El deporte segoviano después de Perico
La provincia mantiene el culto a disciplinas como el ciclismo o el atletismo, testigo del boom de las carreras populares, mientras encumbra a nuevos olímpicos como Javi Guerra o David Llorente, vive una historia de amor y desamor con el fútbol sala o asiste al crecimiento de la Segoviana y a la eclosión del Balonmano Nava
Los grandes iconos del deporte segoviano del siglo XX fueron genios que llegaron por generación espontánea, sin una fábrica detrás destinada a crear atletas de élite. Hablamos de una época sin centros de alto rendimiento en la que un deportista excepcional era un boleto ganador de lotería. Cuantos más números juegue uno –es decir, habitantes–, más probable era el bingo. Segovia, con su escasa población, lo tenía más difícil. Así que los que surgieron han perdurado con más facilidad en el recuerdo y ahora tienen su hueco en los callejeros o en los pabellones. Un hueco al que aspiran sus herederos, olímpicos como Javi Guerra o David Llorente. El deporte segoviano despertó con Pedro Delgado, pero las últimas tres décadas han diversificado sus miras. No hay ganadores del Tour, pero hay historias dignas de una calle.
Las dos disciplinas más exitosas del siglo XX en la provincia fueron el atletismo y el ciclismo. Antes de que Perico se convirtiera en el primer deportista segoviano con una dimensión internacional, hubo pioneros como el maratoniano Agustín Fernández, olímpico en 1976, o el ciclista Carlos Melero, ganador de una etapa de la Vuelta a España y miembro de la delegación española en los Juegos de Múnich 72.
La figura de Delgado supuso un antes y un después. Si el deporte español entró en una nueva edad tras los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, el ciclista segoviano fue uno de los primeros en derribar la puerta. Lo hizo, además, triunfando en casa, pues se llevó la Vuelta a España de 1985, su primera grande, en una escapada que terminó en la ciudad. Fue la primera vez que un deportista segoviano acaparaba portadas nacionales. Y ocurrió en las instalaciones de Dyc, apenas a unos kilómetros de las modestas viviendas de La Albuera en las que creció. O del polígono en el que había corrido una década antes su primera competición. Fue la cuadratura del círculo.
Aquel logro despertó un fenómeno de masas en una era sin internet ni redes sociales. Con viajes de segovianos en autobús para ver el Tour de Francia, ya fuera en los Alpes o en París. Los medios eran modestos, pero la fiebre que inundó a la ciudad fue el gran legado del segoviano, que se convirtió en 1988 en el tercer español que ganaba un Tour de Francia, tras años quedándose a las puertas. Llegó una Vuelta a España más para una figura que cedió el testigo a Miguel Indurain pero que mantuvo el tipo en la etapa final de su carrera. Delgado fue el principal embajador del deporte segoviano, un peso que creció si cabe en su labor como comentarista.
Como era natural, el ciclismo segoviano no tuvo un recambio de ese nivel cuando Delgado colgó la bicicleta, pero mantuvo su momento dulce durante los años 90 y principios de la siguiente década, con profesionales como José Luis de Santos o Pablo de Pedro, el último segoviano en ganar la Vuelta a Segovia, en 2002. La carrera decana del ciclismo local vivió momentos muy complicados, con su viabilidad en el alambre en la pasada década, pero aumentó la inversión municipal y Delgado puso de su parte para recuperar una tercera etapa, habitualmente montañosa.
Sin embargo, el principal evento ciclista de Segovia no es competitivo. La Perico, la marcha cicloturista fundada por Delgado, congrega en la ciudad a unos 2.000 corredores en una cita que habitualmente se celebra el segundo domingo de agosto. La organización convirtió el evento en una forma de reconocimiento a las viejas glorias del ciclismo español y cumplió el año pasado su edición número 27, con homenajes como el que recibió aquel Reynolds que ganó con Delgado el Tour de Francia de 1988 tres décadas después.
El cuento de hadas que logró el BM Nava
La gran historia de barreras superadas en la España Vaciada. El pueblo que no llega a los 3.000 habitantes y en el que apenas nacen niños ha conseguido pasar en diez años de la Segunda Nacional –la cuarta categoría del balonmano español– a la cúspide, la liga Asobal. El músculo del proyecto es la pertenencia del pueblo, con la mayoría de los negocios implicados y la población como músculo deportivo.
El periplo del Nava no ha estado exento de obstáculos. El salto de División de Honor Plata fue una agonía, con una fase de ascenso disputada en Segovia que se escapó por un gol a falta de menos de diez segundos. Tampoco fue fácil llegar a Asobal, con el Pedro Delgado asistiendo al triunfo del Sinfín sobre un Nava que era favorito en la final de 2018. Pero aquel equipo se levantó y logró ascender al año siguiente como campeón liguero y una trayectoria imponente que incluyó 14 victorias en casa.
