Paula Tremiño Alonso no quiere ni oír hablar de jubilación. Muy presumida, no desvela su edad. «Eso no se pregunta», regaña entre risas, aunque ... por lo bajines reconoce que ha cumplido «más de 80». ¿Su secreto? Mantenerse siempre activa y ser una adelantada a su tiempo. «Me siento como si tuviera 40», dice esta joyera infatigable. «La historia de las joyerías Tremiño es muy bonita y yo no sé vivir sin venir aquí todos los días y hablar con los clientes. Todos se van contentísimos y además muy guapos. Esa es la mayor alegría», asegura con una sonrisa tras la mascarilla.
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Siguiendo el consejo de su padre, se sacó el título de Comercio. Ella era de las pocas mujeres de su promoción. «Mi padre era muy exigente y tenía una gran visión de negocio. Me dijo que el día de mañana exigirían preparación para estar al frente de una empresa. Yo fui buena estudiante, pero no quería ponerme a trabajar de inmediato. Me apetecía irme una temporada a estudiar fuera, como hacen los jóvenes de hoy en día. Me fui a Madrid porque me ilusionaba ser intendente mercantil, pero no me dejaron matricularme. Me dijeron tajantemente que quién me iba a coger a mi, habiendo hombres. Que eso era algo imposible. Cuando cuento esta anécdota a mis sobrinas-nietas, se quedan perplejas», prosigue Paula, quien ahora se toma esta anécdota con buen humor.
Con las mismas se vino a trabajar a Valladolid, a la empresa que su padre, el joyero y relojero Luis Tremiño había fundado en 1921, cuando él tenía 21 años. «Este año cumplimos un siglo de historia y el negocio continúa con la tercera generación, con mis sobrinos José Manuel y Cristina, hijos de mi hermana mayor Carmen. Entre las dos hemos mantenido el negocio durante décadas», se emociona.
A Paula el oficio la atrapó desde el principio. Empezó realizando trabajos de oficina, pero por su don de gentes enseguida despuntó tras el mostrador. «Trabajé en todas las tiendas que teníamos, que en aquella época eran 16. Ahora tenemos cinco . Me encantaba vender perlas, que se llevaban mucho. También se me daban bien los números, ya que había estudiado para ello», dice orgullosa. Asegura que su mejor virtud es la naturalidad y que para ella el mejor piropo es que le digan que trata bien a los clientes. «Siempre trato a todos los que entran al establecimiento con mucho cariño».
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Abrir la puerta de su tienda cada mañana le hace sonreír todo el día. «Lo que hace falta es que te guste tu profesión y tener entusiasmo», aconseja esta veterana, a la que le queda poco tiempo libre para su otra pasión, jugar al bridge. «Cuando salgo del trabajo, me tomo un vinito con las amigas y tan ricamente. Así soy feliz».
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