Segovia
El fin de cuatro generaciones de panaderos en CantalejoFelicísimo Gómez y su mujer, Paquita Gil Pérez, apagan los hornos de su obrador centenario de forma definitiva después de toda una vida dedicada a la atención y reparto de sus productos a clientes de toda la comarca
Hay oficios que, más que una vocación, se convierten en un legado. Algunos negocios exigen una dedicación de mañana, tarde y madrugada, en los que no existen los festivos ni los fines de semana. El sacrificio es una cualidad asumida por las panaderías y obradores que, con el paso de los años, van recortando su censo en Segovia. A partir de agosto, un nuevo horno se apagará de forma definitiva. Felicísimo Gómez pone fecha al cierre de su comercio en Cantalejo por jubilación, lo que supone el fin de la cuarta generación de panaderos briqueros.
Después de toda una vida dedicada al negocio, «no sé cómo nos apañaremos ahora, espero que bien», bromea Felicísimo. El olor a harina tostada y el crujido de la hogaza recién hecha han estado presentes en su día a día durante 75 años, edad de Felicísimo Gómez, que prácticamente nació con un pan debajo el brazo, pues ha heredado más de un siglo de recetas de sus antepasados. No sabe la fecha exacta en la que su familia inauguró la panadería, pero conoce a la perfección la huella que durante tantos años han dejado sus productos artesanales en Cantalejo.
«No teníamos pensado cerrar ni nada de eso, pero estamos muy trabajados y necesitamos descansar, vivir un poco»
El cierre por jubilación ha sido una decisión difícil de tomar. «No teníamos pensado cerrar ni nada de eso, pero estamos muy trabajados y necesitamos descansar, vivir un poco», reconoce. La dificultad a la hora de encontrar personal que se comprometa a trabajar en un negocio que comienza su jornada a las tres de la madrugada y atiende a su último cliente al final de la tarde ha sido el principal motivo que ha obligado a poner fin a un comercio histórico en el municipio briquero. «Nadie quiere trabajar, los oficios basados en el sacrificio no los quieren», lamenta. Su hija ha intentado continuar con el legado, pero la ausencia de empleados les ha desbordado en una actividad diaria que no contempla descasos ni vacaciones. «Con la gente que somos no podemos tirar para adelante, por eso cerraremos el día 1 de agosto». Hace tan solo unos días que colocó los carteles con el anuncio.
Los tiempos han cambiado. La panadería Felícisimo Gómez se instaló hace más de 80 años en su actual ubicación, en la calle Verdinal, ya que antes se situaba en el centro del municipio. «Es un comercio de toda la vida», puntualiza. Cuando el vecino briquero tan solo tenía siete años, iba con su hermano a repartir el pan puerta por puerta. «Desde pequeñitos ya estábamos con el negocio», recuerda con añoranza. Cuando crecieron, extendieron su radio de venta a otros pueblos cercanos, como Cabezuela. «Íbamos en un remolque tirado por un burro con aguaderas».
Luego consiguieron el permiso de conducir, lo que les permitió dar a conocer su producto por toda la comarca. A día de hoy, los residentes en Sebúlcor, Aldeonsancho, Valdesimonte, Rebollar, Condado de Castinovo o Matabuena, entre otras localidades, son algunos de sus clientes más preciados gracias a la distribución directa que lleva a cabo Felicísimo por medio de sus viajes diarios en furgoneta.
Lo cierto es que nada tiene que ver la rutina cotidiana que ahora se cumple en la panadería con la que se desarrollaba hace cien años. Los métodos han evolucionado «muchísimo». «Antes era un poco más artesanal y con el paso del tiempo se ha ido incorporando maquinaria». Eso ha permitido aumentar la producción de productos de especialidad que en cada ejercicio atraen a miles de clientes al comercio. Cuando Felicísimo heredó la panadería de su madre, tan solo se hacían barras y hogazas. Pronto debutó en la bollería y, cuando se casó, su esposa Paquita Gil Pérez «se fue metiendo mucho más en la pastelería». «Hemos abarcado tanto, tanto, que no hemos podido con todo, casi nos hemos ahogado», considera.
Pan bollo, tortas de chicharrones, bizcochos, magdalenas y bollos de aceite son algunas de las recetas que permanecen intactas desde hace décadas y que actualmente siguen llenando las vitrinas. También se han ido incorporando otras elaboraciones, como son las empanadas, los bollos de pastafrola, las tejas o los cruasanes rellenos de chocolate. «A la gente le gusta el ponche briquero, vendemos muchos todos los días», destaca. «Todo lo que fabricamos lo vendemos en casa, la gente viene a por ello porque sabe que no lleva ningún conservante ni aditivos ni nada; saben que una bolsa de magdalenas dura solo quince días, pero porque todo es natural», asevera.
Una vida de sacrificio
Felicísimo y Paquita, con la ayuda de sus allegados, han despachado tras el mostrador a abuelos, padres y nietos. A familias enteras. «Nosotros no hemos disfrutado de nada, hemos vivido solamente para el negocio y para atender al público que viene», asegura el panadero. Si en alguna ocasión estaban invitados a una boda, «llegábamos cuando ya estaban todos comiendo». Si había fiesta en el pueblo, «teníamos que volvernos rápido a casa porque al día siguiente había que madrugar». Es un sacrificio que ha tenido su parte negativa, pero también positiva.
«Ha venido muchísima gente a felicitarnos por la jubilación, nos han dicho que nos van a echar mucho de menos», comenta emocionado. El anuncio del cierre del negocio ha supuesto un «shock» para muchos clientes, corrobora Paquita. «¿Qué vamos a hacer ahora sin vosotros?», se ha podido escuchar en sendas ocasiones a las puertas del local estos últimos días.
Tras el cierre de la panadería Felicísimo Gómez, Cantalejo tan solo contará con un negocio de fabricación de pan
Felicísimo, que durante años ha ostentado el cargo de presidente de la Asociación Provincial de Fabricantes y Expendedores Panadería, Bollería y Pastelería de Segovia, reconoce que ha tardado un tiempo en poner fin a su etapa laboral precisamente por los vecinos de aquellos pueblos en los que hacía el reparto. No falló un solo día en la pandemia y tampoco durante la borrasca Filomena.
«Es muy duro sentir que abandonas a la gente de los pequeños municipios; en invierno apenas hay cuatro habitantes en cada uno». No esconde su preocupación. «Me da muchísima pena, porque son sobre todo personas mayores... Habrá alguno que tenga coche, no sé como se apañarán». Felicísimo ha intentado contactar con otros negocios para mantener este servicio, pero «es imposible». «Aquí en Cantalejo, que es un pueblo más grande, solo va a quedar uno que fabrique pan», sostiene.
El descanso es merecido. «Seguro que nos va a venir bien». El matrimonio briquero va a experimentar un cambio drástico en su vida. Su objetivo principal es ahora disfrutar de la familia, «simplemente pasar el rato». Aunque «tenemos muchas cosas que hacer, así que no pararemos... Desde luego, huerta no quiero, ya lo tengo dicho», bromea. «Es un cambio un poco brusco, pero lamentablemente todo tiene su fin», concluye.
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