En el nuevo pabellón, el gran legado del club, que lo ha peleado durante casi una década, presentando más de 6.000 firmas ante la Junta de Castilla y León para que cumpliera su compromiso con la localidad. Atrás quedaron las limitaciones del antiguo frontón, un recinto gélido en el que no eran raras las condensaciones, tanto en entrenamientos como en partidos que debieron aplazarse. Un grande como el Bidasoa lo vivió en sus propias carnes.
El legado de Nava de la Asunción como pueblo de balonmano llevó a sus fiestas patronales a iconos nacionales como Juan de Dios Román, con quien Quintín Maestro, presidente hasta 2018, trabó amistad. El testigo de la entidad lo recogió Julián Mateo, dueño de Viveros Herol, el principal patrocinador del club. La inversión aumentó con el periplo en Asobal, desde 2019 a 2022, tras años en los que el pueblo ha recibido a jugadores de diversas nacionalidades –bosnios, serbios, croatas, montenegrinos, eslovacos, ucranios, griegos, italianos, portugueses o bielorrusos– porque el granero de un pueblo tan pequeño no da por sí solo para competir en la élite.
Con Zupo Equisoain, un entrenador de talla nacional que fue campeón de Europa con el Portland San Antonio, el club se asomó el curso pasado a puestos europeos tras una primera vuelta sobresaliente y se derrumbó con una segunda vuelta desastrosa que le costó el descenso. El Nava ya no es una cenicienta, sino el gran favorito para regresar a Asobal, por presupuesto y por plantilla. Su reto es ir más allá del fenómeno aislado y asentarse entre los grandes. Porque esta provincia con pocos habitantes ha sido capaz de hacer grandes cosas.
Francisco Herrero
La última edición contó con iconos del ciclismo español de principios de siglo como Haimar Zubeldia, que llegó a meta en segunda posición, por delante del segoviano Francisco Herrero, uno de los productos de ese ciclismo latente que se mantuvo en la provincia tras la retirada de Delgado. Habitual en los puestos delanteros de esta marcha, Herrero se ha destapado en los últimos años como uno de los referentes nacionales del ciclismo por montaña y lideró la Titan Desert, una de las carreras más exigentes y prestigiosas del circuito mundial, hasta la última etapa. Ahora sí, en una época con redes sociales, el deporte segoviano dejó su pequeña impronta en el Sáhara.
Lo sorprendente de la repercusión de Delgado es que congrega más fieles después de su participación en la marcha que lleva su nombre que en su época de ciclista. El nuevo ecosistema mediático lo propicia, claro está. ¿Se imaginan cómo sería su carrera en estos tiempos de Instagram? Lo cierto es que el segoviano echa media mañana entre 'selfies' y saludos cuando cruza la meta de Nueva Segovia mientras llegan los más rezagados a disfrutar de la tradicional paella que se sirve en los aledaños del pabellón.
Entre la generación que viene, Iván Gómez, que corre en sub-23 con el Laboral Kutxa, es la esperanza segoviana para contar con un ciclista en el pelotón profesional, pero el salto a la élite es hoy más complicado que hace tres décadas, pues la competencia es feroz y el ciclismo es un deporte global, un granero casi infinito para los equipos. Gómez pertenece a una generación curtida en las escuelas, liderada en la provincia por el Club Ciclista 53x13, legado directo de Delgado, su socio número uno. La cantera segoviana se mantiene por la labor desinteresada de una generación mayor que busca relevo. No sobran alumnos porque los padres tienen reticencias a la hora de apuntar a sus hijos por el riesgo que supone rodar en carretera ante la falta de educación vial de algunos conductores.
Otra cita ciclista que da a Segovia repercusión nacional cada 25 de diciembre es la Carrera del Pavo. Esas bicicletas sin cadena maniobrando para mantener la inercia son un escaparate para la cuidad. Hay dos nombres que sobresalen por encima del resto. Julio Martín ha sido el gran dominador de la última década, con ocho victorias, a una de José Luis Mayo, que sumó una más en los años 80. Martín fue destronado por la nueva generación, la de Iván Gómez. Fue su amigo Hugo Sanz el que se llevó el pavo en 2019 y 2021.
La era del atletismo popular
El atletismo es el otro vehículo intergeneracional de la provincia, desde Antonio Prieto, el gran fondista de los años 80 que fue olímpico y da nombre a las pistas de La Albuera, a Javi Guerra, que llevó el testigo segoviano a unos Juegos tres décadas después. Prieto ha sido el gran embajador local de su deporte tras su retirada en un calendario en el que las pruebas que han multiplicado. El resumen de las últimas dos décadas es la proliferación de atletas populares.
