado una casa en el barrio en el que creció. El aviso del feroz avance de las llamas lo pilló trabajando y no pudo hacer nada por salvar una nave en la que también guardada «ocho gallinas» y «tres o cuatro pollos» que han muerto quemados. Solo pudo llegar a tiempo para sacar de allí a sus perros.
«El lunes lo salvamos pero el martes fue imposible», se lamenta. Y señala directamente la mala gestión de la Junta. A Mañueco. Y a la clase política en general. «Venden más humo que el que hemos tragado nosotros», ironiza enfadado. «Vinieron los Bomberos pero los llamaron y se tuvieron que ir, les decíamos que por favor no se fueron pero no tuvieron opción», detalla, sobre la falta de medios para salvar una tierra olvidada. «No sienten nada por ella», sentencia.
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