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Diego González Redondo
Valladolid
Domingo, 21 de julio 2024, 08:32
El verano trae consigo las esperadas fiestas patronales en los pueblos de la provincia de Valladolid, que reciben en sus calles visitantes de la ciudad ... y otras localidades del entorno para disfrutar de los festejos taurinos, las orquestas y las peñas. Para garantizar la seguridad de los asistentes a estos eventos, la Guardia Civil de Valladolid moviliza a la Unidad de Seguridad Ciudadana (USECIC). Dos periodistas de El Norte de Castilla acompañan a los agentes en la noche del viernes al sábado en el operativo.
Son las diez de la noche. A las puertas de la Comandancia de la carretera de Soria nos recibe el brigada de la USECIC Jesús Hurtado. El suboficial nos explica que tiene pocas indicaciones sobre lo que vamos a hacer: «Me han avisado esta misma semana y los compañeros se van a enterar ahora» cuenta mientras ingresamos en su oficina, donde se lleva a cabo la reunión inicial para conocer el dispositivo de la noche.
En un pequeño cuarto se amontonan ocho Guadias además del guía del servicio canino. Después de saludar a los agentes, surgen las primeras dudas sobre nuestra presencia. Ante la obligada pregunta sobre si alguno tiene reparo en ser grabado y fotografiado, algunos afirman que no quieren aparecer en la prensa. Otros, como el Brigada al cargo, aprovechan para bromear y quitar peso a la situación: «A mí me da igual, ya me conocen lo suficiente».
En la reunión inicial, agolpados todos los agentes frente a una pizarra, se explica la forma de proceder: «Esta noche toca una ronda por La Cistérniga, Matapozuelos y Cigales y la misión consiste en detectar drogas y armas». Explican además que los controles no pueden durar más de 45 minutos. Su eficacia pasado ese tiempo es nula: «Los avisos por redes sociales alejan a la gente de nuestra posición. Una vez pasados tres cuartos de hora es mejor comenzar a moverse».
El operativo consiste en ocho agentes dirigidos por el brigada Hurtado que viajan divididos en cuatro todoterrenos cargados con el material necesario para intervenir: conos, balizas de iluminación, cadena, armas y táser. Cuando llegan al lugar seleccionado dos vehículos forman una 'caja' donde se colocan los turismos a revisar y otro se prepara para una posible persecución. Cada agente tiene su función: el primero debe reconocer los coches que se aproximan y decide quién para y quién continúa. A su lado, portando un 'arma larga', otro guardia vela por su protección. Detrás de la 'caja' uno de los agentes carga una cadena de pinchos para, en caso de que algún coche se dé a la fuga, pincharle los neumáticos. En el interior de la zona de registro, dos agentes con 'tablet' controlan los datos tanto de los vehículos como de los ocupantes y los tres guardias restantes llevan a cabo el registro de viajeros y turismo acompañados por dos perros de detección de drogas, guiados por un agente del servicio cinológico.
Antes de partir, nos dan unos chalecos: «Estáis bajo nuestra protección y, aunque no es habitual que sucedan agresiones, es mejor que vayáis cubiertos». Ponerse uno de esos chalecos por primera vez impone: son rígidos, aprietan en el pecho y pesan. «Con eso no vais a pasar frío hoy», bromea a los periodistas uno de los agentes mientras salimos de la oficina.
El primer destino de la patrulla es La Cistérniga. A las once de la noche llegamos al lugar, una rotonda que da acceso a la avenida principal de la localidad. En menos de cinco minutos, todo está listo para comenzar. Apenas se detectan coches que pueden ser sospechosos y el guadia civil Eduardo Agudo explica: «No existe una orden concreta de parar a ningún vehículo. Miramos el modelo, cuánta gente viaja en el interior y qué edad tienen los pasajeros». Confiesa que se basan en su instinto y su experiencia para la elección.
