Ocho días 'atrapada' en su casa de Valladolid por una avería en el elevador
La joven relata la pesadilla en su domicilio por la falta de una pieza en el montacargas que le permite salir a la calle
«Hoy haces cualquier compra por Internet y la tienes en casa en unas pocas horas, pero que una pieza imprescindible para la movilidad de ... las personas tarde en llegar días y días... Es alucinante», señala Ana Fernández a modo de prólogo a la pesadilla que ha vivido durante ocho sofocantes días. Ella ha estado confinada en su vivienda del séptimo piso de un edificio de Puente Colgante todo ese tiempo porque el elevador se paró. Todavía hoy, cuando los técnicos han hecho un arreglo provisional para que pueda utilizarse el montacargas, siguen esperando dicha pieza en un edificio en el que no solo Ana y su silla, sino el 80% de los vecinos, bastante mayores, tienen algún problema de movilidad. Coronar el empinado tramo de escalones que lleva al vestíbulo del bloque es una barrera infranqueable si se tiene distrofia muscular y pilotas una silla de ruedas para poder moverte y salir al mundo porque las piernas no te funcionan.
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La pesadilla para esta maestra y activista en igualdad de 35 años, arrancó el pasado domingo 13 de agosto, cuando al utilizar el montacargas adaptado del edificio en el que reside se dio cuenta de que el elevador renqueaba y no funcionaba bien. Consiguió bajar, pero llamó al servicio técnico para que fueran a arreglarlo. «Cuando lo vieron dijeron que faltaba una pieza, que no lo podían arreglar y que no se podía hacer nada. ¡Me dejaron en la calle, literalmente! Suerte que mi madre vive cerca y pasé la noche en su casa, que está adaptada porque es donde vivía yo antes». Pero pasar una noche fuera de su medio es para Ana como si se fuera de vacaciones, por toda la impedimenta que necesita. «Me llevo lo mismo para uno que para veinte días: necesito un respirador las 24 horas al día, me llevo otro por uno falla, otro aparato para la nariz, una almohada, cojines...». Lo que más le molesta a esta vecina es la falta de empatía de la persona que tenía al otro lado cuando se comunicó con la empresa del servicio técnico que se ocupa del mantenimiento de los ascensores del edificio y del elevador adaptado. «No asumían ninguna responsabilidad, ni siquiera me ofrecieron un hotel donde pasar la noche. Si no llego a tener a mi madre aquí cerca, ¿qué habría hecho?», dice Ana, recordando el agobio y la impotencia que sintió en ese momento.
El lunes por la mañana volvió a llamar a dicho servicio técnico y le manifestaron que la avería ya estaba resuelta, así que se puso «muy contenta», aunque le extrañó que hubieran solucionado el problema en tan poco tiempo, reconoce. Pero cuando llegó a su edificio, observó que en el montacargas habían colocado un cartel de «fuera de servicio». A pesar de ello, decidió probar suerte y se subió. Y logró llegar a su piso. Pero al día siguiente no funcionó. Así que volvió a contactar con la empresa, porque el jueves de la semana pasada tenía una cita con el fisioterapeuta. Los técnicos volvieron pero no lograron hacer funcionar el elevador, con lo cual Ana no se arriesgó y perdió su cita con el 'fisio'. Pero lo peor, indica, es que al día siguiente, viernes, tenía cita con el médico de la Unidad del Dolor, a quien no veía desde marzo pasado. «Tengo muchos dolores y tomo una medicación muy fuerte. Llevo una temporada muy dura por los dolores que tengo y estoy sufriendo bastante, salir aunque sea media hora a la calle es necesario incluso para mi salud mental», explica. Tampoco pudo acudir presencialmente a esa cita médica.
La inalcanzable pieza del elevador tendrá un coste para la comunidad de vecinos de 1.000 euros
Lo que peor lleva, reconoce, más allá de «la falta de profesionalidad por la falta de piezas de repuesto», es «la falta de empatía, de humanidad» de la otra persona al lado del teléfono. «Llegó a decirle a mi madre esta persona que 'no sabe usted lo difíciles que son las cosas', a lo que mi madre respondió que »a lo mejor es usted quien no sabe lo difícil que es esta situación«. Por el contrario, Ana quiere romper una lanza en favor de los técnicos, »que no sabían que más hacer y lo han intentado todo para que esto funcione y, al final han hecho un apaño para que estos días lo podamos utilizar«. Pero lo cierto es que, como señalaba una vecina, que el montacargas del inmueble no reúne en estos momentos las condiciones de seguridad que se precisan para una instalación de estas características.
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Ana, en plena frustración por lo que le estaba ocurriendo, lo contó en sus redes sociales y mostró sus maletas en la puerta. Ante la repercusión del testimonio, la empresa de mantenimiento del elevador se puso en contacto con ella el pasado martes para expresarle que «lo sentían mucho». Pero el problema de la válvula sigue sin solucionarse ocho días después del fallo. Para más inri, la inalcanzable pieza que ha contribuido a complicarle aún más si cabe la vida a esta animosa profesora vallisoletana tendrá un coste para la comunidad de vecinos del edificio de 1.000 euros.
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