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Virginia González en enero de 1920
La sindicalista pionera

La sindicalista pionera

La vallisoletana Virginia González Polo es casi una desconocida en la historia del movimiento obrero pese a su importancia en el impulso de la organización socialista y en las luchas obreras de principios del XX

Enrique Berzal

Domingo, 12 de marzo 2017, 07:43

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La historia académica no suele ser generosa con las mujeres que han liderado el movimiento obrero español, sobre todo en sus comienzos. Haberlas claro que las hubo, pero lo más común es que en la mayoría de las publicaciones pasen desapercibidas en favor de una conocida nómina de hombres que monopoliza la trayectoria de los movimientos sociales. Virginia González Polo, vallisoletana nacida el 2 de abril de 1873, fue una de aquellas mujeres que no suelen figurar en los libros al uso, pese a que su papel fue crucial en el impulso y extensión del socialismo en España.

En efecto, gracias a ella nacieron las primeras agrupaciones socialistas de mujeres, pero además ejerció cargos de relevancia tanto en el PSOE como en la UGT, lideró la escisión comunista de 1921, fue denunciada y encarcelada por organizar manifestaciones y huelgas, y se dio a conocer en toda España a través de una intensa labor proselitista en forma de mítines y conferencias junto a lo más granado del socialismo español de la época. Y aun así, tan solo un puñado de trabajos (Marta del Moral, Aurora de Albornoz, el clásico de Amaro del Rosal, Eduardo Torralba) y el diccionario biográfico del socialismo que coordina Aurelio Martín Nájera en la Fundación Pablo Iglesias se han hecho eco de la valiosa aportación de esta vallisoletana al movimiento obrero español.

Su trayectoria, ciertamente, es impactante. Ribeteadora de calzado desde los nueve años, oficio en el que conoció a su marido, el zapatero ponferradino Lorenzo Rodríguez Echevarría, hasta su muerte, ocurrida en 1923, con solo 50 años, se dedicó en cuerpo y alma al proselitismo socialista. «Yo soy sencillamente una obrera», le confesaba a Margarita Nelken en octubre de 1917, un día antes del Consejo de Guerra que habría de juzgarla por organizar la famosa huelga general de agosto; «tengo el oficio de guarnecedora, y toda mi vida, desde los nueve años, he trabajado en fábricas y talleres: para engañar el hambre. De chica, sí, era bastante rebelde, las injusticias sobre todo me sublevaban, y le decía siempre a mi madre: ¡Quiero ser mayor para ser libre! Entonces me creía que las personas mayores eran libres. A los dieciocho años me casé con un hombre -mejor dicho, con un chiquillo como yo- de ideas avanzadas. Y él me fue enseñando. ¡Quién sabe! Quizás casada con u n católico yo hubiese resultado una mística».

Los primeros núcleos de activistas con los que Virgina entró en contacto fueron los anarquistas que actuaban en León y La Coruña, ciudades a las que hubo de trasladarse con su marido por motivos de trabajo. De hecho, en 1893, un año antes del nacimiento de César, su único hijo, aparece entre los miembros de la Sociedad de Zapateros y Guarnicioneros de La Coruña. Entonces frecuentaba autores y lecturas de ideología libertaria, desde Bakunin y Tierra y Libertad hasta La Revista Blanca, que más tarde completará con libros de Zola y obras como La vida de Jesús, de Renan, y Las mentiras convencionales, de Max Nordau, sus favoritas.

Fue en 1899, en Bilbao, cuando entró en relación con el socialismo organizado: aparte de formalizar su militancia en el PSOE, la vallisoletana comenzó a colaborar en La Lucha de Clases, órgano de prensa del socialismo vasco. Enseguida se erigió en líder de las militantes que querían organizarse bajo las siglas del partido: en 1904 fundó y presidió, junto con miembros de las Juventudes Socialistas, el Grupo Femenino Socialista de Bilbao, que era, además, el primero en toda España. Única mujer en el VIII Congreso de la UGT, celebrado en 1905, propuso que los delegados obreros en el Instituto de Reformas Sociales instasen a cambiar la reglamentación laboral para prohibir el trabajo de las mujeres durante las cuatro semanas anteriores y posteriores al parto, y que los empresarios les reservasen el puesto. En el verano de 1906, una nueva crisis de trabajo la obligó a emigrar con su marido a Buenos Aires (Argentina), donde permaneció poco más de un año. Al regresar a España residieron en Vigo, Palencia y León. En esta última ciudad, Virginia participó activamente en la huelga general de 1909, a consecuencia de lo cual resultó encarcelada y expulsada, por lo que tuvo que emigrar a Bayona (Francia).

