El amigo vallisoletano de León XIV que ha escrito un libro sobre el Papa y la amistad
Armando Lovera, vecino de Villa del Prado, presenta este lunes 1 de diciembre su obra 'De Roberto a León. Amistad, memoria y misión'
El pasado 8 de mayo, por la tarde, con el mundo pendiente de una chimenea en el Vaticano, dos gestos cotidianos tal vez pasaron desapercibidos. ... El primero fue un caramelo que cambiaba de manos en la Capilla Sixtina. El segundo, una partida de pádel en el polideportivo Huerta del Rey. Estas dos acciones (invisibles, intrascendentes tal vez para tanta gente) se convierten en parte importante de 'De Roberto a León. Amistad, memoria y misión', un libro escrito por Armando Jesús Lovera –vallisoletano con raíces en Perú, amigo personal del papa León XIV–, y que este lunes por la tarde, a las 20:00 horas, se presenta en el Estudio Teológico Agustiniano, en el Paseo de Filipinos 7.
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El libro, publicado por la editorial Mensajero, explora la amistad cristiana como vocación y motor de evangelización, «cómo el amor fraterno vivido con sencillez y fidelidad puede convertirse en una forma concreta de evangelizar». Y además, ofrece claves sobre los orígenes familiares de Robert Prevost, el religioso de Chicago que acabaría convertido en León XIV. O por qué eligió ese nombre para su Pontificado. O qué relación guarda el Santo Padre con Valladolid, ciudad que visitó a menudo de la mano de su amigo Armando Lovera, un peruano asentado desde hace 13 años en la provincia y que ha acogido en su casa de Villa del Prado al líder de la Iglesia Católica en el mundo.
Pero estábamos con el caramelo y la partida de pádel de aquel jueves 8 de mayo. Después de varias votaciones sin consenso, el cónclave de cardenales reunidos en el Vaticano inicia un nuevo recuento para elegir al nuevo Papa, después de la muerte de Francisco. Un apellido se repite en muchas papeletas: Prevost, Prevost, Prevost. Ese hombre, Robert Prevost, asiste nervioso al escrutinio cuando el cardenal filipino Luis Antonio Talge, que está sentado a su lado, «mete la mano en el bolsillo de su sotana y, con gesto cómplice, le ofrece un caramelo». Cuenta Lovera en el libro que Prevost lo tomó y respiró aliviado. Entendió ese gesto como algo simbólico. «No estaba solo. Quienes lo habían elegido para esta nueva misión estaban con él».
Casi a la misma hora, Armando Lovera entraba en el polideportivo Huerta del Rey. Llevaba a sus hijas a clase de natación. Mientras esperaba a que salieran de la piscina, él tenía programada una partida de pádel. Cuenta que en un receso entre raquetas miró el móvil y se enteró de que su «amigo del alma» había sido elegido nuevo Papa. Y desvela que se arrodilló, que se cubrió el rostro con las manos, que lloró. Y que comprendió que nada volvería a ser igual en esa relación de amistad.
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El Papa «tendría que renunciar a muchas de esas cosas sencillas que le daban alegría: conocer a la gente de cerca, juntarse con amigos para compartir la vida, jugar al tenis, conducir, viajar con libertad». Por ejemplo, a Valladolid. Ciudad que había visitado en varias ocasiones. La última, en septiembre de 2024, cuando se acercó hasta Villa del Prado para bendecir la casa de Armando y su mujer, Nathalie. Esta pareja y Robert Prevost se conocieron en 1991 cuando el religioso era párroco en Nuestra Señora de Montserrat, en la ciudad peruana de Trujillo. Entonces era el padre Roberto, un religioso que casó a la pareja, que bautizó a sus dos hijas, con quien compartió jornadas eternas de amistad.
Esa amistad está en el corazón de este libro. No solo en la relación fraterna entre Armando y León XIV (que también), sino especialmente en cómo el Papa entiende la idea de amistad y cómo ese concepto articula gran parte de su visión y misión cristiana. «Toda su vida pastoral ha estado marcada por la convicción de que la misión solo se realiza tejiendo lazos de amistad», cuenta Lovera en el libro, para añadir a continuación que esa concepción, en su caso, tiene además «raíces agustinianas: la amistad nace de Cristo y en Cristo, la que convierte el trato humano en camino de gracia». «La amistad del alma, la unión que resiste distancias y épocas». Así, explica que León XIV busca una Iglesia «donde la amistad no sea ornamento, sino nervio; no estrategia de poder, sino comunión viva. Una amistad que abre y no cierra, que escucha y no impone».
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Conversaciones
Lovera lo explica porque ha mantenido largas conversaciones con León XIV, con el padre Roberto, con Robert Prevost. Íñigo Ybarra Morell, del grupo de Comunicación Loyola, compañero de Lovera, cuenta que cuando presentaron a Armando y a Robert hace casi 35 años, le dijeron: «Es estadounidense y canonista». Armando lo imaginó «distante, de trato solemne, con el aire formal de los académicos». Pero, en cambio, se encontró a un «hombre cercano, de raíces familiares, de experiencia pastoral profunda y un gran entusiasmo por el Perú», donde había sido destinado para llevar a cabo su labor misionera. Esa vertiente del papa misionero es importante en la trayectoria de León XIV y también en el libro.
