Nacho Casado, en su panadería en Prádena. El Norte

El despacho de Prádena que reparte pan en vez de hacerlo para «vivir mejor»

«La mentalidad es diferente; antes se vivía por trabajar y ahora, no», subraya Nacho Casado, que dejó sus planes para mantener el negocio que inició su abuelo

Miércoles, 10 de septiembre 2025, 10:07

Nacho Casado dijo en la mayoría de edad que no quería la vida de sus antecesores, el negocio familiar que levantó su abuelo Saturnino en ... Prádena, llevando el pan a los pueblos de la comarca en mula. «Conlleva mucho sacrificio, es un jaleo muy grande... Yo lo veía por mi padre, que libraba solo tres días al año. Esto no es para mí». Con el tiempo ha encontrado la fórmula para mantener el despacho sin tener que levantarse a las tres de la mañana y no librar ni un solo festivo: recibe el pan de Boceguillas y el margen de la transacción es suficiente para vivir con dignidad. La tercera generación abandonó el horno, pero no el pan. «La mentalidad es diferente; antes se vivía por trabajar y ahora, no. Yo contrato una persona y me voy equis días. Y eso mis padres, que no han cerrado en su vida, no lo veían. La calidad de vida ha mejorado».

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Saturnino llegó a Prádena procedente de Rebollo y montó en plena posguerra una panadería que hacía las veces de tienda de ultramarinos. Y repartía por una comarca amplísima, en burro, hasta que se hizo con un par de furgonetas que ya utilizarían dos de sus hijos, la siguiente generación, con la que compartió el negocio, El Trabuco, hasta su jubilación. Con ellos, desapareció lo demás y la cosa quedó en panadería y bollería.

«Se gana bien. Lo malo es que son los meses gordos, julio y agosto. El resto del año es un poco sobrevivir»

Así llegaron a 2008, cuando el padre de Nacho se prejubiló y la familia dejó de hacer el pan. «Ni mi hermano ni yo queríamos seguir porque estábamos estudiando. Ya habíamos trabajado desde los 16 y no queríamos eso». Vendieron los hornos —uno eléctrico y otro de leña— pero mantuvieron el despacho, aunque el pan viniera de fuera. Lo atendió, como hasta entonces, su madre; mientras, su tío complementaba la tarea con las rutas de reparto de toda la vida. Una docena de pueblos de la provincia de Segovia que ahora penden de un hilo cuando asuma su jubilación inminente. Ese despacho de pan sumó más productos del obrador de Boceguillas, como la bollería. También emprendieron una pequeña reforma en el local y ganaron un espacio de cafetería.

Nacho, de 39 años, se marchó a hacer Magisterio en 2008 y vivió unos años a Reino Unido para convertirse en profesor de inglés. «Volví, oposité, lo típico, vaya». Aunque trabajó dos años como profesor, no terminó de asentarse y vio una salida como hijo pródigo. «Como no aprobaba la oposición y ya les ayudaba previamente, pues me quedo aquí y ya está». Lleva dos años en el despacho y ejercita el inglés para sorprender de vez en cuando a algún extranjero que para por allí. «Ahí me vengo arriba», sonríe. Por ejemplo, en la última final de la Champions disputada en Madrid entre Liverpool y Tottenham.

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Y alguien que quería salir de Prádena encontró una vida rentable. «Se gana bien. Lo malo es que son los meses gordos, julio y agosto. El resto del año es un poco sobrevivir». A fin de cuentas, mejor que otras alternativas. «Hay gente con licenciatura que malvive. En Madrid eres maestro y tienes que compartir piso ¿Pero qué es esto? Que no. Ves los alquileres hoy en día y es inviable». Nada que ver con una casa en el pueblo con los gastos justos. Y una rutina más desahogada que espera mantener todo lo posible. «En verano se trabaja mucho, pero en invierno los pueblos van a menos. ¿Y dentro de diez años qué pasará? Porque no hay gente que se quede».

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