Valladolid misteriosa
La leyenda del enigmático origen del nombre de la calle Niña GuapaUna teoría apunta a una obra de Leandro Mariscal y Espiga, profesor en la Academia de Caballería, pero otra se inclina por la existencia de una joven de belleza desbordante
Nadie parece saber quién era, ni tan siquiera si existió o si solo sirvió para alimentar varias leyendas. ¿Fue una vecina de la zona que ... deslumbraba por su belleza?, ¿protagonista de una obra literaria que destacaba su hermosura?, ¿una invención? ¿o el título que una novela tomó prestado de la calle o al revés?.
Para conocer el origen del nombre de la calle Niña Guapa hay que remontarse a la publicación de la 'Revista Contemporánea' en 1903, de la que era redactor jefe el historiador Juan Ortega Rubio.
En dicha revista se publicó la leyenda de 'La Niña Guapa', escrita por Leandro Mariscal y Espiga, profesor en la Academia de Caballería. En ella, recogía «una leyenda vallisoletana, con costumbres de la época de los Felipes, en la que se hablaba de cuevas en Canterac» con una niña llamada Isabel como protagonista, pero sin tener claro si esta historia era anterior o posterior a la denominación del callejero.
Un referente de la historia de la ciudad, el arquitecto y cronista Juan Agapito y Revilla, escribió en 1937 'Las calles de Valladolid', pero no descubrió a qué se debía tan curiosa nomenclatura. Esta leyenda se fue extendiendo y muchos creían que entre los siglos XVI y XVII se había paseado por la ciudad una «niña guapa».
Esta historia dio nombre a la calle que de un extremo da a Labradores y del otro a Padre Claret, es paralela a Nicolás Salmerón y atraviesa San Luis. Se creó a finales del XIX en unos terrenos ocupados por huertas próximas al barrio de San Andrés, zona entre el ramal sur del Esgueva y cerca de las vías del tren. A pesar de la leyenda, nadie que vivió en esa zona recuerda a una niña bonita, por lo que se cree que fue lo que inspiró a Mariscal, amigo de Ortega Rubio.
Entre admiradores y bandidos
En esta calle vallisoletana, vivían Sancho Ruiz de los Arcos y su hija Isabel, una niña muy apreciada en el barrio por su belleza y buenos modales, por lo que fue apodada como «la niña guapa». Con el paso de los años, Isabel se convirtió en una joven atractiva, siendo objeto de atención de jóvenes pretendientes.
Una noche, mientras Isabel cenaba en casa con su padre, se comenzó a escuchar una serenata. El músico era el joven don Alonso Jimeno, hijo de la marquesa de Peñaluenga, que pretendía atraer la atención de la guapa mujer. El padre salió al balcón y le pidió que cesara en sus canciones para evitar habladurías de los vecinos que perjudicasen la reputación de su hija. Alonso hizo callar a los músicos y todos se retiraron.
Unos minutos después, por una calle próxima a la casa de Isabel, caminaba don Álvaro de Fontecha, que realizaba rondas nocturnas de vigilancia para evitar incidentes en el barrio. En ese momento, un personaje surgido de la oscuridad se colocó en medio de la calle impidiéndole el paso.
Ante tan extraña provocación, don Álvaro desenfundó su espada y ambos estuvieron resistiendo sus estocadas. Agotado por los esfuerzos, le preguntó quién era y qué pretendía. Se trataba del herrero Juan Sánchez, que quería que le presentase al padre de Isabel porque estaba enamorado de la joven, pero no se atrevía a decírselo. Al día siguiente, don Álvaro acudió a casa de Isabel y le contó al padre lo ocurrido.
Secuestro y persecución
Al mismo tiempo, en las ruinas del castillo del cerro de San Cristóbal, refugio de los bandidos Caperuzo y Rosillo -cabecillas de los bandoleros de las cuevas de Canterac- se planeaba el secuestro de Isabel, pero desde el sótano Galita -una niña de diez años retenida por ellos y a la obligaban a mendigar- escuchó sus intenciones.
Cuando la pequeña salió para realizar su cometido diario, fue a la casa de Isabel -a quien conocía porque recibía limosna de ella- y le dijo que su verdadero nombre era Gabriela Sarmiento, que había sido secuestrada por los bandoleros y que también pretendían su rapto. Isabel se lo dijo a su padre y avisaron al Corregidor, que le prometió ayuda y protección. Al escuchar la denuncia, la autoridad aventuró que Galita podría ser la sobrina de la marquesa de Peñaluenga, desaparecida sin rastro años antes.
Se vigiló la casa de Isabel y preparó la estrategia para capturar a los bandidos. En ella participó Juan, el tímido pretendiente que vio en ello una ocasión para acercarse a Isabel. Pero los delincuentes aprovecharon un alboroto en la calle para colarse en la vivienda de la Niña Guapa por la buhardilla.
Sorprendidos por Juan, los bandoleros se enfrentaron a él mientras Rosillo obligaba a Isabel a subir al tejado. Tras librarse de los atacantes, Juan persiguió entre las chimeneas a Rosillo, pero las tejas cedieron y cayó desde el tejado, momento que aprovecharon para llevarse a Isabel.
Cuando estaba retenida con Galita en la guarida secreta de los bandoleros, relató que la marquesa de Peñaluenga era su tía y planearon la fuga. Galita, que conocía los entresijos de las ruinas de aquel castillo, se arrastró por los pasadizos hasta lograr salir y se dirigió a avisar al Corregidor. Poco después, los soldados detuvieron a los bandidos.
Apenas pasados dos meses, se celebraba el enlace de Juan e Isabel, ejerciendo como padrinos la marquesa de Peñaluenga y su hijo, el joven músico Alonso Jimeno, figurando entre los invitados Galita y don Álvaro de Fontecha. Se cuenta que Isabel conservó su belleza durante los sesenta años que vivió, siendo objeto continuo de los piropos y comentarios del vecindario, que pasado el tiempo exclamaba a su paso: «Ya no es una niña, pero sigue tan guapa».
La próxima semana
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