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El planeta taurino se nutre de muchas fuentes. Entre otras la emocional. Más allá de lo que puede considerarse como arte, o técnica. La película ... de Albert Serra, Tardes de soledad, protagonizado por Roca Rey, muestra el valor más nutriente, y duro, del rito taurino. Que guste o no guste, se entienda o no, es una ceremonia de sacrificio.
Cuando, como en el festival de La Flecha, el espectáculo taurino ofrece una vertiente benéfica, el relato se suaviza: la posibilidad de la tragedia cede gentilmente el paso a una finalidad de ofrecimiento generoso. Para beneficio de la asociación vallisoletana de esclerosis múltiple.
El cartel, interesante, con un cambio de última hora, y el hambre de toros de los aficionados, provocó la colocación del letrero 'No hay billetes' en las taquillas. Éxito irrevocable, porque en los festivales el balance relevante ya se cuadra antes del paseíllo, aunque, como ha sucedido en la cubierta de La Flecha, el resultado artístico tras el arrastre del último novillo haya merecido la pena.
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Los oráculos de los espabilados Urtasun y Puente, que tanto hablan de lo irrelevante de los toros, fueron, nuevamente, desmentidos. Por los ciudadanos. Las soflamas panfletarias antitaurinas volvieron a descarrilar. Entre las intoxicaciones ideológicas, los límites cognitivos y el apesebramiento gubernamental, la tauromaquia sufre ataques indiscriminados, una causa general prospectiva. Sin necesidad de acudir a Ortega y Gasset, ni a Lorca, no es difícil constatar el valor cultural del toreo, y su indudable fuente de valores y de potenciación del espíritu crítico individual, frente a otros espectáculos tan útiles para homogeneizar al personal, como el fútbol.
Centrados ya en el ruedo, el festival mostró una intensidad creciente, con su faena cúlmen protagonizada por el joven novillero Marco Pérez. El salmantino ya no es el niño que era, aunque su apariencia de recogida anatomía permita mantener una apariencia infantil. Prodigio sigue siendo, ya no niño, pero sí un superdotado en el conocimiento técnico, y táctico, de la tauromaquia. Intuitivo a rabiar, también.
Entregado, decidido, Marco Pérez cuajó una intensa y vibrante faena al bravo sexto, del hierro charro Castillejo de Huebra, de sangre murubeña, para el que incluso hubo alguna tímida petición de indulto. Se le concedió el premio póstumo de la vuelta al ruedo. Temple con las telas, cadencia rítmica en la embestida del utrero. La sinfonía adecuada para el espíritu del festival. Conexión entre ruedo y tendidos, empatía y apoteosis como corolario de un festejo que tuvo en sus dos últimos capítulos el tramo de mayor contenido y emoción. Dos orejas y rabo, que pasó el diestro que en esta misma temporada se hará matador de toros, tras un paso comprometido por Las Ventas, en plena feria de San Isidro, cuando se enfrentará a seis utreros en solitario.
Por la vía de la sustitución llegó Ismael Martín al festival. Salió en hombros tras conseguir dos trofeos tras una faena entusiasta y dinámica. Vibrante, con momentos de gran intensidad en el tercio de banderillas, en el que el salmantino destaca por su entrega y variedad. Bravo su oponente, ofreció un comportamiento encastado, aunque con mayor calidad que el anterior, al que lidió Emilio de Justo.
El extremeño se enfrentó al novillo de mayor exigencia de la tarde. De Justo se mantuvo firme y decidido. Con el oficio y la solvencia de quien persigue acceder a la zona vip de las figuras del toreo. Por méritos no queda, pero las credenciales requieren diversos requisitos. Algunos intangibles. Su ausencia de los carteles de Sevilla desvela algunas claves. El caso es que cortó una oreja en La Flecha, y demostró su convicción por seguir escalando peldaños. Incluso los más pequeños. La afición reconoce su mérito.
Tanto Enrique Ponce como, de modo más acusado, Cayetano se enfrentaron a la dificultad de las debilidad de sus oponentes. El valenciano ofreció una faena templada y de arquitectura equilibrada, por la que fue ovacionado. Cayetano logró un apéndice gracias a una acertada estocada.
El festejo lo abrió el rejoneador Sergio Pérez de Gregorio, quien lidió un noble utrero, al que tras una labor voluntariosa, logró cortar una oreja.
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