El calvario de llegar a pesar 44 kilos: «Yo a mi anorexia le llamo Ana»
Una joven de 24 años con este trastorno alimentario relata su calvario hasta llegar a pesar 42'5 kilos y su actual reto de engordar
Ainhoa de las Heras
Domingo, 14 de mayo 2023, 07:39
Llama a su enfermedad Ana para no identificarse con ella. «Para no creerte que eres tú, aunque va a acompañarme de por vida». A diferencia ... de otras afectadas, Victoria, nombre ficticio elegido por ella misma, siempre ha sido consciente de que sufría «anorexia nerviosa restrictiva». «Es una enfermedad mental, no física. La gente se queda con que una anoréxica vomita porque se ve gorda y porque se lo han inculcado en las redes sociales. Pero yo no me siento identificada con eso. Tenía curvas y una talla 95 de pecho, pero estaba a gusto con mi cuerpo. Nadie me ha llamado nunca gorda», precisa mientras enseña orgullosa una foto de «cómo era antes». «Ahora uso tops y bragas de niña. Yo restrinjo (se refiere así a cuando deja de comer) cuando me siento mal emocionalmente».
Cuando comenzó todo acababa de cumplir los 18, ahora tiene 24. «Empecé a comer sano durante la pandemia». La joven vizcaína, licenciada en Ciencias Políticas con mención en relaciones internacionales y un máster en derechos humanos, vivía independizada en Madrid para completar sus estudios. Se considera «perfeccionista, incluso cuadriculada, obsesiva y con la autoestima baja», un perfil que suele repetirse en las chicas con anorexia.
Ella señala como desencadenante de su enfermedad la relación tóxica que mantenía con un chico en aquel momento. «Aparentemente éramos la pareja perfecta. Pero yo tapaba mi sufrimiento, el maltrato psicológico». Empecé a ir al gimnasio a las seis de la mañana como válvula de escape y «dejé de quedar con mis amigos porque suponía comer y beber». Consciente de que empezaba a tener un problema grave, cogió cuatro cosas, las metió en una maleta y voló a Bilbao. «Mi madre me había preparado garbanzos, que me encantaban, pero le mentí y le dije que estaba llena porque había desayunado mucho en el aeropuerto». Victoria estaba ya cayendo en el abismo.
Una vez en casa, les soltó a sus padres: «Me pasa algo. Creo que tengo anorexia nerviosa restrictiva». Había investigado por su cuenta en internet y era la primera vez que «lo verbalizaba». En poco más de una hora, su padre consiguió una cita con un especialista privado en Bilbao. Gracias al tratamiento psiquiátrico, que «es mi salvador», ahora sabe que sufre también alexitimia, que «agrava la anorexia porque tengo las emociones apagadas. No sé gestionar ni lo bueno ni lo malo. Cuando saco un 9, en lugar de ponerme contenta, pienso por qué no un 10», pone como ejemplo. Después de tres ingresos en la Unidad de Psiquiatría de un hospital vizcaíno en apenas dos años, ahora pesa menos que nunca: 42,5 kilos «con ropa y después de desayunar», matiza ella, pero psicológicamente se encuentra «muy contenta»
«Es una enfermedad mental, no física. Dejo de comer cuando me siento mal emocionalmente»
Ración semanal de dulce
Ha encontrado teletrabajo en una consultoría y su jefa «sabe lo que tengo y no me juzga». Su reto ahora pasa por engordar y superar los niveles críticos para no tener que volver a ingresar. Come lo que indica «la pauta», la dieta que debe seguir, con cuatro comidas al día, aunque sólo alimentos que le gustan y apetecen. «Parece mentira pero no puedo pasar sin mi ración de dulce semanal», dice.
Las dietas hipocalóricas durante los ingresos hospitalarios, que, por otra parte son necesarias para salvarle la vida, le han generado un trauma. «Tengo pavor al aceite de oliva porque me hicieron beber un blíster, y a los guisos con salsas». También aborrece los fritos y rebozados que allí le ofrecían. Cree, por contra, que debería haber una terapia con psicólogos, además de psiquiatras y endocrinos, y reclama una unidad específica para los afectados de esta compleja enfermedad, con «personal formado, motivado y empático».
A Victoria le encanta cocinar y además es una buena chef. Colgaba recetas saludables en Instagram, aunque ahora tiene prohibido acercarse a los fogones, ni siquiera a la cocina, por su afán de «control». «Necesito tenerlo todo súper atado», admite. Come lo que le pone su madre. Hoy, dos yogures con arándanos y cereales de avena para desayunar, patatas cocidas a mediodía y verdura con carne o pescado para cenar.
La clave
50 kilos
y 18 de masa muscular es el objetivo de Victoria para salir de los criterios de ingreso.
Ha dado el paso de salir a algún restaurante o pastelería. «He quitado el miedo a las hamburguesas», se alegra. Su objetivo es alcanzar los 50 kilos y 18 de índice de masa muscular. Antes, disfrutaba de la comida, pero ahora lo junta todo en un plato para comer rápido y «pasar cuanto antes el sufrimiento». Necesita tomar pastillas para dormir y evitar los terrores nocturnos porque su mente no descansa, está siempre hiperactiva.
La anorexia le ha hecho incluso decrecer, de 1,72 metros a 1,67. Incluso ha perdido talla de pie, de un 40 a 39. También se le ha retirado la regla, tiene la tensión baja, braquicardia y se le cae mucho el pelo, entre otras secuelas. Pero mantiene un cutis envidiable gracias a los cuidados que con mimo se aplica en la piel. Victoria ha decidido hablar de forma pública para ayudar a otras chicas a no caer en este infierno, que arrastra también a los padres, quienes ven impotentes cómo sus hijas se autodestruyen.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión