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Con motivo del 25º aniversario de Motauros, el Auditorio El Carmelo de Tordesillas acoge una extraordinaria exposición de motos antiguas, que permanecerá abierta hasta ... el próximo 19 de enero. La muestra incluye 33 piezas que abarcan más de siete décadas de historia del motociclismo, una verdadera «mina» para los aficionados, según describe el tordesillano Quintín Muelas, uno de los cinco coleccionistas que ha contribuido con sus joyas mecánicas.
La muestra es un recorrido por la evolución de la mecánica y el diseño. Desde una Peugeot de 1904 hasta modelos que dominaron las competiciones de los años 30, cada moto cuenta una historia de ingenio y pasión sobre dos ruedas. «Algunas de estas máquinas son únicas y verlas reunidas aquí es una oportunidad irrepetible para cualquier amante de las motos», comenta Alberto Calvo, otro de los coleccionistas participantes, natural de Aranda de Duero y que, pese a su juventud, es todo un entendido de la historia de la industria española de la motocicleta.
Ambos coleccionistas coinciden en que restaurar estas joyas centenarias es una labor ardua que requiere paciencia, creatividad y, en ocasiones, la fabricación manual de piezas inexistentes. «Hay veces que tienes que modelar un repuesto en escayola, fundirlo en aluminio y esperar meses hasta que todo encaje. El momento en que una moto vuelve a la vida con su primera pistonada es inigualable. Es como Frankenstein. Algo que estaba muerto vuelve a funcionar», opina Muelas. «Es tan difícil encontrar repuestos que tenemos que fabricar lo que no existe, desde fundir una carcasa hasta replicar un tornillo exacto. Pero cuando consigues que arranque, todo el esfuerzo merece la pena», apostilla Alberto.
Entre las joyas expuestas destaca una FN belga de 1912, fabricada originalmente por una fábrica de armas y una Lambretta de 1951 que nunca pasó de ser un prototipo, convirtiéndose en una pieza única en el mundo. La Peugeot de 1904, con sus 300 centímetros cúbicos, muestra cómo eran las motocicletas en los primeros años de su historia, mientras que una BMW R12 de 1935 recuerda los oscuros días de la Segunda Guerra Mundial. A estos coleccionistas les resulta difícil encontrar modelos y piezas, especialmente de motocicletas extranjeras. «En países como Alemania, Francia o Reino Unido hay más tradición y coleccionistas dispuestos a pagar precios que aquí no podemos alcanzar. Muchas de estas motos parecen un trasto hoy, pero en su época eran la élite de la competición. Aquí tenemos una moto de carreras de los años 30, que marcó un antes y un después en el motociclismo», comenta Quintín. «Nos gusta que las motos sigan en marcha. No las tenemos sólo para exponerlas. También salimos con ellas y las usamos en concentraciones de motos clásicas. Todos los años damos la vuelta a España», añade.
Además de Quintín y Alberto, también han expuesto sus mejores piezas los coleccionistas Pablo Martínez de Tordesillas, Rafael Soladana de Aranda de Duero, Mario Occhiuzzi de Medina de Rioseco y José Llorens de Madrid. «Con una moto moderna llegas, pulsas un botón y ya está. Pero estas máquinas requieren dedicación. Tienes que mancharte las manos, conocer cada detalle del motor. Es otra manera de vivirlo», dice Alberto. Quintín coincide con él y asegura que «viajar con una moto clásica es disfrutar del camino. Vas por carreteras secundarias, sientes cada olor del paisaje, cada curva. Es una experiencia única».
Las motos expuestas no sólo muestran la historia de la mecánica, sino también la historia de la gente que las ha restaurado, que ha dedicado horas, días y años a devolverles la vida. Los visitantes encontrarán piezas preciosas de Lambretta, Ducati, Bultaco, Montesa, Peugeot, Harley Davison, Douglas o Royal Enfield, entre otras. Para Quintín, una de sus piezas más especiales es una DKW modelo NZ500 de 1941 negra mate, que perteneció al ejército alemán en la 2ª Guerra Mundial. «En esa especie de lata hay guardada una máscara de gas. Tenían que llevarla muy a mano, porque era cuestión de segundos», cuenta orgulloso. Para Alberto, su moto más especial es una Montesa Impala 175 Turismo de 1960, que fue la primera que restauró. «Con esa moto me enganché a esta pasión. Fue el inicio de todo. Después vino una Bultaco. Fue una afición que me entró en la sangre y no he podido parar desde entonces», relata.
Tordesillas, con su tradición motera y su concentración anual de Motauros, se confirma una vez más como un lugar de referencia para los amantes de las dos ruedas. La exposición permanecerá abierta hasta el 19 de enero, ofreciendo una experiencia única que no dejará indiferentes ni a curiosos ni a entendidos.
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