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Vacía. Ni un coche, ni un camión. La carretera que une Varsovia con Ucrania por Medyka era un desierto. Nadie va a la guerra porque sí. Tan solo algún vehículo que portaba material humanitario se dejaba ver por las carreteras polacas que tanto drama humanitario están soportando estas semanas. Esa era la imagen del domingo a primera hora mientras El Norte se acercaba, con incertidumbre, a la frontera con la guerra.
Alrededor de 400 kilómetros separan Varsovia de Medyka, pero hasta que no se atisbaba Przemysl, a quince kilómetros de la frontera, el trasiego del conflicto no se palpa. En ese tramo final se ven los primeros controles policiales y las carpas con refugiados que vamos superando en el vehículo que nos cedió para este viaje Desguaces Cano. Primer símbolo de que algo no funciona bien por la zona. Y así es, porque Przemysl es la primera ciudad que gestiona los refugiados tras entrar estos en el país. Acceden por Medyka pero esta es incapaz de soportar la entrada de miles de ucranianos al día. No hay tantos servicios ni instalaciones en un pueblo de 2.800 habitantes, como si en Mojados llegaran todos los días miles y miles de personas.
Ya en la frontera de la guerra, el dolor se entremezclaba con la solidaridad. La dureza del camino hasta la línea divisoria de los dos países se hace en soledad, con la mirada perdida y el rostro desencajado por el miedo a un futuro. Tras entregar el pasaporte se encaminan a un mar de reporteros gráficos sin saber aún que son noticia por formar parte de la crisis humanitaria más importante en Europa desde la II Guerra Mundial.
Comedidos, muchos de ellos hasta rechazan la comida y el agua que los voluntarios, escondidos detrás de fotógrafos y cámaras, ofrecen para darles la bienvenida a su nueva vida. Salir de una guerra para encontrarse en un 'paraíso' de solidaridad de cinco minutos. Sí, de cinco minutos.
Los que se tardan en recorrer el centenar de puestos de ONGs, asociaciones y voluntarios. Allí tienen barra libre de comida, de ropa usada (ya hay toneladas de prendas aparcadas por todos los rincones) y de posible información de dónde ir y cómo ir. Después de esas casetas improvisadas, llega la nada.
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Son muchos los voluntarios que se encuentran por todos los rincones de la frontera. De todos los idiomas. Asesoran y les informan de posibles centros de refugiados, el primero en Przemysl.
«Muchos optan por quedarse cerca de la frontera. Confían en que la guerra acabe lo antes posible para volver a sus hogares en Ucrania. No se quieren alejar. Por eso muchos no optan por elegir España. Está muy lejos y se encuentran con que el idioma es una barrera insalvable al principio. Para ellos es más fácil el polaco. Casi nadie va si no tiene un familiar o un amigo», afirma Susana, una voluntaria que se encuentra desde hace unos días en Medyka con su caravana.
Y así es. La mayoría de los autobuses que transportan a los refugiados suelen ser polacos y alemanes, sin que ninguno se desplace hasta España desde Przemysl. Ese cometido se da con más asiduidad en Varsovia», continúa mientras se prepara para una noche complicada ante el anuncio de que se espera una avalancha de refugiados.
Precisamente es Susana, junto con otros voluntarios, los que afirman que la jornada de este domingo está transcurriendo tranquila. «Normalmente hay colas para entrar y no el goteo incesante de este domingo», afirma.
Cerca de Susana, en la misma línea de la frontera, se encuentra otro compañero. Marcos Guerra, al que el apellido no le hace justica, acaba de aterrizar desde Texas. Es su primer día en Medyka y la sonrisa la mantiene intacta. Sujeta una caja de comida y no tarda ni un segundo en acercarse cada vez que alguien pisa suelo polaco. Hasta insiste para que cojan más de un producto.
Se acaba de unir a Cruz Roja y pretende estar hasta Navidad para echar una mano. «La situación es muy dura. No paramos de ver familiares llorando. Nosotros estamos aquí por ellos y para hacerles el trance más llevadero», detalla el estadounidense de origen mexicano.
Detrás de él, la solidaridad sigue acompañando a los ucranianos hasta que se montan en un autobús. De hecho son pocos los que cruzan a Polonia en coche, pues la instalación entre los dos países está vacía y a la que puedes acceder si llevas el pasaporte. Casi todos llegan a pie hasta Medyka para subirse a un autobús al que no dejan acceder ni a periodistas ni a gráficos.
La solidaridad de los polacos durante estas semanas está siendo ejemplar. Han prestado sus hogares y sus bienes desde el inicio de la guerra. Precisamente, la población de Medyka se ha multiplicado en decenas ante refugiados y periodistas, y no hay ni una habitación libre en los establecimientos hosteleros de la zona. Para reservar habitaciones hay que moverse cien kilómetros o abonar más de 1.000 euros por una noche. La oferta y la demanda lo llaman.
Es el menor problema de la guerra, el de la saturación de los espacios en la frontera. Una situación que se vive en más puntos fronterizos entre Polonia y Ucrania y que se empieza a replicar ya en Rumanía.
Y todo esto fue un 20 de marzo. Hace casi un mes, la ciudad estaba desbordada ante ríos y ríos de personas. Se estima que 40.000 refugiados cruzaban la frontera cada día. Ahora esas cifras se han reducido, pero fluctúan y dependen de los ataques de Rusia. El jueves, Putin bombardeó Leópolis y otra avalancha de personas se dio en el angosto pasillo improvisado de las ONGs.
Ese ataque trasladó el miedo a polacos. Nadie se plantea un posible bombardeo en territorio OTAN, pero nadie lo descarta.
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