

«Al Giro no quería ir ni a tiros, Pino insistió y tenía razón, vestí la maglia rosa»
El iscariense admite que le hubiera gustado ahondar en las razones por las que sus facultades se veían mermadas en carreras de tres semanas
La primera vez que Juan Carlos Domínguez (Íscar, 1971) se cuela en las páginas de El Norte es en el periódico del domingo 13 de ... junio de 1982, con once años, como uno de los participantes destacados del V Criterio Promoción de La Rondilla, categoría alevines, formando parte del Castilla Club Ciclista.
«La afición por el ciclismo nos la inculcó mi padre, que vivió las glorias de Bahamontes», recuerda Juan Carlos Domínguez, aún tallado en fibra a sus 54 años, al que seguro le sirven aquellos maillots de los éxitos que le otorgan el título de ciclista español con más triunfos en etapas de una semana.
«Corría bien mi hermano mayor y también lo hacía el que va detrás de mí, pero en una familia modesta, con un único sueldo con varios hijos era muy difícil tener bicicletas para todos, de hecho, el mayor y yo, que teníamos la misma estatura, compartíamos bici porque competíamos en carreras distintas. Lo malo es que si mi prueba era la siguiente a la suya tenía que estar pendiente no se despistara al cruzar la meta porque luego iba yo».
Pronto Juan Carlos destaca sobre sus hermanos por mostrar mejores aptitudes para la competición, carácter y constancia. «Mi padre sembró en nosotros la semilla del ciclismo, pero no nos impuso la afición, por eso en algunos momentos en que me podía plantear si seguir, incluso si pretendía chantajearle amenazándolo con dejar de correr para lograr un objetivo, como comprarme una bici de BMX o incluso una moto, él me decía que la decisión era solo mía».
El salto
A pesar de que irrumpe en los periódicos con solo once años y que esa presencia es constante año tras año, categoría tras categoría, alevines, infantiles, cadetes y junior, con muchas victorias y puestos destacados, no firma su primer contrato profesional hasta 1995, a punto de cumplir los 24 años.
«Estuve al borde de firmar un contrato antes, con 21 años, que solía ser la edad habitual –de entonces, ahora, en estos tiempos de urgencias y precocidad en todos los deportes, hay ciclistas que llegan al profesionalismo con 18 años, como Juan Ayuso o 19, como Ramco Evenepoel–, pero coincidió aquella crisis económica de 1993 [que afectó al ciclismo porque se paró el flujo del respaldo de los patrocinadores]».



Juan Carlos Domínguez no abandonó las competiciones amateurs, donde siguió brillando. «Sí, la verdad es que podía haber pasado antes, a los 21 años ya tenía méritos suficientes. Había ganado la Vuelta a Valladolid y una clásica cuya tradición era siempre que el que la ganaba, como fue el caso de Miguel Indurain, pasaba a profesional. Pues yo rompí la regla, no pasé». Pese a ello, no se bajó de la bici. «Hice cuarto en una contrarreloj, aquí [en una competición Valladolid] con los profesionales y que ganó Miguel Indurain, pero yo le gané a Melchor Mauri, que había ganado la Vuelta a España, en 1991) y yo, claro, era todavía amateur».
«Ya me llegué a desanimar. A los 22 volví a hacer una temporada muy buena y tampoco pasé a profesional. Mi padre y mi hermano mayor, que ya se había colocado como camionero –profesión también de su progenitor– me animaron a que no me rindiera».
Cuando todo parecía listo para que fichara, aún como aficionado, por el equipo de Caja Madrid, que venía funcionando como filial para el salto al profesionalismo en el BH, que dirigía Javier Mínguez, el equipo de la entidad financiera se disuelve en 1993, cerrando una puerta al ciclista iscariense.
