Valladolid
Alan Pipo, el poeta que regala versos en la calleEste rapsoda callejero forma parte del paisaje y paisanaje de la calle Santiago. Cada día la recorre mostrando lo mejor de su obra y sin importarle las inclemencias del tiempo
Llueve en Valladolid. La céntrica calle de Santiago se tiñe de una melancólica belleza mientras los transeúntes abren sus paraguas como escudo ante las inclemencias ... del tiempo. Sin embargo, hay una persona que se mantiene impertérrita viendo el agua caer. Ese es Alan Pipo, el poeta urbano de Valladolid. Todo un personaje que siempre está dispuesto a regalar versos a la intemperie. Él, a pesar del frío, el calor, los aguaceros o la niebla, siempre está ahí. En su esquina de siempre. Como un tesoro literario viviente con el que merece la pena pararse a charlar un rato. Es un alma libre, un sabio y filósofo de la vida.
Es fácilmente reconocible. Siempre lleva un llamativo y puntiagudo gorro, una cayada de madera de castaño y dos grandes carteles colgando cargados con palabras que trascienden el papel. En el que hoy luce se puede leer: «A veces luchamos por grandes triunfos. El mejor triunfo es no triunfar, ser persona con dignidad». Tras ese aspecto extravagante, se esconde un alma sensible que irradia un profundo conocimiento de la vida y del ser humano. «No me extraña que la gente piense que soy un excéntrico, porque lo soy», dice con una sonrisa. Los viandantes que se le acercan y le depositan una moneda, reciben un regalo inesperado: un verso, una reflexión, un proverbio o un chascarrillo llenos de sabiduría. Un trueque cuyo valor no se mide en dinero. «Con lo que saco no me da ni para pagar los carteles, que me cuesta imprimir 10 euros. Pero me da igual. A mí estar en la calle me hace feliz», cuenta este rapsoda callejero.
Nació el 10 de marzo de 1944 en Palencia. En el seno de una familia de hortelanos. Vivió en Baquerín de Campos hasta que con 8 años, él se fue a Herrera de Pisuerga con su abuela. Con 14 llegó a Valladolid con sus padres y hermanos. La vena artística la heredó de su madre, quien también era aficionada a la poesía. «Mi nombre real es muy normal y mundano, pero hace 50 años me lo cambié por Alan Pipo. Alan porque siempre he soñado con tener alas y volar. Y Pipo, por unas entrañables esculturas que había en el parque del Poniente dedicadas a Pipo y Pipa. La primera parte de mi nombre es José, cuyo diminutivo es Pipo, así que me lo apropié. Alan Pipo suena bien, ¿verdad?», pregunta entre risas.
Polifacético donde los haya, trabajó durante 18 años en Fasa. También fue bailaor de flamenco, decorador, florista, cuchillero y tendero. «Como se suele decir, hombre de muchos oficios, pobre seguro. Yo llegué a ser medio 'riquillo' para ser hijo de un obrero, pero acabé arruinándome. En ese momento me tuve que buscar la vida y me hice afilador autodidacta», apunta. «Yo tuve el honor de bailar con Rocío Jurado durante 5 días. Ella cantaba y yo bailaba por bulerías. Entonces ella no tenía ni novio. Estábamos toda la noche de fiesta y por la mañana quedábamos a desayunar con su madre», prosigue. «Siempre he sido un bohemio, pero muy trabajador, ¿eh?, que tengo casi 43 años cotizados», puntualiza.
Se considera una persona «de centro, liberal y progresista». Dice que los extremos nunca le han gustado y presume de llevarse bien con todo el mundo. Para él, el 15M fue toda una revolución social y cultural en la que participó activamente. «A mí me tocó emigrar a Alemania en 1968 para trabajar en la fábrica de neumáticos de Dunlop. Cuando iba hacia allí, viví en París el mayo del 68. Para mí, que soy un revolucionario cultural, ver aquella expresión del pueblo entero en Valladolid, fue muy emocionante. Me pareció una gran revolución pacífica, aunque luego acabó derivando en otras cosas», recuerda.