Líder socialista

El matrimonio comenzó a estabilizarse a finales de 1910, cuando se instaló en Madrid y abrió una tienda junto a la Casa del Pueblo. Líder del Grupo Femenino Socialista de la capital desde el 1 de diciembre de 1910, ocupó diversos cargos en su Comité y en la Mesa de discusión, y desarrolló una intensa labor propagandista y proselitista por toda España en compañía de líderes como Pablo Iglesias, Julián Besteiro, Ramón Lamoneda, Andrés Saborit, García Conde o Daniel Anguiano. Su popularidad, antes de la Guerra del 14, era incontestable. De hecho, en muchos lugares de la geografía española era la oradora preferida, aclamada por quienes acudían en masa a los mítines.

De su relevancia en el seno del socialismo español dan cuenta las responsabilidades desempeñadas: fue vocal del Comité Nacional del PSOE de 1915 a 1918 y Secretaria Femenina de la Comisión Ejecutiva en 1918-1919, vocal del Comité Nacional de la UGT de 1916 a 1918, representante del Grupo Femenino Socialista de Madrid en el IX Congreso del PSOE en 1912, en el X Congreso en 1915 y en el Congreso Extraordinario en 1919. Asimismo, acudió al XI Congreso de la UGT, en 1914, representando los conserveros de Vigo (Pontevedra), y al XII Congreso haciendo otro tanto con los zapateros de Madrid.

A partir de 1916, en plena crisis de subsistencias, radicalizó su actividad proselitista: el 23 de septiembre fue condenada a un año, ocho meses y veintiún días de destierro y 750 pesetas de multa por injurias a la Iglesia católica; y en agosto del año siguiente formó parte del Comité organizador de la histórica huelga general de agosto de 1917, que en Madrid obtuvo un seguimiento multitudinario para protestar por la carestía de las materias primas. Fue detenida junto a Largo Caballero, Anguiano, Saborit y Besteiro en una vivienda del número 12 de la calle del Desengaño. Según la prensa de la época, Virginia fue la única que opuso resistencia a ser detenida y lanzó por la ventana documentos que implicaban a los reunidos. Finalmente resultó absuelta junto con Juana Sanabria Martínez, al declarar sus compañeros que ella solo se dedicaba a «atenderlos y hacerles la comida». Una afirmación muy propia de la cultura que imperaba en la época sobre la labor de la mujer.

A raíz de la revolución socialista, una facción del PSOE propuso la adhesión a la III Internacional: eran los «terceristas», liderados por la propia Virginia, a quien acompañaban Óscar Pérez Solís, Daniel Anguiano, Antonio García Quejido, Manuel Núñez Arenas, Eduardo Torralba Beci, Luis Mancebo y Evaristo Gil. Una vez desestimada su propuesta en el Congreso socialista de abril de 1921, decidieron escindirse y crear el Partido Comunista Obrero Español (PCOE). Virginia fue la única mujer en su Comité Provisional. En marzo del año siguiente, el I Congreso del Partido Comunista de España la eligió para formar parte del Comité Central como Secretaria Femenina. En julio de 1923 emprendió viaje a Moscú para participar en el III Congreso de la Internacional Comunista, pero tuvo que regresar desde París debido a problemas de salud. Falleció poco después, el 15 de agosto de 1923, en su casa madrileña de la calle Bailén. En numerosos míines, conferencias y artículos denunció la pésima formación intelectual de las mujeres y también su escaso compromiso social, todo ello motivado por la explotación laboral que padecían, pero también por la escasa importancia que los hombres daban a su papel en la esfera civil y política.

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