La apertura del Memorial a las víctimas de la Guerra Civil acaba con 84 años de búsqueda

Música, poesía y testimonios de familiares que dan por cerrado «uno de los capítulos más duros de su vida» después de 84 años buscando a sus seres queridos. Niguno pudo evitar derramar alguna lágrima en un acto de más de dos horas, que se clausuró con una multitudinaria imposición de claveles sobre un mausoleo que se completará en un periodo de dos meses con 43 placas de metal con los nombres de los 2.650 nombres de los vallisoletanos que fueron asesinados por la represión franquista.

La inauguración comenzó con la música de Insula Muscaria, uno de los grupos que puso la banda sonora, junto a la voz y la interpretación de Pez Luna Teatro, o los solos de guitarra de Isamil9, que ayudaron a sobrellevar el traslado de las 245 cajas semitransparentes, en las que los huesos de los fallecidos no dejaban lugar a la imaginación del contenido del interior. 'Fosa 1. Individuo 35'; 'Fosa 2. Individuo 26'... Etiquetados para ese listado «del horror, que se debería tener muy presente en nuestros días», recalcó Ángela García, quien reivindicó que sobre su abuelo Mateo Gómez –uno de los identificados entre los represaliados–, aún pesa una sentencia de rebelión que no ha sido anulada, al tiempo que pidió «justicia». Ángela es una de las 'afortunadas' que termina la búsqueda, al igual que Manuel Torío, quien también puso voz a los quince represaliados de Castromocho, en Palencia, entre ellos, su abuelo.

Fue gracias a una medalla de la patrona de la localidad palentina, que la AMRH pudo identificar a Lina Neira, y a otros catorce asesinados junto a ella, entre ellos, el abuelo de Manuel. Gracias a un medallón de la Patrona de Los Ángeles, la caja de Manuel se introdujo en el partenón identificada; al igual que la de la abuela de Analina, otra palentina que se desplazó hasta Valladolid para despedir precisamente a su abuela Lina, cuya historia estremeció a los cientos de personas que se colocaron entre las tumbas.

A Mateo Gómez, Lina Neira y Franciso González se sumó una 'urna' más identificada. Otra de las que provocó un silencio sobrecogedor, al conocer la historia de María Doyagüe de la Calva, asesinada junto a su hija, la maestra María Ruiz Doyagüe, el 12 de septiembre de 1936.

Los presentes hicieron especial incidencia en las fechas, por ser la mayoría de los asesinatos realizados en los primeros meses de la Guerra, «por ser simplemente un alcalde socialista, una maestra con ideas de izquierdas... No eran militares», explicó el escrito Gustavo Martín Garzo, quien se convirtió, cual narrador de unos de sus libros, en el epitafio del homenaje.