Dice que para pasar tantas horas en la calle hay que tener ciertas habilidades de psicólogo. «En Internet hay quien ha puesto que los poemas del loco de Alan Pipo, son más leídos que los premios Cervantes», dice entre risas. «Pero es que es verdad. Incluso el Presidente de la Liga Española Pro-Derechos Humanos, Francisco José Alonso, se ha hecho eco de esta frase mía: 'Lo grande siempre nace pequeñito' y eso mismo es lo que acontece con la Declaración Universal de los Derechos Humanos», apunta.
Es un poeta de la calle, pero también ha recitado en importantes estrados, como en la Casa Zorrilla o la Casa Cervantes, entre otros. Ha dedicado poemas a Rosa Chacel, a Miguel Delibes y a Vicente Escudero. «También escribí un romance dedicado a la princesa Leonor, que tuve el honor de entregar a la Reina Sofía cuando visitó la Casa de la India en el 2011. He escrito una letra para el himno de España y por petición de la Federación de Peñas, hice el himno a San Pedro Regalado. Pertenezco a la asociación PanArcadia y cada tres meses envían una poesía mía a la Biblioteca Nacional de Madrid», relata orgulloso de su obra. «Tengo un baúl más grande que el de la Piquer, repleto con todas mis poesías y dos enormes maletas. En mis poemas nunca me meto con nadie. Si nombro a alguien es para alabarle, nunca para atacar y no he pensado nunca publicar un libro con ellas, aunque si que reconozco que estoy trabajando en un libro de fábulas, que me gustaría presentar al premio Planeta. Le tengo muy avanzado y está quedando precioso. Bien valdría para el guion de una película de Spilberg», bromea. «También tengo enterrada una cápsula del tiempo en la Casa de Zorrilla. En ella metí un palomar de Coello, varias monedas, una fotografía mía y un poema», detalla.
Hace más de 30 años que pasea por las calles de Valladolid luciendo sus versos en carteles. Desde hace 4 años, su lugar es la calle Santiago. «Vengo todos los días del año, aunque caigan chuzos de punta. Siempre me pongo en el mismo rincón de la calle y resulta que me he enterado hace poco, que es el mismo que antaño frecuentaba otra poetisa vallisoletana, conocida como la 'Reina Zara', porque era de Zaratán. Se ve que este lugar es inspirador», señala. «La calle te enseña a ser un buen psicólogo. Es difícil estar aquí fuera, pasando frío y calor y encima disfrutando. Porque yo, ante todo, tengo ilusión por lo que hago y gracias a esto he conocido a gente maravillosa», sentencia.
Este poeta callejero es especial en todos los sentidos y entre sus rarezas y muchas vivencias, hubo una, en 1975, que le marcó para siempre y que fue la de ver un extraterrestre en un descampado de Renedo. «Yo estaba con un amigo. Y… ¡menos mal! Porque si no… hubiera pensado que me había vuelto loco. Pero como lo vimos los dos, tengo la tranquilidad de que aquello fue verdad. Me entrevistaron en la revista Año Cero y todo. A partir de aquello, mi amigo empezó a tener mucha carga de electricidad en el cuerpo y a mí fue cuando más se me desarrolló la capacidad creativa. Desde entonces no he dejado de hacer versos. Primero los redacto en mi cabeza, que es como un ordenador. Y cuando ya están terminados, los paso a papel y nunca, nunca se me olvidan», dice este hombre de memoria prodigiosa.
Alan ya tiene escrito su propio epitafio. Un tesoro literario que aguarda su turno para ser el último regalo de un artista que ha dedicado su vida a abrazar almas a través de sus versos. «Cuando me vaya, sólo quedará un recuerdo temporal y mi pensamiento infinito vagará a través de los tiempos, en puntillas y en silencio». Esas palabras rezarán en su tumba el día de mañana, ojalá dentro de mucho. «Para mí la poesía es la mensajera de los sentimientos. Nos proporciona luz y calor para el buen despertar de nuestra mente», remata.
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