¿Culpables, los pobres?
«Eliminar el hambre es un imperativo ético basado en el derecho más fundamental, el de la existencia»
JULIÁN BÁSCONES
Domingo, 13 de febrero 2011, 02:10
De nuevo volvió la campaña contra el hambre. Cientos de carteles y anuncios publicitarios se encargan de recordarnos una de las más graves tragedias humanas de la que todos somos responsables. Nuestra conciencia abotagada de bienestar occidental nos impide escuchar con frecuencia el clamor insistente del tercer mundo. Un clamor que complica la existencia de los que descubren que el problema del hambre es angustiante. Solo para algunos, y entre ellos varios mandatarios, los responsables del hambre, la escasez de recursos o la degradación del medio ambiente son los pobres, por perezosos, malos trabajadores, peores administradores y, además, por contar con muchos hijos. La excesiva natalidad en los países pobres la convierten los países ricos en la causa de todos los males.
Claro que, a pesar de que esta causa no se suele afirmar con tanta claridad, casi siempre se actúa como si así fuera. La solución que se propone consiste en reducir, por los medios que sean y al margen de la opinión de los afectados, el número de nacimientos, porque ya somos demasiados en el mundo. Y cuando esta postura se ofrece como salida para erradicar esta lacra que atenaza a una gran parte del mundo, uno se pregunta: ¿por qué producen vergüenza y se transforman en noticia las imágenes de niños y niñas que mueren de necesidad cuando tienen todo el derecho a vivir? Esta postura no puede sorprender ante una visión puramente racional de la vida humana, visión que reduce a las personas a simples números de cálculo. ¿Pero dónde queda la sinceridad? Los países grandes y poderosos consumen bastante más de lo que necesitan, han estropeado sus tierras y ahora se encuentran acosados por los hambrientos del planeta. No obstante, su astucia, sagacidad y egoísmo no les permite reconocer su responsabilidad. De ahí que los culpables sigan siendo los pobres.
Ciertamente que la solución no pasa, en opinión de algunos, por la reducción de la natalidad de los pobres para que sean menos y no peligre el bienestar de los demás, de los países desarrollados, sino que está en el control de los ricos, en la apertura de un camino de solidaridad y de cultura, respetando los modos de ser de cada uno, las diferentes visiones del mundo que poseen otras personas, ya que éste no es de ninguna manera homogéneo. La solución del hambre en el mundo, como fenómeno humano, es posible y también viable, ya que la tierra cuenta con los recursos suficientes capaz de alimentar a una población tres veces mayor que la actual. Entonces, si esto es así, ¿cómo juzgará la historia a una generación que cuenta con todos los medios necesarios para alimentar la población mundial y que rechaza el hacerlo por una obcecación fraticida?
Eliminar el hambre es un imperativo ético basado en el derecho más fundamental, el de la existencia. La eliminación del hambre redunda asimismo en beneficio de los poderosos y ricos. Por la simple razón de que se ampliará el mercado de consumidores cuando los hambriento superen esta lacra. Una razón no muy generosa y humana, pero verdadera. Así lo dice este domingo Manos Unidas con ocasión de la Campaña contra el Hambre. ¡Quién lo duda! Los que viven bien prefieren continuar ignorando a los más pobres, olvidándose de sus responsabilidades. Y si no basta con recordar aquella anécdota del economista y político cuando, defendiendo en una conferencia que en la tierra somos muchos y, por tanto, sobramos, alguien le sugirió que comenzara por él, aunque los que sobraban, según el sesudo profesor, eran los pobres, nunca el profesor. ¡Qué tendrán los pobres para que siempre sean culpables!
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