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Recorrido por la arquitectura del siglo XX.

Tres rutas recuerdan las joyas arquitectónicas del siglo XX en Valladolid

Los recorridos guiados transcurrieron por el barrio de Girón, los edificios industriales y los tesoros de los años 20 y 30

VIDAL ARRANZ

Domingo, 5 de octubre 2014, 13:41

La belleza arquitectónica de Valladolid no se agota en San Pablo, San Gregorio o el Colegio de Santa Cruz. Ni en la catedral. Ni en la Antigua. Ni siquiera en el Teatro Calderón. Dispersas por la ciudad es posible saborear otras pequeñas joyas, mucho más desconocidas, de un Valladolid, el de principios del siglo XX, que se abría a la modernidad y al racionalismo. La agrupación AxS (Arquitectos por la Sostenibilidad) aprovechó la celebración del Día de la Arquitectura para reivindicar ayer ese otro Valladolid mediante tres rutas singulares por la ciudad más desconocida.

La arquitectura del barrio Girón, los edificios industriales y el Valladolid de los años 20 y 30 centraban las propuestas. Esta última probablemente era la más novedosa. Y es que la atenta mirada de Diego González Lasala permitía descubrir esa urbe que ni es la capital monumental heredera de la gloria de la Corte, ni la vulgar depredadora de patrimonio de los años sesenta. Entre ejemplos de una y de otra es posible detectar, si se mira con cuidado, el Valladolid que se atrevió a cosas tales como copiar un diseño socialista vienés para un bloque de viviendas protegidas en Delicias (en la calle Málaga) y encima en plena posguerra.

Son años en los que conviven edificios herederos de la estética decorativa de la arquitectura ecléctica y de los historicismos del siglo XIX con el gusto por la depuración decorativa que acabaría imponiendo la modernidad. A medio camino entre ambas, por ejemplo, el edificio del Café Ideal, en la Plaza del Corrillo, obra de Jacobo Romo en 1926. El viejo gusto por la simetría y por la decoración clásica convive con una incipiente preocupación por la funcionalidad interior. Aunque el exterior todavía es solo una piel, un escenario que se superpone a lo que hay detrás. O el edificio de la Unión y el Fénix, en la esquina de Santiago con Constitución, del año 1934, obra de Gutiérrez Prieto. Un edificio anacrónico, ajeno a las corrientes de la época, que combina con acierto frisos escultóricos clásicos, y capiteles de orden dórico, jónico y corintio para lograr un resultado ejemplar de lo que era el eclecticismo del siglo XIX. «Tiene bastante gracia incluso para quienes no nos gusta esa arquitectura tan ornamental», admite González Lasala. Acierto y, además, una excepcional ubicación, que le permite ser visto desde el final del Campo Grande.

No menos notables son los ejemplos de la arquitectura escolar que se inició durante la dictadura de Primo de Rivera y continuó con la República, movida en ambos casos por el afán de corregir el atraso educativo del país. Al primer periodo corresponde el colegio García Quintana, de Antonio Flórez, una arquitectura de vocación moderna aunque respetuosa con la tradición. Sus grandes ventanales y aulas, y las amplias circulaciones y pasillos de su interior hablan de un país que creía en la importancia de la enseñanza y que quería edificios donde fuera más fácil aprender. También gracias a dotaciones como bibliotecas o laboratorios, desconocidas hasta entonces en las escuelas más tradicionales.

O como el Grupo Escolar San Fernando, en la calle Padre Claret, de Joaquín Muro Antón, expresión del programa de escuelas republicano. Aunque comenzado en 1932, hubo que esperar a 1950 para estrenarlo. De estética depurada, es uno de esos edificios de la modernidad que expresan la devoción de la época por el mundo marino y las máquinas. Las formas redondeadas en esquina y las barandillas recuerdan al casco de un buque. De modo similar a como ocurre con el edificio de la calle Santiago con Héroes de Calatrava. Una pasión que puede detectarse también en uno de los edificios de viviendas modernos más relevantes de Valladolid, el del número 4 de la calle Santiago. Sin embargo, el trabajo de Alfonso Fungairiño «es uno de los primeros que supone una ruptura radical con el antiguo modo de hacer». Un pionero vallisoletano de la modernidad que se merece, al menos, el esfuerzo de alzar la vista para contemplarlo.

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