Cumplir 100 años con el cariño de todo el barrio de Delicias
Pablo Tejero, fundador del antiguo bar Embajadores y toda una institución en el barrio, celebra su siglo de vida en el local Torozos, donde acude a diario con su hijo
A Pablo Tejero cumplir años le renueva la ilusión, la picardía y las ganas de seguir viviendo. Este jovenzuelo sopló el jueves 100 velas y ... lo hizo rodeado de toda su familia, de sus amigos de vermú diario y de los vecinos del barrio de Delicias, donde es muy respetado y querido.
En su cumpleaños todo fueron mimos para él. Todos sus conocidos se acercaron para darle una muestra de cariño. «Se lo merece. Es un fenómeno. Siempre ha sido muy generoso y abierto con todo el mundo», decían mientras esperaban su turno para felicitarle. El bar Torozos fue el lugar elegido para celebrar su centenario. Pablo acude allí a diario con su hijo Paulino y con sus amigos del barrio, que para la ocasión lucían unas camisetas con su fotografía.
Al homenajeado le gusta tomarse un vino espumoso. El jueves, fueron un par de ellos. La ocasión lo merecía. «No se cumplen 100 años todos los días. ¡Qué bueno está!», se justificaba y se relamía.
Nació en Cuéllar el 2 de marzo de 1923, en el seno de una familia de labradores. Allí se casó con Tomasa, el amor de su vida, aunque con una sonrisa pícara, y por lo bajines, reconoce que «tuvo muchas novias». «Yo de joven era la leche. Era la hostia», dice recordando sus años mozos. «Allí donde había baile y fiesta, allí estaba yo. Siempre estaba con las chicas. Todas eran mis novias, pero no me echaban mano. Yo era pequeño pero matón», dice ayudado por su hija Asunción. Pablo ha perdido audición y se mueve en silla de ruedas, pero por lo demás, dice que «se encuentra bien». El secreto de su longevidad se debe a «haber trabajado mucho».
Para él, este cumpleaños es muy especial y se muestra muy contento de todo lo que ha logrado en su siglo de vida. Especialmente está orgulloso de su gran familia, formada por tres hijos (Paulino, Asunción y Belén), ocho nietos y cuatro biznietos. «Siempre ha sido muy presumido y le gusta llevar sombrero, porque le hace parecer más alto», desvelan sus descendientes.
Buscando una mejor vida, en 1953 se vino desde su Cuéllar natal a Valladolid. Aquí estuvo trabajando en el aserradero Ignacio Rodríguez, también en una contrata de Renfe, en la que se dedicaba a echar el carbón a las máquinas de los trenes. «Allí se cayó y se partió la columna y en 1957 le operaron y le colocaron un hueso de ternera. ¡Fíjate la de años que le ha durado! Un año en Arrabal de Portillo le cogió un toro. Bromeábamos con él diciéndole que es que había olido su hueso de ternera», cuenta su hijo Paulino entre risas.
Su inquietud por mejorar le llevó a emprender. El 18 de octubre de 1963 Pablo recibió del Ministerio del Interior, la licencia de apertura del bar Embajadores. Un local emblemático en el barrio Delicias que durante décadas ha tenido una clientela fiel. Su especialidad eran las 'nécoras del país', unas patatas cocidas con aceite y pimentón. «Mi padre era un guasón y todo aquel que le pedía patatas no se las servía. Tenían que pedirle 'nécoras'. A mi padre le conoce todo el barrio y gran parte de Valladolid», comenta su hijo con orgullo. Su bar, que ha pasado por tres generaciones y hace unos años clausuró sus puertas, fue sede durante 40 años del Velo Club Delicias. «Allí tuve muy buenos clientes y también muchas amigas», insiste este veterano con picardía.
Mientras sopla las velas de la tarta, se acerca a felicitarle Carmina, una vecina del barrio que ha cumplido 99 primaveras. «¡Pero qué bien estás! Cuando quieras nos hacemos novios», le dice sin perder comba y ante las risas de los presentes. «Pablo es un fenómeno. Todos los días sale a tomar un vino con nosotros y así se distrae. Ha tenido una vida muy feliz y esperamos que siga así muchos años más», dicen de él sus amigos.
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