Curioseando
Cuando el trigo de la provincia de Valladolid atraía a cuadrillas de gallegosLos braceros, que procedían en su mayoría de las tierras más pobres de Galicia, trataban de conseguir en Castilla importantes ingresos que llevar a sus casas
Atravesar el mes de julio no solo trae al día a día las sofocantes olas de calor que azotan a gran parte de la provincia ... vallisoletana. Este es el mes en el que en especial Tierra de Campos, y en general toda Castilla, está en plena actividad de cosecha del cereal. Una tarea que las cosechadoras actuales pueden hacer en tiempo récord y con menos esfuerzo que el que obligaban a emplear estas labores años atrás. En la cosecha del siglo XX se hacía brazo y la faena podía durar semanas.
El riesgo que corrían los segadores de que una tormenta veraniega arruinara buena parte del trabajo era una persecución diaria. Era tal la preocupación que, para terminar cuanto antes, recalaban en Castilla varias cuadrillas de segadores gallegos para acelerar la tarea. De este temor surgió la práctica del conjuro en muchos pueblos, como es el caso de Cuenca de Campos, en donde se ubica una ladera conocida como El Conjuradero. En ese lugar el cura hacía resonar la campana en busca de los feligreses para rezar con la esperanza de espantar a las nubes negras que anunciaban una tormenta.
La necesidad de terminar rápido la cosecha era tal que la siega era la posibilidad que tenían los braceros de conseguir en Castilla, y en este caso en la provincia de Valladolid, unos importantes ingresos para llevar de vuelta a sus casas. El origen de estas cuadrillas se encuentra en Villacreces, un municipio despoblado del siglo XX que se ubica en pleno corazón de Tierra de Campos. Esta localidad sirve como punto de unión de las ciudades de Valladolid, Palencia y León. Con la marcha de su última familia en 1981 este pueblo es un símbolo latente de la despoblación en el interior de la meseta.
Sus habitantes, que en su mayoría vivían del cereal, la vid y el ganado lanar no eran suficientes para las necesidades de la siega en Castilla, que requería mucha más mano de obra que la que había en los pueblos. La llegada de las cuadrillas gallegas, y en algunos casos del páramo leonés, a la provincia ayudaba a paliar la situación de la siega.
La vida de los temporeros gallegos en Castilla
Los braceros se podían pasar varios meses en el interior de la meseta e incluso llegaron a extenderse por Madrid, La Mancha y Extremadura. Los segadores solían llegar apalabrados con acuerdos que cerraban de un año para otro con las casas que los contrataban. Contrataciones que no solo procedían de familias adineradas, sino de casas más modestas.
Los gallegos venían con el salario pactado, la comida y, en muchos casos, el alojamiento que solía tratarse de un pajar. Durante siglos, (está práctica se remonta al menos al siglo XVI) muchos de los segadores venían a pie, más tarde comenzaron a desplazarse en ferrocarril y autocares que eran contratados por las propias cuadrillas.
La labor de los temporeros gallegos en Castilla están en buena parte recogidos en los versos de la escritora gallega Rosalía de Castro en su obra 'Cantares gallegos' en la que relataba los esfuerzos y sufrimientos que pasaban los braceros. La dura labor se sumaba al insoportable calor que azotaba las llanuras castellanas, razón por la que los gallegos buscaban rematar pronto su trabajo. Una vez terminada su labor, los segadores gallegos volvían de su patria de adopción, pero antes realizaban un rito de ofrenda de la hoz, como herramienta significativa de la siega.
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