José Ignacio Pollino, cuarto de una saga de nueve hermanos pescaderos, se jubila
El próximo 31 de octubre cerrará su puesto del Mercado del Campillo tras medio siglo cuidando los productos del mar
Cuenta José Ignacio Pollino que a los doce años, siendo todavía un niño, aprovechaba los fines de semana que le dejaban libre en el colegio ... para ir a la pescadería que tenían en Barrio Belén a limpiar sardinas. «Me encantaba», confiesa. A esta prole de nueve hermanos el mar se les fue impregnando en los genes desde muy pequeños. «Yo creo que es de récord Guinness, porque no sé si habrá otro caso en el que todos los hijos sigan el oficio de su padre», destaca.
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Tras medio siglo entre hielo picado, imponentes cuchillos, escamadores y tijeras, este industrial cerrará su puesto del Mercado del Campillo el próximo 31 de octubre para disfrutar de una merecida jubilación. Aún quedarán dos hermanos en activo, uno en Parquesol y otro en la calle Estadio.
La historia de esta saga, que en breve perderá otro efectivo tras el mostrador, nace en Rueda. «Mi padre trabajaba en el campo, era un fenómeno del arado con mulas y participaba en concursos, pero su hermano Francisco le animó a iniciarse en esta profesión para labrarse un futuro y vino a la capital de aprendiz en La Madrileña», relata. Corría el año 1958 y Felipe, el patriarca, pronto vio posibilidades de crecimiento.
«Entonces no había ni grandes superficies ni supermercados, el género se vendía en las pescaderías de calle y en los mercados, era un negocio boyante» rememora. «Desde que se abría a las ocho y media de la mañana hasta los dos y media de la tarde eran kilos y kilos, aquí llegamos a estar seis personas despachando», recuerda. Desde hace «quince o veinte años» este sector ya no es lo que era. Los nuevos hábitos de compra han repartido la tarta con un desequilibrio en detrimento de las tiendas especializadas para llevarse el 80% de las ventas los mostradores de las más potentes cadenas de distribución.
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La inquietud y dedicación de su progenitor le llevaron a recibir la propuesta para trabajar con la empresa Pescalle, que tenía un establecimiento en la calle Falla del barrio del Cuatro de Marzo con el nombre de Pescados Azul. Ahí arrancó su trayectoria en solitario. Compró la tienda y llevó esa marca a otros ocho locales. Y sus nueve vástagos siguieron sus pasos, «con la vocación y las enseñanzas que él nos dio». «Siempre fue una persona muy emprendedora», remarca.
Se emociona José Ignacio cuando relata esta historia y lamenta también la falta de relevo. En estos negocios es complicado ahora que se logre llegar a una tercera generación. Es una situación que se replica en la mayoría de los espacios que gestionan los industriales de producto fresco del Campillo y de otras plazas de abastos. «Nosotros empezamos a trabajar a las cinco de la mañana en el mercado central y terminamos a las cinco de la tarde fregando el puesto; carga cajas, monta el mostrador, atiende, recoge... para nosotros es una cosa llevadera, porque nos hemos criado en esto, pero para la mayoría es un 'matahombres'», reconoce. Lo acredita su historial médico. En tres años le han tenido que poner las dos prótesis de cadera.
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Que estos oficios de despacho alimentos frescos decaen se puede confirmar con los múltiples intentos del Ayuntamiento para llenar los mostradores vacantes de los diferentes mercados de su titularidad. Solo con cuantiosas rebajas en el canon de las concesiones y con ayudas a fondo perdido se logran contados reemplazos.
Este pescadero, que en los últimos 38 años ha estado acompañado en la tarea por su mujer, Alicia Recio, «el alma de la tienda», ha intentado traspasar el negocio, pero, de momento, no ha encontrado candidato. «Es muy difícil». Admite que el pescado ya no da lo que daba, además de ser un producto delicado que hay que saber manejar y comprar en los términos justos al ser un alimento perecedero.
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«Los precios del producto nacional son altos y solo están al alcance de algunos, ahora mucha gente solo puede comprar pescado de piscifactoría», explica este exjugador de fútbol, que ha competido con el Cristo Rey, el Laguna y el Rondilla hasta evolucionar al fútbol sala donde llegó al campeonato de España con el Helios.
Trato con los clientes
Cuando él empezó en el oficio, el chicharro, las anchoas y las sardinas eran la estrella en las casas junto con la merluza, los gallos o el bacalao. Ahora hay mucha más variedad. En Pescados y Mariscos Azul, subraya, siempre han apostado por «la calidad y el buen trato». «Eso nos lo inculcó mi padre, que los clientes estén a gusto en la espera, darles conversación y que se sientan cómodos, porque la preparación del producto lleva su tiempo», subraya. Presume José Ignacio de las lecciones que su progenitor les dio para filetear, para ser finos con cada clase de pez. «Nosotros no tenemos mangueras, porque con el agua el pescado se ablanda, lo limpiamos con papel y luego lo ponemos en bandejas», explica.
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Importante en este puesto ha sido poner las cosas fáciles a los compradores. «Nosotros se lo limpiamos todo: calamares, sardinas, anchoas...; algunos dicen que somos un poco más caros, pero siempre hemos querido ofrecer un buen servicio», abunda José Ignacio, quien pone en valor en también las elaboraciones listas para comer que hace su esposa, entre ellas un sabroso salmón marinado.
El adiós de José Ignacio y Alicia se les hace un poco duro. Sí que tienen ganas de descansar, pero han entablado una relación con una clientela fiel a la que dejarán algo huérfana. «Tenemos gente que viene desde hace cuarenta años y que siempre ha encontrado en esta instalación un ambiente familiar y un producto de confianza, hemos hecho lo imposible por buscar a alguien que pudiera mantener la pescadería abierta, pero no lo hemos conseguido, solo nos queda dar gracias a todos por el cariño y fidelidad que nos han demostrado», se despide este dicharachero industrial, que valora el trabajo «en equipo» que han desarrollado durante medio siglo.
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