Agosto, 1936

Las fuerzas 'nacionales' se hicieron con el control de los organismos oficiales sin encontrar resistencia alguna, pero el terror de la guerra comenzó a sentirse en Segovia a medida que avanzaba el verano. Lo ocurrido en la capital tardó unos días en extenderse al resto de la provincia, porque la ausencia de efectivos de la Guardia Civil -todos habían acudido a la ciudad el día 17 de julio reclamados por el gobernador civil- favoreció la organización de las agrupaciones izquierdistas en los pueblos, que resistieron el tiempo en que tardaron en regresar los guardias civiles y las primeras escuadras de falangistas, muchas procedentes de Valladolid, que se dedicaron a destituir gestoras frentepopulistas y a 'limpiarle' los fondos a los municipios.

En la capital, las detenciones de los dirigentes y militantes de la izquierda comenzaron pronto, mientras que la huelga general convocada desde Madrid era secundada por numerosos obreros. Los rebeldes iniciaron entonces una represión implacable que adoptó los matices más siniestros. Las ejecuciones de desafectos se sucedieron a lo largo y ancho de toda la provincia; también los castigos ejemplares, las humillaciones y las purgas con aceite de ricino. Al terror que las detenciones causaban entre la población, se sumó el suscitado por el run run de la guerra. Los combates ya se libraban a cuerpo abierto en el Alto del León, pero el día 1 de agosto tuvo lugar la primera incursión de la aviación republicana en el cielo de Segovia. Aquel día, el ataque del llamado 'pájaro negro', un avión ruso de aspecto siniestro, rozó la Catedral y se saldó con la muerte de dos ciudadanos. El bombardeo más dañino llegó el 14 de agosto. Las bombas cayeron en la carretera de Boceguillas, muy cerca del Acueducto, y acabaron con la vida de ocho civiles. Los 'nacionales' respondían a cada ataque con 'sacas' de presos de las cárceles segovianas. Especialmente cruentas fueron las de los días 15, 27 y 31 de agosto. Al menos dos de ellas coincidieron con sendos bombardeos de la aviación 'roja'.

Estos hechos dejaron una provincia amedrentada y sumida en un silencio sepulcral sólo roto por las rogativas a la Virgen de la Fuencisla y la propaganda fascista que reclamaba un compromiso firme de mujeres, hombres y niños con la obra joseantoniana.