«Me fui al Kaiku, un equipo vasco aficionado en aquel tiempo y ahí hice la mejor temporada. Fui el mejor amateur de España, gané la contrarreloj en la mejor vuelta que había, que era el Circuito Montañés Internacional y gané la Vuelta a Álava y así, pasé ya a profesional por méritos propios, porque era el mejor aficionado en ese momento y me dieron el premio Marca».
En su salto al profesionalismo, Juan Carlos Domínguez agradece los consejos del director deportivo de Valladolid Javier Mínguez. «Me dijo que no hiciera un contrato por muchos años. 'Si a los dos años ves que no vales, pues te vas a currar a otro lado, que ganas más dinero'. Le hice caso y firmé por tres años».
En este punto la conversación deriva a las dificultades que acarrea la estructura de los equipos ciclistas profesionales, donde a diferencia de otros deportes, el patrocinador es el club, cuya pervivencia depende de ese sostén. «Si se va el patrocinio se acaba el club», advierte el iscariense. Lo ideal sería que hubiera una base con una financiación derivada de los propios logros de los equipos, de los derechos de retransmisión. «Tal vez también apoyado por instituciones públicas como ayuntamientos o gobiernos autonómicos, similar a lo que se ha dado en el País Vasco o en la Comunidad Valenciana, porque es una forma de promocionar esos lugares y también de fomentar valores deportivos entre los más jóvenes».
Cuajado
De vuelta a las carreteras de la realidad, Domínguez estrenó profesionalismo –en Kelme– con buen pie. Vistió el maillot blanco como primer ciclista joven en el Critérium Dauphiné Libérée (hoy Critérium Dauphiné ). «En compensación con llegar más tarde a ser profesional, enseguida hice cositas porque estaba más cuajado», valora el iscariense.
Y como para recuperar el tiempo perdido, con apenas dos años en la categoría profesional es seleccionado para el Mundial de Ciclismo en 1997, prueba que se celebra en la suiza Lugano, donde compite en la contrarreloj y queda séptimo.
Mejor en carreteras cortas
Enseguida también se pone de manifiesto que sus aptitudes ciclistas, su potencial, destacan más en carreras de una semana que en grandes vueltas de tres. De hecho, en sus doce años como profesional corre, o al menos inicia, siete vueltas a España, cinco giros a Italia y cero tours de Francia. Sin embargo, puede presumir de ser el ganador de más vueltas profesionales de una semana, once. «Y quince segundos puestos en otras, casi siempre por detrás de Abraham Olano, otro gran experto en carreras cortas», recuerda.
Pero, ¿por qué? «Cuando era amateur ya me había dado cuenta de eso. Vas viendo que la subida se te da bien. A lo mejor yo no era el mejor escalador, pero se me daba bien. La contrarreloj también. No el mejor de España, pero sí de los mejores. La suma de una cosa y otra hacía que pudiese ganar vueltas, pero cortas».
Domínguez lamenta no haber «dado con la tecla», de que esa fortaleza en carreras de una semana no se manifestara en las vueltas de tres. «Ahora ha evolucionado todo tanto, la alimentación, la recuperación... Si hubiera podido descubrir qué es lo que pasaba en mi cuerpo. Pero en ese momento, como soy muy realista, me centré en las cortas porque me di cuenta que no podía con las grandes». Reconoce incluso que si podía, se borraba de ellas.
Eso le pasó en 2002, ya en las filas del Phonak, con Álvaro Pino como director. «Yo no quería ir, defendía que si me quedaba corriendo pruebas de una semana tenía garantizados los triunfos, mientras que en el Giro a lo mejor podría aspirar a quedar entre los diez primeros de la contrarreloj del prólogo, pero poco más». Suerte para él que su jefe de filas, Pino, insistiese en que disputase la vuelta transalpina, cuya etapa prólogo tenía como escenario la muy poco italiana y totalmente neerlandesa ciudad de Groningen, por esos caprichos de las vueltas internacionales de salirse del mapa de los países donde se celebran en algunas de sus etapas, preferentemente al inicio.
