La pachanga divina de las monjas futbolistas de Valladolid
Las jóvenes hermanas de las Religiosas Misioneras de Santo Domingo celebran cada semana al aire libre una jornada de deporte y convivencia en el Parque Ribera de Castilla
No es fácil saber quién juega en cada bando porque las dos formaciones comparten equipación: toca, hábito blanco, zapatillas negras, un rosario a la cintura, ... sin el nombre a la espalda y sin dorsal. Es un seis contra seis en las pistas deportivas del Ribera de Castilla. Una pachanga divina (con balón de Coca Cola) que termina cero a cero, aunque no faltan las ocasiones de peligro ni los lamentos por la ocasión fallada. Hay un gol por la escuadra, sí, pero es anulado al instante.
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«Mano, mano», dicen las jugadoras del equipo contrario y la infracción es tan evidente que no hace falta recurrir al VAR. Después sigue una sucesión de regates, de carreras, de saques de banda y disparos a puerta, de gritos de ánimo y risas compartidas en torno a un balón. Son las monjas futbolistas de Valladolid. Religiosas que juegan al baloncesto y al bádminton en La Rondilla. Hermanas que completan con el deporte su formación espiritual.
«Hay que cuidar también la salud. Salimos para respirar, disfrutar del aire libre, para jugar y confraternizar. Es una actividad muy buena para mantenerse sanas y reforzar la amistad entre todas», dice la hermana Corazón, coordinadora del juniorado internacional de las Religiosas Misioneras de Santo Domingo.
Aquí, a Valladolid, a la sede de la congregación en la calle Juan Mambrilla, acuden todos los años jóvenes (casi todas del sudeste asiático) para afianzar su vocación y completar su camino religioso y personal. Vienen de Filipinas (las hermanas Ana Rosa, María Gracia y Edna), de Vietnam (sor Daniela, Lina, Tersa, Tides y Joaness), de Corea (sor Cecilia y Ángela) y Myanmar (la hermana Irene). Permanecen durante dos años en Valladolid y después continúan su apostolado de vuelta a sus países de origen o rumbo a los lugares que les envíe su vocación misionera.
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Este curso son once las participantes en este programa formativo. «Hemos llegado a ser 18, pero el número se ha reducido desde la covid», explica la hermana Corazón, con una raqueta de bádminton en las manos. «Esta etapa que cubren en Valladolid es muy importante porque se les abre la mirada a nuevas culturas y realidades. Aprenden a convivir con otras culturas y así desaparece la dificultad de comprender al otro. Y eso les vendrá muy bien para su futura labor misionera», asegura. Por ejemplo, para atender colegios en Filipinas, residencias de mayores en Camboya, hospitales en Tailandia.
«Nuestra misión es seguir predicando, evangelizando, incluso en condiciones complicadas. Por ejemplo, en China nuestras hermanas no llevan hábitos. Allí no permiten la religión, pero hay que seguir trabajando», explica la religiosa durante un descanso en el partidillo.
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Ana Rosa tiene 29 años y acostumbra a jugar de portera. Viene de Filipinas. «Yo no había hecho deporte en mi vida», reconoce. «Siempre había preferido el estudio, leer. Pero gracias a ellas he descubierto que el cuerpo se tiene que alimentar no solo espiritual, sino también físicamente. He sido débil de salud y esto me ayuda. Ha sido un regalo descubrir aquí esta nueva parte de mí».
Cuenta Ana Rosa que desde muy joven supo de su vocación y que completar su formación en España es un privilegio: «Esta es la segunda tierra santa. Aquí han nacido muchos santos». Entre ellos, su fundador, Santo Domingo de Guzmán. En Valladolid, Ana Rosa ha descubierto «nuevas tradiciones y formas de vivir la fe», con especial atención, dice, a las monumentales procesiones de Semana Santa. «Cuando vuelva a Filipinas, seré una persona que ha escrito nuevas páginas en su libro de vida», afirma una hermana que acostumbra, todos los días, a reflejar sus inquietudes y aspiraciones en un diario. Y sí, en esos capítulos renovados está la práctica del deporte. «Venir todas las semanas al parque, a jugar al fútbol o al baloncesto, nos sirve también para estar en contacto con la naturaleza». Al principio, celebraran estos encuentros los sábados. Ahora suelen venir los viernes. «Hay menos gente y así no ocupamos las pistas que pueden usar otras personas», aseguran mientras, a su alrededor, hay vallisoletanos que pasean o vienen de correr.
