Una cumbre alpina como legado familiar
Álvaro Guerra, de 25 años, culmina el Mont Blanc como promesa a su padre, al que una lesión le impidió acompañarlo en la ascensión final
Un simple papel con ocho palabras escritas: «Vale por una subida juntos al Mont Blanc». Ese es el regalo más especial que ha recibido nunca ... el vallisoletano Luisma Guerra, de 57 años y de profesión fotógrafo. Se lo regaló su hijo Álvaro en las navidades de hace cinco años y resumía un sueño que ambos compartían. Esa promesa marcó el inicio de una aventura que llevaba toda una vida gestándose en el seno de la familia Guerra y que se ha materializado hace apenas unos días.
Luisma es un gran apasionado de la montaña que conquistó en solitario el Mont Blanc en 2006. Desde entonces, esa cima se convirtió en un reto personal para su hijo Álvaro, también fotógrafo y videógrafo, de 25 años. Ambos planearon escalarla juntos este verano, mientras grababan un documental contando su historia, sin embargo, el destino tenía otros planes para ellos. En la pasada primavera, Luisma comenzó a sentir fuertes dolores de espalda. El diagnóstico fue demoledor, estenosis de canal. Dos meses con muletas, sin poder apoyar la pierna. Perdió la musculatura que tantos meses llevaba trabajando y con ella, la posibilidad de enfrentarse a los 4.805 metros del Mont Blanc. «Fue muy duro para él saber que no podríamos ascender juntos, pero encontró consuelo en haberlo subido ya una vez y verme subirlo a mí», cuenta Álvaro. «A pesar de los dolores y la cojera, él me acompañó hasta Chamonix y desde el valle, me vio marchar. Y eso también fue especial para él», añade.
La expedición comenzó el 30 de junio en Chamonix. El primer objetivo era aclimatarse. Álvaro, junto a su guía Isidro González Clot y a su amiga, la alpinista vallisoletana Marina Dorado, se internó en el macizo del Mont Blanc. El 1 de julio ascendieron hasta el refugio Albert 1er, a 2.700 metros, donde pasaron la primera noche en altura. «Fue ahí cuando empecé a entender realmente lo que significa pasar la noche en la montaña. No puedes dormir. Es imposible. Estás tumbado, tu cuerpo bombea sangre como si estuvieras corriendo y, aunque estás quieto, el corazón va a mil. El cuerpo está alerta, no descansa. Es una experiencia muy rara», relata. En ese refugio coincidió con Mikel Zabalza, uno de los alpinistas más prestigiosos de España y todo un referente del himalayismo. «Estábamos leyendo sobre él en una revista… y de repente lo teníamos alojado a nuestro lado. Fue increíble», confiesa.
Al día siguiente, alcanzaron los 3.500 metros. «Allí te sentías pequeño, rodeado de colosos de más de cuatro mil metros», relata. «El oxígeno comenzaba a escasear, y el cuerpo a flaquear. Había entrenado durante meses, pero ahí arriba cada paso cuesta. Se sufre muchísimo, pero es parte del proceso de aclimatación», cuenta.
Cuando ascendió el Aiguille du Midi (3.842 m), que es uno de los miradores más altos de Europa, Álvaro vivió un momento muy significativo para él. «Desde niño siempre escuchaba a mi padre contar que cuando subió esta cumbre, la gente miraba a los alpinistas como héroes. Les pedían fotos, les animaban y admiraban. Creía que eso era cosa del pasado. Pero no. La gente se acercaba a preguntarnos, nos tocaban el piolet, nos pedían selfies... Fue brutal. Me sentí dentro de ese sueño que había oído contar tantas veces a mi padre, sin embargo, ahora era yo quien lo estaba viviendo», relata.
El 4 de julio comenzó el verdadero ascenso. Desde el valle, tomaron el teleférico y un tren que les dejó a 2.100 metros. Desde ahí, avanzaron a pie hasta el refugio de Tête Rousse, a 3.100 metros. Esa noche, Álvaro recibió una señal. «La cama que me asignaron era la número 34, que es el número de la suerte de mi padre. Siempre ha estado presente en todas las cosas importantes que le han ocurrido. Al ver ese número, lo sentí como una señal. Supe que lo iba a lograr. No sé cómo explicarlo, pero lo sentí. Era como si él estuviera allí conmigo», confiesa.
La madrugada del 5 de julio, a las 4:00, comenzaron la ascensión final. La primera prueba fue cruzar el 'Corredor de la Muerte', también conocido como 'La Bolera', una zona peligrosa por en la que hay numerosos desprendimientos de rocas. «Hay que subir este tramo de noche, porque las piedras están compactadas con el hielo y hay menos desprendimientos. Es un tramo muy vertical de unos 700 metros de desnivel. Luego pasamos por una zona glaciar con grietas y nos tuvimos que encordar y pasar tensando las cuerdas, por si uno cae, que el otro tense», dice. Y por fin, tras horas de esfuerzo… la cima. «Cuando llegué a los 4.805 metros, sentí que el tiempo se detenía. Miré alrededor y entendí lo que significa estar en el techo de Europa. Lloré, claro. Por mi padre, por mí, por lo que había costado llegar hasta allí. Pero también por todo lo que significaba esa cima. Desde allí hice dos llamadas, una a mi padre y otra a mi novia», comenta. «Allí el viento iba a 40 km/hora. Estábamos a 0Cº pero la sensación térmica era como si estuviéramos a -15Cº. Fueron minutos en los que el cuerpo sólo se encarga de hacer bombear sangre al cerebro. Intentas disfrutar de las vistas y ves a un montón de gente en la cima, muchos llorando, pero no te puedes entretener porque te congelas», dice.
Toda la aventura fue grabada para un documental que llevará por título 'Mont Blanc: la herencia de la cima', que Álvaro planea presentar a festivales de cine. «Grabar allí arriba ha sido un reto brutal. Llevaba el equipo técnico conmigo, y eso pesa. Pero lo más difícil fue compaginar la concentración de escalar con la filmación tratando de evitar todos los riesgos», indica. El documental recogerá la travesía física de este joven fotógrafo vallisoletano y también la historia personal y familiar que hay detrás de esta hazaña. Contará la historia de un hijo que ha cumplido el sueño de un padre, aunque finalmente no lo pudieran vivir juntos. «Mi padre no pisó la cima, pero estuvo conmigo en todo momento. Sin él, jamás habría llegado», agradece Álvaro, quien ya de vuelta en Valladolid, se recupera poco a poco de todo el desgaste que ha sufrido en el ascenso y ya se plantea nuevos retos como subir al Cervino, ir al campamento base del Everest o ir de expedición a la Antártida.
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