«Me favorecía el trazado», admite Domínguez, que reconoce que tampoco pensaba que eso le diera para ganar. Se corrió el 11 de mayo. Eran 6,5 kilómetros por las calles de la ciudad, con un trazado muy técnico, «muy ratonero», describe. Con curvas cerradas, pasos estrechos y giros de hasta 180 grados sobre los canales de la ciudad. Exigía gran destreza en el manejo de la bicicleta. Esas condiciones eran idóneas para la forma de correr de Domínguez y le permitieron convertirse en uno de los 17 españoles de Salvador Botella en 1958 a Juanpe López en 2022, que han vestido la maglia rosa que distingue a los líderes del Giro, que solo ha sido ganado por dos compatriotas, Indurain y Contador.
«Al final Pino iba a tener razón y acertó convenciéndome de que corriese el Giro», reconoce el ciclista vallisoletano. «Fíjate, allí no quería ir ni a tiros. Hasta soñé con ello días antes, según me contó luego mi mujer, cuando en medio de una noche me desperté sobresaltado. ¿Para qué?, me defendía, voy a hacer, yo que sé, décimo en la crono y eso no vale para nada y si me quedo, corro la Vuelta a Aragón y la gano, le decía a Pino, que me respondió: 'que no, hombre, que ya has ganado muchas de esas, tienes que probar cosas nuevas'. Y ya al final me convenció».
Cuando repasa sus tiempos como corredor profesional, Domínguez muestra respeto y reconocimiento a quienes fueron sus directores deportivos, Mínguez, Pino y otros en una trayectoria que le llevó hasta por siete equipos diferentes. Sin embargo, se muestra más crítico con los equipos deportivos, algunos de los cuales, según recuerda, faltaban a la palabra dada. «Puede ser que como yo he sido siempre muy inocentón y todo me lo creía, me convencían pronto, pero cuando firmé con Kelme –su primera ficha profesional– pensé que iba a ser para siempre».
En esos poco más de once años como profesional, Domínguez formó parte del mismo pelotón en el que pedaleaban Miguel Indurain, Jan Ulrich, Lance Armstrong, Laurent Jalabert, Abraham Olano, Óscar Pereiro, incluso aunque por poco tiempo Alberto Contador y Alejandro Valverde. Entre unos y otros, dos de las generaciones más consagradas de este deporte. Pero también le tocó vivir la época de los escándalos del dopaje, como el caso Festina (1998), la operación Puerto (que arranca en 2006) y donde vuelven a salir nombres de unas líneas más arriba, Armstrong, Ulrich. «El ambiente era de mucha desconfianza, a veces hacían salir del hotel a los corredores para comentarte cualquier detalle porque temían que hubiese micrófonos escondidos en las habitaciones», rememora. «Y no creo que hubiese más dopaje que en otros deportes, pero parecía que la habían tomado con el ciclismo».
También compartió competición con Chava Jiménez y Marco Pantani, escaladores convertidos en juguetes rotos con finales trágicos y prematuros por problemas de salud mental y excesos. «A veces es muy difícil gestionar el éxito, la fama y el dinero siendo joven», reconoce, con tristeza especialmente por el caso del abulense, con quien compartió equipo y al que quería y admiraba.
Y sin apartarse del ciclismo desde que colgó la bici profesional en 2006 -dirige el Club Ciclista de Arroyo– en esa etapa ha vivido el ascenso de su pupilo Iván Romeo, del que habla maravillas, pero también el dolor desgarrador por la muerte en 2023 de su hija Estela a los 19 años cuando entrenaba en Salamanca, ciudad donde cursaba sus estudios universitarios. A que se haga justicia y a evitar esos accidentes que convierten su deporte en peligroso ha entregado su vida Domínguez, quien insiste que las leyes sirven de poco si las personas, los conductores, se olvidan de la sensatez cuando se ponen al volante.
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