Controles y perros, así patrulla la Guardia Civil en las fiesta de los pueblosVer 17 fotos
El poco movimiento en La Cistérniga y el paso del tiempo establecido para el control hace que el brigada Hurtado decida que es momento de cambiar de localidad. Nos montamos de nuevo en los vehículos para dirigirnos a Matapozuelos. Nuestro coche viaja el último, a pesar de ser en el que viaja el suboficial al mando: «Lo hemos decidido así, aunque normalmente iríamos en cabeza, por protección y para que veáis cómo nos desplazamos».
La entrada en Matapozuelos sigue el patrón de la noche. Las vías principales están vacías mientras se llevan a cabo los festejos taurinos en las calles interiores. El lugar escogido para el control es la plaza de la iglesia donde confluyen las vías que llegan al municipio desde Mojados y Medina del Campo. Cuando terminan los festejos taurinos, comienza el movimiento en la intersección. Aparecen algunos vehículos, entre ellos, el primero en el que se detecta la presencia de drogas.
Es la una y cuarto de la madrugada. El guardia a cargo de la selección detiene a un turismo con cinco ocupantes. Es el momento del trabajo canino: «Estos animales están entrenados para encontrar la mínima cantidad de droga en el envoltorio más hermético», cuenta el guía encargado de su entrenamiento y cuidado. Al momento de acercarse a los investigados, el agente canino detecta algo en dos de ellos, que pasan a ser registrados por un agente mientras el perro lleva a cabo su labor en el interior del vehículo. «Para los animales todo esto es un juego por el que son premiados si encuentran lo que se les pide».
Durante la búsqueda el perro detecta algo en los asientos traseros. Los agentes identifican al dueño del coche y piden su colaboración: «Si lleváis algo es el momento de decirlo», aunque el conductor asegura que no hay nada. Mientras tanto, el perro sigue llevando el hocico a una zona muy concreta. El guía advierte: «Este no se equivoca». Son los momentos más tensos de la noche. Los guardias de datos advierten de que uno de los ocupantes tiene antecedentes por posesión de drogas, pero tras un breve debate sobre qué hacer sin haber encontrado nada los agentes deciden dejar ir al vehículo y dictaminan que lo más probable es que simplemente el perro detectase algún resto: «En caso de que llevasen algo, al ver el control les ha dado tiempo a tirarlo por la ventana», reconoce uno de los guardias antes de abandonar el municipio.
A las dos de la mañana el dispositivo se traslada a Cigales por orden del suboficial. Pero antes, «como en todo oficio», según nos dicen los agentes, se hace una parada para el café. Durante la pausa se habla de la familia y de la vida de cada uno. Para algunos, como el brigada Hurtado, pertenecer a la Guardia Civil es una cuestión de sangre. Su padre fue guardia y confiesa que de niño le robaba la gorra para ponérsela por casa. Otros entraron tras pasar por el Ejército, como Eduardo, el otro guardia que viaja en nuestro vehículo.
Sobre las 3 de la mañana entran en la última localidad de este dispositivo, Cigales. Ahora sin perros, la patrulla toma una táctica diferente. Por la hora, que sitúa al grueso de la gente en la plaza disfrutando de la orquesta y las características de las calles, angostas y serpenteantes, el brigada Hurtado decide que lo mejor es no llevar a cabo un control y sólo patrullar en movimiento, dentro de los 'Halcones'. El paso por Cigales se resuelve también sin incidentes. Hablando en grupo, un agente bromea: «Vaya noche aburrida han elegido para acompañarnos», pero todos están de acuerdo en que es mejor así.
El servicio nocturno de la USECIC concluye sobre las cinco de la mañana tras otro fugaz paso por La Cistérniga y los agentes comparten lo que para ellos también ha sido una patrulla muy distinta. «Traer a la prensa acerca nuestra labor a los ciudadanos. No somos una fuerza opresora, estamos para ayudar cuando se nos necesita».
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