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Huerta del Rey, un barrio que pierde comercio pero suma puntos de recogidaLa librería Papiro, en el número tres de la calle Rastrojo, es uno de los cada vez menos establecimientos comerciales que sobreviven en Huerta del Rey, un barrio que ha visto clausurar durante los últimos años gran parte del tejido comercial que se instaló en ... el entorno hace tres décadas, así como de los nuevos negocios que no terminan de echar raíces. La más reciente, la del extinto comercio vecino, un pequeño local que en su día albergó el kiosco que endulzó al barrio durante 34 años. Raúl, su propietario, tuvo que bajar la persiana por jubilación antel la falta de relevo generacional. Sobre la verja aún cuelga el cartel de «se traspasa».
«Antes venían las madres con los niños, se les antojaba un juguete, los mandaban a comprar chuches y en ese tiempo lo envolvíamos y se lo llevaban, ahora vender un producto de estos se ha convertido en una cuestión de activismo», comenta Laura, una de las empleadas, sobre el impacto que ha tenido el cierre del establecimiento vecino en la reciente campaña de Navidad, en la que no han dejado de repartir paquetes procedentes de la venta online de otros establecimientos. «No hemos hecho otra cosa», lamenta Maria Luisa de las Moras, propietaria del negocio, asentado hace ya tres décadas en el número 3 de la calle Rastrojo, donde hoy en día únicamente comparte soportales con un bar y una peluquería.
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Jenifer Santarén
En un rango de un kilómetro, Huerta del Rey dispone de cinco puntos de recogida entre los habilitados por InPost, Seur y Amazon. Tres de ellos en comercios locales; un cuarto en un supermercado -un hub o taquillas-; siendo el quinto una oficina de Correos. A esto hay que sumar otros dos puntos más, situados a menos de diez minutos de recorrido a pie, en la 'frontera' con Villa del Prado, otra libreria y un estanco. Ello, en una ciudad que dispone de unos 20 puntos de recogida, la mayoría en los distritos más céntricos, pero donde la dispersión es mayor.
En Librería Papiro, además de supervivientes en un barrio donde «nadie se atreve a instalarse», son pioneros en esta pequeña rama de la logística. «Empecé con Seur hace 10 años, al principio eran unos paquetitos que no te suponían esfuerzo», explica De las Moras, que hoy en día recibe y entrega también pedidos de InPost y Amazon, por los que cobra alrededor de 30 o 40 céntimos por paquete y cinco por las devoluciones, con una factura final que ronda los 100 euros mensuales.
Tal ha sido el volumen de pedidos recepcionados y entregados durante el mes de diciembre y la primera semana de Reyes, que es incapaz de cuantificarlos, pero a todas luces es mayor que las ventas propias de su establecimiento, que dispone de todo tipo papelería, material escolar, juguetes y una amplia y variada selección de títulos de distintos géneros y autores y autoras.
Pese a ello, no son pocas las veces que se han visto en la situación de tener que entregar un paquete cuyo contenido venden en la tienda: «la gente además muchas veces te lo dice, que han venido a por un libro». En su día se embarcaron en esta actividad que consideran «un servicio al barrio» para poner la librería en el mapa y atraer a clientela que pudiera conocerlas por esta vía, pero el volumen actual y los problemas que acarrea ha supuesto que hayan pensado en dejarlo. «Hay gente que viene y si no tienes el paquete pues se enfada. Al final nosotros solo recibimos y entregamos, pero las compras online les generan ansiedad».
Maria Luisa de las Moras
Propietaria de la librería Papiro
Apenas 180 metros separan la librería y copistería Papiro del Kiosco Begoña. Ambos comparten calle y modelo de supervivencia o adaptación a las nuevas tendencias comerciales, como prefiera llamarse. El kiosko abrió sus puertas hace aproximadamente nueve meses, recuerda Xavier Duar, futuro heredero de la tienda de dulces y comestibles familiar -traspasada de su tía a sus padres-, si la economía permite su supervivencia. Una tarea nada fácil para la que emprendieron hace medio año la empresa de hacer las veces de almacén y punto de entrega de los artículos comprados a través de Internet.
Al otro lado de los mostradores hay una variedad de gominolas, chicles, bollería industrial y alguna delicia artesanal, así como bolsas de palomitas y otros snacks para incentivar la visita durante el recreo de los chavales de un instituto cercano. En la balda inferior, un reguero de paquetes que casi superan en número al género autóctono del establecimiento. En términos económicos, prestar este servicio les supone «una pequeña ayuda» de «unos 70 o 80 euros mensuales» por un volumen de unos 15 o 20 paquetes diarios, a razón de entre 30 y 40 céntimos por paquete y de la que no pueden prescindir. El modesto negocio apenas alcanza para cubrir costes y temen tener que cerrar sin poder pagar el préstamo que solicitaron para poder abrir hace menos de un año.
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En el transcurso de 10 minutos apenas han entrado tres personas al kiosko, dos de ellas repartidores. La tercera, una clienta, que señala un paquete en el mostrador. Tras escanear los códigos del pedido con una aplicación habilitada en un teléfono móvil del tendero, le es entregado y se dispone a abandonar el establecimiento sin hacer gasto. El poco esmero del embalaje permite deducir que se trata de un producto adquirido en una plataforma de segunda mano. Y es que, tal y como señalan también en Libreria Papiro, el empuje de Wallapop y Vinted hace que cada vez sean más las transacciones entre particulares que pasan también por las manos de estos comerciantes.
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El paquete no contiene chuches, ni fruta, la última incorporación del establecimiento para reflotar las ventas: «Es una funda nórdica», confiesa la mujer, que, aunque suele recibir los paquetes en casa, de vez en cuando habilita la entrega en Kiosko Begoña por la cercanía a su hogar y la comodidad de poder recogerlo al regresar del trabajo.
A 550 metros de la tienda de comestibles, ya en la calle Rigoerto Cortejoso, se encuentra Calzado Valencia, un comercio con 41 años de historia de los que ya no quedan. Además de la reparación de calzado y copas de llaves, venden zapatillas de andar por casa y género variado: desde pantalones, a medias y sujetadores, calcetines o paraguas. Las imagen de los pantys revelan que se trata de una tienda de otra época, que ofrece uno de los servicios más 'demodé': en el escaparate un cartel indica que se trata, también, de un punto de recogida. Aquí trabajan desde hace dos años con InPost.
José Antonio Gómez
Propietario de Calzado Valencia
«No te deja mucho dinero, pero te deja clientes. Hay gente que no pisaría esta zapatería si no fuera por esto», celebra José Antonio Gómez, su propietario, que concibe esta actividad como «un complemento más». Al igual que en otros comercios, el retorno económico para se facturación es infimo: «No supone ni un 2%», pero está contento con la revitalización que ha supuesto para su vieja zapatería; desde chavales jóvenes «que no se reparan el calzado, pero compran cordones», a clientela venida de lejos.
«Hay un señor que viene desde Arroyo porque trabaja en el centro y deja el coche en esta zona. Desde entonces recoge los paquetes, pero también hace la copia de las llaves», destaca Gómez, que ya se aproxima a la edad de jubilación, lo que probablemente supondrá el cierre de su negocio por la falta de relevo. A menos que las nuevas generaciones encuentren en las posibilidades que ofrece la venta online el aliciente para volver a dar vida al comercio de proximidad.
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