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1. VALLADOLID Veinte trabajadores acceden al autobús que les llevará a Renault. «Durante el trayecto, cada uno va pensando en sus cosas». Con seis horas de sueño, como decían las abuelas, «hay pocas ganas de música». Y eso, a pesar de que, después de tantos años, «nos conocemos todos los que subimos en cada parada». :: R. OTAZO
24 HORAS EN CASTILLA Y LEÓN

Duermevela entre extintores y seguridadEl bocadillo mañanero del currito madrugador

LORENA SANCHO F. IZQUIERDO

Miércoles, 23 de junio 2010, 02:58

Con veinte años de profesión a sus espaldas, Juan Ramón López desconoce todavía cuándo tiene que ejercer su trabajo. Es impredecible. No tiene un horario ni lugar fijos. Tan pronto puede surgir a las tres de la mañana en varios sitios distintos que pasar veinticuatro horas sin una actuación. Es el día a día de un bombero.

El olor de la cena todavía impregna algunas de las estancias de este parque de Bomberos de Ávila. Ocho hombres charlan en el comedor de este edificio que hace las veces de vivienda para los agentes de guardia. Intentan matar el rato en una jornada que hasta el momento discurre tranquila. La televisión y alguna «partidita» de mus son sus distracciones. «Esto es imprevisible, un día tuvimos tres salidas a la vez y otros no tenemos ninguna», comenta el cabo de Bomberos, Juan Ramón López. Mientras camina por los pasillos del parque, se detiene ante un mapa de la provincia de Ávila. En caso de incendio o accidente cubren hasta el punto más lejano, que puede estar a cien kilómetros. «Aunque ahora nos llaman por cualquier cosa», dice. De las 450 salidas que tuvieron en el 2009, las más duras, sin duda, las que requieren excarcelar a ocupantes de un vehículo. «En un lugar como Ávila conoces a la mayoría de la gente y cuando vas para allá no sabes con qué te vas a encontrar».

Los minutos del reloj pasan despacio para estos bomberos en una guardia de 24 horas. El día ha requerido prácticas y entrenamientos. Algunos optan por descansar «con un ojo abierto y otro cerrado». En caso de llamada, están acostumbrados a actuar con rapidez. «En 45 segundos estamos en marcha».

Su descanso está a estas horas lejos del de un grupo de jóvenes de Valladolid. También están en un parque, pero no de bomberos. Charlan y disfrutan de los amigos en un 'botellón'. Ninguna llamada puede interrumpir el momento.

La tenue luz de las farolas ilumina la vallisoletana plaza Circular y sólo las lámparas de un quinto piso desafían a la oscuridad del resto de viviendas. Son las cinco de la mañana y aquí hay poco movimiento. Un grupo de personas sale de un local y toma un taxi camino de casa. A los pocos minutos, un hombre espera a su mujer, que vuelve de trabajar después de limpiar una oficina. De nuevo, la Circular vacía y unos semáforos que trabajan para nadie. Hasta que, minutos antes de las cinco y media, varios peatones salen desde distintos puntos de la plaza y, con ritmo dispar, se unen en un mismo lugar, la marquesina donde dentro de unos instantes parará el autobús que les llevará a su trabajo, en la fábrica de automóviles Renault. No hay muchas palabras entre ellos. Tan sólo leves gestos de saludo y caras serias, muy serias. El madrugón es importante y no hay demasiadas ganas de conversación. Ni siquiera durante le trayecto, como confiesa Luis Rodríguez. Operario de la sección de Montaje desde hace 35 años, Luis es un habitual de estos vehículos y del horario «para el que muchas veces, por la fuerza de costumbre, casi ni se necesita despertador». ¿Es duro? «Como dice el refrán, el burro se acostumbra a los palos», comenta con resignación.

Luis se acaba de despertar, pero hay otros que ya llevan unas cuantas horas danzando. Como Pablo Santos, en su supermercado 24 horas de Salamanca. O Agustín Serrano, uno de los cuatro panaderos de Arévalo, que a las tres de la mañana ya ha comenzado a amasar las 700 barras que saldrán de sus hornos. ¿Por qué tan pronto? Porque a estas horas, a las cinco y media, ya tiene abierta la tienda junto al obrador y hay obreros -curritos madrugadores como los 'faseros' de la Circular- que se acercan para llevarse calentito el pan que comerán a mediodía.

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