El caso es que una de esas conversaciones entre amigos tuvo lugar, a través de Whatsapp, justo antes de que comenzara el cónclave.
–¿Cómo estás?–, le preguntó Armando.
–Bien, tranquilo–, contestó Prevost, cuyo nombre ya estaba en las quinielas.
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–Algunos periodistas te ven papable.
–Entonces, no están bien informados.
Días más tarde, la noche del 8 de mayo, a las 22:00 horas, después del caramelo, la partida de pádel y la fumata blanca, Armando, con cautela, sin querer molestar, envió otro mensaje a ese contacto de su móvil que ahora ya era el nuevo Papa.
–Buenas noches, Santo Padre. Rezamos por ti. Siempre lo hacemos. Ahora más. Dios te siga bendiciendo. Cuenta con nosotros.
Cincuenta minutos después, León XIV contestó: «¡Gracias! ¡Un abrazo!».
Escribe Armando que su familia y él tenían ya apalabrado un viaje para visitar en julio a su amigo Robert. Los billetes ya estaban comprados. Pero ese amigo, ahora como Papa, tendría seguro mil compromisos. La familia vallisoletana le escribió para cancelar el viaje. León XIV les contestó que ni hablar. Que el encuentro seguía adelante, aunque no pudieran verse tanto por las obligaciones del nuevo cargo. A esas alturas de julio, Armando ya había comenzado a escribir el libro. El 16 de mayo de 2025, el Grupo de Comunicación Loyola le pidió que escribiera algo sobre el Papa. Armando no quiso responder hasta comentarlo con León XIV.
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Armando Lovera y Robert Prevost se conocieron en 1991, cuando el futuro Papa desarrollaba su labor misionera en Perú
«Quiero escribir un libro que hable de ti, desde la amistad. La gente quiere conocerte. Y yo quisiera mostrarte tal cual te percibo: un amigo que ofrece su amistad, y con ella, la de aquel que da sentido a su vida, Jesús. Un amigo agustino que ahora es el Papa», le dijo. La respuesta de León XIV fue clara: «Eres mi amigo, confío en ti». Esta conversación, se recoge en la obra, tuvo lugar el 16 de mayo, fiesta de San Alipio y San Posidio, los amigos de San Agustín: el día de la amistad agustiniana. Y tanto el autor como el protagonista del libro lo ven, sin duda, como un símbolo.
La idea de amistad como motor del libro está ya en las primeras páginas, en las palabras que León XIV eligió como introducción. Las pronunció el 2 de agosto de 2025 en una charla que mantuvo con varios fieles en la Vigilia del Jubileo de los Jóvenes. Allí, el Papa recordó que la amistad con Cristo está en la base de la fe. Que la amistad «puede cambiar verdaderamente el mundo», que «la amistad es el camino hacia la paz».
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En el libro puede leerse el extracto de una entrevista que hicieron a Prevost poco antes de que lo nombraran cardenal. Le preguntaron por las aficiones que le gustaba cultivar en su tiempo libre. Y contestó: «Me gusta leer, caminar, viajar, descubrir lugares nuevos. Lo que más disfruto es estar con mis amigos. Conocer personas distintas, aprender de sus dones. Eso me enriquece de verdad. Tener amistades auténticas es hermoso. Creo que es uno de los regalos más grandes que Dios nos ha dado».
Orígenes familiares
Y a partir de ahí, se encadenan varios capítulos en los que se habla de la relación entre Francisco y León XIV o de los motivos por los que Prevost eligió este nombre para su pontificado. No solo por la alusión a León XIII y su 'Rerum novarum', sino también por la cercanía de León XIII a lo agustinos, por su implicación en la evangelización de la selva peruana (donde luego trabajaría Prevost) o por su devoción a Nuestra Señora del Buen Consejo (cuyo santuario en Genazzano, Italia, fue restaurado por León XIII).
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Todos estos detalles se desgranan en un libro que además dedica varios capítulos a los orígenes familiares de Robert Prevost, nieto de emigrantes que buscaron en EE UU un futuro mejor. Su abuelo paterno, Salvatore Giovanni Riggitano, salió con 27 años de Milazzo, una ciudad portuaria al norte de Sicilia, para llegar el 5 de junio de 1903, con 26 dólares en el bolsillo, a Nueva York. Muy pronto se marchó hacia el oeste de Illinois, donde trabajó como profesor y conoció a su pareja, Suzanne. Su hijo Louis Lanti Marius Prevost (nacido en 1920), el padre de Robert, combatió en la Segunda Guerra Mundial y participó, como oficial de la Marina, en el Desembarco de Normandía. Su madre, Mildred Agnes, tenía raíces criollas en la Luisiana colonial. Ese pasado migrante está también en la visión de León XIV, como recuerda Armando Lovera en este libro en el que un amigo vallisoletano cuenta cuál es la idea sincera que el nuevo Papa tiene sobre la amistad.
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