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SOS para los conventos de Valladolid, para una vida intramuros que agoniza, a la que no llega el oxígeno de la vocación ni el bombeo del corazón celestial. El relevo generacional no acaba de recalar en la clausura o vida contemplativa de los conventos situados en territorio vallisoletano, y la avanzada edad de las religiosas, que en un buen puñado de cenobios arrojan media octogenaria, dificulta la pervivencia de unos edificios que en algunos casos engrosan el patrimonio más preciado de ciudades y pueblos.
Las últimas en cerrar la puerta a cinco siglos de historia son las clarisas de Rioseco, que en próximas semanas se trasladarán a Valladolid, siguiendo los pasos que previamente marcaron las carmelitas de este mismo municipio; las cistercienses de San Quirce y Santa Julita (hace unos meses que se trasladaron al Monasterio de las Huelgas), las Lauras del paseo de Filipinos o las concepcionistas de Olmedo y de Fuensaldaña. En total, seis conventos menos en la última década, comunidades fusionadas con otras de su misma federación y un patrimonio que en gran número de ocasiones acaba disperso. «La situación que vivimos es fruto de la transformación de la sociedad. Somos conscientes de que con el paso del tiempo habrá menos monasterios pero más significativos, y la tendencia proseguirá como ahora, con una propuesta de fusión entre las mismas familias de federaciones monásticas», dice el obispo auxiliar, Luis Argüello.
La lista actual está integrada por 26 monasterios, trece en la ciudad y otros trece en municipios como Medina del Campo, Medina de Rioseco, Olmedo, Viana, Villagarcía, Cigales, Fuensaldaña, Mayorga y Villafrechós, según contabilizan desde la Delegación de Vida Contemplativa. Un número que se mantiene, en parte, gracias al ‘reclutamiento’ de religiosas de otros países que en los últimos años han hecho desde las distintas órdenes y congregaciones, pero a la que el pasado año el propio Papa Francisco quiso poner coto. «Han ayudado en los últimos años, pero debemos procurar que las hermanas que se incorporen procedentes de otros países tengan experiencia de vida monástica, porque si no el salto cultural y de todo tipo puede ser importante para ellas y para la convivencia», señala al respecto Argüello.
De las alrededor de 350 religiosas que habitan los conventos de Valladolid y provincia (351 con datos del año 2016), el 30% son extranjeras. Es decir, que una de cada tres monjas de clausura pone el acento internacional en los cenobios vallisoletanos. En el Real Monasterio de Santa Clara de Tordesillas, con ocho religiosas en un edificio protegido por Patrimonio nacional, conviven ocho religiosas, de las cuales, solo dos son españolas. O en Villafrechós, que pervive con cinco monjas, una de ellas de Perú; o más al norte, en Mayorga, donde las dominicas de San Pedro Mártir mantienen la clausura con nueve hermanas, siete nacionales y dos extranjeras.
«La esperanza nunca se pierde, y la confianza en que lleguen hermanas con vocación, tampoco», resume la abadesa del Monasterio de la Concepción del Carmen de Medina del Campo, María Jesús de San José, que alberga once monjas (dos de ellas de Perú) y como mínimo, recuerdan, deberían tener 13. «Es el número ideal para nuestra comunidad, máximo 21 y mínimo 13, como punto de carisma».
Hay otros conventos que, en cambio, se muestran reticentes a lanzar el llamamiento internacional. Pese a ser solo cuatro hermanas, las carmelitas descalzas de Villagarcía de Campos no comulgan con la convivencia con religiosas de otros países. «Luego pueden surgir problemas», dicen. Así que con la confianza de que lleguen vocaciones, las cuatro hermanas, «en edad media», rezan por atraer juventud. «El futuro no lo conocemos, pero mientras podamos, aquí seguiremos», concluyen.
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