

El primer mes de una segunda vida a 6.331 kilómetros del terror talibán
refugiados ·
Tres familias afganas colaboradoras de la embajada de España reconstruyen su existencia en la capital«Llámame Joaquín». Así se presenta, con su nombre españolizado, este afgano de 33 años que es el único de las tres familias acogidas en ... Valladolid que se maneja un poco en castellano, pues el resto solo habla farsi o pastún. Trabajador de mantenimiento de la embajada en Kabul, logró hace un mes embarcar en el avión hacia España con su esposa y sus cuatro hijos (tres niños y una niña de 13 a 3 años y medio) y no pasa una sola noche y un solo día sin pensar en los seres queridos que ha dejado en su tierra a merced de los talibanes. «Ayudadme. Le quiero sacar, a mi hermano, su mujer, tres niños. Todos los días muere gente, como hormigas. Talibán no es bueno». En los ojos, enrojecidos por el insomnio, asoma la ansiedad. Las noticias que les llegan de allí son cada vez peores. «Ahora en Kabul, muy malo».
Cuando se le pregunta cómo lleva su adaptación a la ciudad y por sus planes de futuro para su familia, Joaquín dice: «Bien. ¡Estamos vivos!» y repite una frase que ha aprendido a la perfección: «Poco a poco». Apenas enfoca el día a día de su nueva vida aquí –«casa, comida, agua y luz. Todo bien»–, para volver de nuevo a situar su mente en la familia que ha dejado en su ciudad y el terror vivido hace poco más de un mes, cuando cerró la embajada de España, a 6.331 kilómetros de Valladolid. Tardaron cuatro días, escondiéndose de casa en casa, en aproximarse al aeropuerto. «Llegamos solo con la camisa, todo se lo quedaron ellos. Había dos mil gentes para entrar en el aeropuerto, niños aplastados y antes de entrar tuvimos que dejar las maletas fuera». Los militares españoles les vieron y la familia logró acceder al recinto con el contingente. Tras hacer escala en Dubái, llegaron a la base de Torrejón de Ardoz con la niña enferma del estómago y tuvo que ser hospitalizada. «No estaba acostumbrada a la comida que nos dieron los americanos», explica el padre. Cuando se recuperó la niña, siguieron el viaje hasta Valladolid, a donde llegaron, agotados, la noche del 22 de agosto pasado.
Joaquín, mientras hablaba para El Norte de Castilla en la Plaza Mayor, buscaba ilusionado «a un gran amigo» entre los uniformados del ensayo general del Día de la Policía, que iba a celebrarse al día siguiente. Un policía de la embajada que resultó ser uno de 'los veinte de Kabul' condecorados por su papel decisivo en la evacuación.
Entrar en la rutina
Mientras se regularizan los papeleos burocráticos para legalizar del todo su estancia, la rutina familiar de cada día comienza con las clases para aprender el idioma, imprescindible para poder manejarse y, más adelante, conseguir un empleo. Así que a las nueve de la mañana, en la sede de Cepaim, siguen su clase. Vienen por turnos hombres y mujeres, para que el que se queda en casa se haga cargo de los niños. Son muchos los menores que han venido en el contingente (de la veintena de personas refugiadas, 16 son niños de todas las edades, desde bebés de pocos meses hasta los 18 años) y en esta semana se quiere completar su proceso de escolarización, explica César, uno de los técnicos de acogida de la ONG que forma parte del equipo de una docena de personas (trabajadores sociales, formadores, psicólogos, mediadores...) que acompaña a estas familias en el camino de la integración. La primera fase de este proceso dura seis meses y después de ese periodo caminan solas.

Ahora están centrados en el idioma pero también se les enseña otras rutinas cotidianas, como a facturar en las tiendas para que puedan ellos manejar el dinero que necesitan para la compra diaria de alimentos y otros productos básicos. «Todos y cada uno de los gastos tienen que justificarse correctamente. Hasta ahora esas compras las ha hecho Cepaim, pero cada unidad familiar va a tener que responsabilizarse de las suyas a partir de ahora», precisa el técnico mientras acompaña a Joaquín a recoger en un céntrico supermercado el impreso que se necesita rellenar para que la próxima compra de alimentos que realice lleve su correspondiente factura. Es el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones el que financia y deriva los casos de protección internacional a esta organización, que trabajará con ellos durante unos nueve meses hasta que se puedan valer por sí mismos en la ciudad de acogida y decidir su futuro.

Las familias que acoge Cepaim en varios pisos en Valladolid, tanto las afganas como asilados de otras zonas en conflicto, como Siria o Georgia, funcionan con independencia, no están tuteladas. Los técnicos de acompañamiento se limitan a hacer gestiones para ellos, como darles de alta en el centro de salud, tramitar empadronamientos, la tarjeta sanitaria y cerrar la asignación en colegios e institutos con el fin de que esta semana estén todos escolarizados. También les enseñan dónde están las carnicerías 'halal', las tiendas donde venden condimentos que les gustan o dónde está la mezquita, si se lo piden. En las casas se han instalado hornos grandes, porque ellos fabrican su pan. Se trata de que el aterrizaje de estas personas en un contexto muy distinto al que han vivido sea lo más suave posible, aunque, según la experiencia de otra técnica, Verónica, «se están adaptando muy bien, son familias jóvenes, los padres están alfabetizados y los niños aprenden rápido. Vienen de 20 años de democratización y no les resulta todo tan extraño».
Esta semana estarán cerrados los trámites en colegios e institutos para que todos los menores se incorporen al curso escolar
Dos de las familias refugiadas son de Kabul, pero una tercera procede de una ciudad de provincias, más tradicional. K., de 25 años, es una madre de familia numerosa que acude a la sede de la ONG con su bebé de cuatro meses. Ha quedado para encargar los libros de texto que necesitan sus hijos. Se oculta. No comprende el idioma y tiene pánico a que la puedan identificar y sus familiares paguen las consecuencias. Aunque salvaron sus vidas y están a 6.331 kilómetros, el miedo se ha instalado con ellos en Valladolid y tardará en irse.

«Temen las represalias contra los familiares que quedaron allí»
El responsable de la ONG en Valladolid, Raúl Vara, insiste en que estas personas siguen estando «en el punto de mira» y, sobre todo, «temen las represalias contra los familiares que se quedaron allí». Cepaim cuyo «buque insignia» es la protección internacional, tiene en Valladolid 38 plazas de acogida para solicitantes de asilo, además de gestionar otras plazas de acogida humanitaria. A día de hoy atiende a asilados de Venezuela, Colombia, Ecuador, Georgia, Ucrania, Siria y Afganistán.
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