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Las religiosas que han llegado desde Corea o Vietnam prefieren jugar al fútbol. Las de Filipinas suelen elegir el baloncesto. También hay momentos para otros juegos, como el pañuelo, el zapatito inglés o el balón prisionero. Una vecina les regaló las raquetas con las que practican bádminton. El padre de unos niños en el parque les ofreció un balón, después de que el que ellas tenían antes acabara en el río tras un chut desviado. «Sentimos mucho cariño de la gente que nos ve jugar», dicen. Es imposible no seguir sus juegos sin una sonrisa: cómo se entregan al partidillo, cómo discuten cada jugada, cómo gritan de alegría cuando un pase certero deja a una de ellas sola ante de la portería. O cómo celebran entre saltos un triple decisivo.
«Para nosotras este es un día de descanso, de libertad, de comunión con nuestras hermanas», dice Joaness, 28 años, procedente de Vietnam. Allí estudió Educación Infantil. Cuenta que sintió la llamada de Dios por ventura en el camino, porque cada vez que iba a clase tenía que pasar por una iglesia. Allí veía a menudo a monjas con las que empezó a hablar. Se forjó así una vocación que ahora le ha traído a España para estudiar Teología y fortalecer su espíritu.
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«Estudian Teología, sí, pero también documentos fundamentales de la iglesia, la historia de nuestra congregación. Y al principio, sobre todo, el idioma», explica la hermana Corazón. Muchas hablan con soltura el castellano, pero reconocen que no ha sido fácil aprenderlo. «Lo peor son tantas formas verbales», dicen entre risas. Han extendido una manta en el suelo del parque Ribera de Castilla y allí, en un receso del deporte, sacan la guitarra, la flauta y ensayan canciones de iglesia. Son las piezas que luego interpretarán en misa para animar la liturgia de las parroquias de San Martín, La Antigua o San Pablo. Hace años, ya no, también en Santa Clara.
«Es una forma de practicar el apostolado en las iglesias de la ciudad», explican. Entre canción y canción, comen palomitas o patatas fritas compradas en el Gadis de la calle Esgueva (al lado de su congregación y de la residencia Santa Rosa de Lima), cacahuetes dulces llegados de Taiwán o un sushi casero que han elaborado en el monasterio. Cuentan que la comida (junto a la familia y amigos) es algo de lo que más echan de menos de sus países. «Aquí se come menos arroz de lo que es habitual allí». Eso y el tiempo. Vienen de países donde el calor y la humedad es habitual… así que el invierno se hace un poco cuesta arriba.
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«A mí me pasó la primera vez que llegué a España», recuerda la coordinadora de todas ellas, la hermana Corazón. «Yo nunca imaginé que iba a ser monja. Ni en sueños». Cuenta que estudió Educación en la Universidad, que participó en las protestas estudiantiles contra el dictador Marcos, que tenía novio, que su familia no era muy partidaria de que tomara los hábitos, pero que al final se abrió paso la llamada religiosa. «No sabemos el plan de Dios», dice.
Después de Filipinas, estuvo como profesora en un centro de Tailandia. Allí ganó un concurso al diseñar un logotipo para celebrar los 75 años de la congregación. El premio era un viaje por Europa para conocer otras sedes de la comunidad: en Italia, Francia, Portugal, España. «Ya que estás allí, ¿por qué no estudias español?», le propusieron. «Ya que sabes español, ¿por qué no te quedas en España?». Después de dos años en Madrid y una estancia en Ávila, recaló en Valladolid para hacerse cargo de este juniorado internacional que prepara a las hermanas para desempeñar mejor su labor.
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Su horario está reglado: despertar, oración, misa, trabajo de casa (limpieza, sobre todo), palabra compartida, estudios, comida, paseo libre, estudio, recreo, estudio, cena, oración. Por eso estas jornadas deportivas y vivenciales que se salen de la rutina son especialmente apreciadas por las hermanas. «Son una oportunidad para salir a la calle y que la sociedad nos vea con normalidad. La gente ve pocas religiosas en su vida cotidiana, de paseo, en la compra, en los parques. Y es importante que se nos vea. Hay crisis de vocaciones, es verdad, pero no somos ajenas la mundo que vivimos», asegura la hermana Corazón antes de regresar a este partido que, de momento, va cero cero y que en cualquier momento puede ver cómo un gol sube al marcador.
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