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Cuarto encierro de Cuéllar por el campo. Nacho Valverde (Ical)

Cuéllar

El encierro de los utreros de Montes de Oca exhibe ingeniería de bueyes

El buen manejo de los cabestros permitió que los seis astados llegaran hasta las calles de la población

César Mata

Cuéllar

Miércoles, 3 de septiembre 2025, 14:04

Desde la salida de los corrales del Puente Segoviano se pudo advertir que la conducción del encierro en su tramo campero no sería fácil. La ... alquimia de procedencias domecq –con preponderancia Jandilla- en los utreros de Montes de Oca, divisa gaditana, no estaba contraindicada para el hermanamiento, pero un astado, negro zaíno, bien armado, quería hacerse notar. Y bien que lo consiguió. Un activista del segregacionismo.

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Al poco de adentrarse en el laberinto arbóreo del pinar el sexteto de lidia se rompió en dos, entre una tormenta de polvo y ecos de advertencia. Tres y tres, que nadie se queje de igualdad ni equidad. Aunque una cosa no es la misma que la otra. En este caso sí tenía cierta importancia la equiparación de lotes, pues en la misma proporción se adjudicaron los bueyes que correspondían a cada bando. Surgió, en ese momento, una disyuntiva en el cuartel general de las monturas. Intentar su unión, o continuar el camino del mismo modo en el que sus instintos habían separado a los cornúpetas.

Se adoptó la propuesta más arriesgada, unir la piara bóvida e intentar desfilar por el paso de Las Máquinas como un solo grupo, aunque con su inevitable estiramiento. Pero, antes de llegar al arroyo Cerquilla volvió a escindirse la comitiva, aunque con la ventaja de que ninguno de los dos bloques abandonara el rumbo que manda la secular costumbre. La singladura hacia el rastrojo que linda con el norte de la carretera de Cantalejo resultó templada, sin estridencias ni galopes a destiempo, por lo que se pudo recuperar la cohesión en una posterior parada estratégica. Tiempo de silencio, de recuperar lazos y coordinar monturas y garrochas. Las idas y venidas de las reses en el pinar pasaban su factura, que era evidente en la agitada respiración de algunos de los ejemplares.

Se reanudó la marcha, en ligera subida, que favorece el borrado de ideaciones separatistas. Todo lo que supone esfuerzo es un método selectivo, un cribado de actitudes indecisas. Cuando ya se podía contemplar el paso por el túnel bajo la autovía de Pinares, el utrero díscolo volvió a plantear, seriamente, su separación del grupo. Irrevocable su decisión, hubo que recurrir a los bueyes de urgencia, que esperan su intervención acantonados en un camión. Desplegado el pelotón en la reserva de mansos, la ronca sintonía de pacientes cencerros logró seducir al animal, que finalmente atravesó el paso subterráneo y se unió a sus hermanos, que esperaban en calma. Que no sería definitiva, como presagiaban las monturas más veteranas.

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Mientras tanto, en faena campera e industrial, se lograba que los bueyes de urgencia regresaran a su plataforma móvil. Su camión en el que esperan inquietos su actuación en caso de ser necesarios.

Un ejército de garrochas comenzó a avanzar hacia el pago de Los Encaños, cuya leve vaguada supone un material acelerante para los ánimos prófugos de los bravos menos solidarios con su grey de origen. El galope, de media intensidad, puso la maquinaria en un nivel de riesgo elevado. Los de Montes de Oca se abrían en abanico en su avance hacia la planicie en cuyo extremo se rompe con el descenso del embudo. Los bueyes permanecían atentos, ampliando su despliegue. Lograron encelar las embestidas de cinco de los seis utreros. Uno, el de siempre, abandonó la disciplina de la manada y se dirigió, con trote desafiante, hacia los espectadores de esa loma, que optaron por refugiarse en los vehículos.

En su huida regresó a su punto de disgregación trescientos metros atrás. Allí se quedó, inquieto y encampanado, mientras, nuevamente, se descargaban los bueyes de urgencia, que lo rodearon mansamente a los pocos segundos.

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Mientras tanto, al fondo del embudo, casi en la entrada a Cuéllar, un castaño se negaba a dirigir su camino hacia los adoquines, aculado junto a una valla naranja. Los caballistas lograron encelarlo con su grupa y garrocha para que acabara llegando a las calles, no sin cierta fatiga.

En la loma colindante por la derecha con la bajada al embudo, caballistas y mansos de la reserva se afanaban por reconducir el viaje a ninguna parte del utrero en huida. Finalmente lograron encauzarlo por un camino, con los bueyes de zaga y estribo dando cumplimiento con fidelidad a su función. La colocación idónea de las monturas, evitando vías de escape logró que se encerrara al sexto y último bravo. Ingeniería de bueyes, paciencia y saber hacer desde los caballos para lograr que el rito se consume.

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