Valladolid
El novillero Diego Ortega, entre libros y capotesAlumno del colegio Lourdes y de la escuela taurina de Salamanca, hará su primer paseíllo el martes 13 de mayo festividad de San Pedro Regalado en la plaza de toros del paseo de Zorrilla
Fue una sorpresa, o quizá no tanto. Juan y Ana, los padres de Diego, ya sabían que al chico, uno de sus dos hijos, le ... gustaban los toros. Y que desde muy niño se entretenía la criatura en dibujar lances en el pasillo de casa a toros imaginados. Y que pedía a los Reyes Magos trastos para torear. Nada peligroso. Cosas de niños, con dos años. Otros, seguramente, aceleraban un coche infantil emulando a Fernando Alonso, o daban patadas a una pelota como si fueran Raúl.
Por vía paterna, con el apellido Ortega de evocaciones taurinas antiguas, el arte de Cúchares no era algo ajeno a la familia. Ángel Ortega, abuelo de Diego, fue durante varias décadas jefe de taquillas de la plaza de toros de Valladolid. Ya desde cuando se vendía el boletaje desde las ventanillas, hoy cerradas, que se encontraban en el otro extremo del coso neomudéjar que se alinea con el paseo de Zorrilla.
Ahora, recién cumplidos los 17 años, Diego, que cursa primero de bachillerato en el colegio Lourdes, tiene ante él hacer realidad uno de sus primeros sueños. Hacer el paseíllo en el ruedo vallisoletano. Y triunfar. El próximo martes, 13 de mayo, festividad de San Pedro Regalado, patrón de Valladolid y de los toreros, está anunciado, junto con otros cinco alumnos de escuelas taurinas, para participar en una clase práctica, ante erales –novillos de dos años- de la ganadería salmantina de El Collado, propiedad de Fernando Sánchez-Arjona.
Con catorce años el chaval fue alumno de la escuela taurina de Medina de Rioseco, institución ya clausurada, pero que durante un puñado de años, contra viento y marea, formó, con escasos medios e ilusión desbordante, a un grupo de chavales de la provincia. «Tengo un recuerdo muy bonito de esa época en Rioseco, me trataron muy bien y pude empezar a saber qué era la técnica de torear», comenta Diego Ortega sobre aquellos inicios.
Desde hace algo más de un año es alumno de la escuela taurina de Salamanca, centro académico del toreo que cuenta con la solvencia de su titular, la Diputación Provincial, y de un director, el matador José Ignacio Sánchez, y profesores de alto nivel en conocimiento y capacidad pedagógica. Es un principiante. Aunque algo aventajado. Diego sabe que está en buenas manos: «Un amigo de mi padre le recomendó que me matriculara en la escuela de Salamanca, y aunque es un esfuerzo para él y para mi ir dos o tres veces a la semana creo que ha sido una decisión muy acertada, porque enseñan muy bien, nos exigen y además hacemos bastante campo con vacas en muchas ganaderías del campo charro».
Diego compagina los libros y los capotes. Los días que va a Salamanca incluso tiene que salir un poco antes del colegio Lourdes: «Me toca irme pitando, mi padre me espera junto al colegio y salimos para Salamanca, y me voy comiendo un bocadillo por el camino», dice con jovialidad, sin que asome queja alguna. «Para mi es una ilusión muy grande, a veces puedo estar un poco cansado, pero me gusta tanto que no me importa», remata.
Entre las explicaciones de los profesores, las horas de toreo de salón, las vacas en el campo y su papel como 'segundo' en algún festejo con erales, se ha dotado a Diego de unos fundamentos básicos para la lidia. Desde su nada lejana llegada a la escuela de Salamanca goza de buen cartel entre el alumnado. Como buen chaval y como jovencísimo alumno con maneras destacable. Le cuesta definirse como torero, aunque la elegancia y un proverbial sentido del temple (una de las claves del toreo) emergen de modo natural en sus lances.
«Muy nervioso no estoy, más ilusionado que otra cosa, con ganas de rematar una faena con una buena estocada», dice cuando se le pregunta sobre cómo afronta el paseíllo del martes 13 en Valladolid. Será su primer novillo en Valladolid, y el primero con el que ejecute la suerte de matar. Confianza no le falta. Estudiante de primero de bachillerato y de primero de tauromaquia no se esconde ante los retos.
Le gusta, cómo no, Morante de la Puebla. «Y de Valladolid sé que Santiago Luguillano, Roberto Domínguez, David Luguillano y Manolo Sánchez han sido grandes toreros…», completa. El nombre, Diego Ortega, no queda nada mal en los carteles. En los tiempos de Roberto Domínguez su abuelo Ángel atendía en las taquillas. Ya no vive, pero seguro que le hubiera ilusionado recibir a los aficionados en la ventanilla, y escuchar: «Dos localidades para ver a Diego Ortega». No podrá ser. Aunque quizá, aquel niño que jugaba en el pasillo a dar lances a un toro imaginado, pueda cumplir el sueño de convertirse en un gran torero que convoque a sus paisanos ante las taquillas. O a través del móvil, ese compañero de Diego en sus viajes desde Valladolid a Salamanca cuando, precipitadamente, abandona el colegio cada lunes y cada miércoles. En la asignatura de descubrir su propio camino, sin dejarse influir por modas, Diego ya ha sacado matrícula de honor.
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