La prueba reina del atletismo segoviano es la Media Maratón de Segovia, que cumplirá el próximo 12 de marzo su XV edición con una convocatoria anual de 2.500 atletas. La antesala a esta prueba es la Carrera Monumental, también de reciente creación: el 12 de febrero celebrará su undécima edición con un recorrido de 10 kilómetros que sirve de peregrinaje turístico por el casco histórico. La cita masiva es la Carrera de Fin de Año, el nuevo nombre de la antigua San Silvestre, que congrega a unos 4.200 atletas para despedir el año entre adultos y niños. Una San Silvestre que se ha propagado por la provincia, desde la granjeña a la Machotera, en Zarzuela del Monte.
La provincia ha sido un gran pulmón para ese atletismo popular que ha democratizado la práctica deportiva hasta unos límites insospechados. El circuito de carreras pedestres ha llevado a muchos vecinos a atarse las zapatillas de correr, aunque simplemente sea para cruzar la línea de meta de su pueblo. Raro es el año en el que no se une una prueba nueva, un pueblo que diseña un circuito y se suma al carro. Todo un descubrimiento, tanto para los participantes más modestos como para los más rápidos, con una docena de carreras en el espectro de los diez kilómetros.
El Cross de Cantimpalos cumplió medio siglo el pasado 8 de diciembre, otra prueba de ámbito nacional que ha servido de lanzadera a las estrellas del campo a través y de reconocimiento a lo más prestigioso del medio fondo español. Antonio Prieto no logro inscribir su nombre en el palmarés, pero sí lo hizo su hija Idaira, que conquistó en 2021 la victoria más prestigiosa de su carrera. Es una de las representantes de la nueva generación, la que aspira a dejar su impronta en esta década. Si un atleta lleva de nuevo el nombre de Segovia a una villa olímpica, lo más probable es que sea mujer.
Javi Guerra
El testigo lo cedió Javi Guerra, un atleta que ha convertido su carrera en un ejercicio de resiliencia en una disciplina como la maratón, dominada por los africanos. Su palmarés no ilustra sus méritos y seguramente termine su carrera con la mácula de no haber logrado una medalla europea tras dos cuartos puestos. Pero hay logros de entidad en una trayectoria longeva, como un decimoquinto puesto en un Mundial (2013) o tres campeonatos de España. El mejor Guerra se dejó ver en su último entorchado nacional, en Sevilla 2020, donde logró su mejor marca personal (2h07m27sg) en un duelo precioso con Hamid Ben Daoud.
Le valió su segundo billete olímpico, pero tuvo que esperar un año para canjearlo. La pandemia no fue el primer obstáculo relacionado con la cita cumbre de su deporte. Ya logró la plaza para los Juegos de Río 2016, pero no pudo tomar la salida por un trombo. Desde entonces, era un olímpico con asterisco, una mácula que trabajó duro para eliminar de su trayectoria. Mantuvo la plaza durante la pandemia y se desquitó en Sapporo, una cita que no estuvo exenta de problemas, pues tuvo una caída en el complicado tráfico de atletas en los avituallamientos. Volvió a tirar de resiliencia y terminó en el puesto 33. La maratón española vive un momento de máxima competencia y su concurso en París 2024 parece complicado, pero si algo ha demostrado este segoviano es que no tira la toalla con facilitad.
A 2024 aspira también Águeda Marqués, asentada entre las tres mejores mujeres del 1.500 español, con una clara línea ascendente. Isaac Sastre, uno de sus primeros entrenadores, admiraba esa fisionomía propia de las atletas africanas que ha cimentado la progresión de una atleta gestada a fuego lento. Con un podio en el campeonato de España a sus espaldas, afronta un año clave para derrocar a las veteranas y convertirse en la referencia de la categoría. Su objetivo es claro: París 2024.
David Llorente
David Llorente no solamente fue el duodécimo olímpico segoviano de la historia, sino que es la apuesta más fiable para convertirse en el primer medallista de la provincia en unos Juegos. La historia de Llorente es la de un piragüista surgido por generación espontánea que ha creado escuela. Un adolescente que lanzó sus primeras piraguas al Eresma mientras veía vídeos con su padre de sus ídolos, algo mayores que él, como el checo Jiří Prskavec. Mientras en España e piragüismo es aguas bravas es un deporte minoritario que solo adquiere presencia en unos Juegos Olímpicos, en Centroeuropa sus estrellas protagonizan los anuncios de Coca-Cola. Ese era el salto sideral que esperaba al segoviano.
Lo asumió, con la valentía de marcharse en plena adolescencia a vivir a La Seu d'Urgell a perseguir su sueño. Su llegada al panorama internacional fue precoz, convirtiéndose en subcampeón del mundo sub-23 a los 18 años en Brasil 2015. Su cuerpo en formación tuvo que adaptarse a uno de los deportes más exigentes para el tren superior y su progresión se vio frenada por problemas en los hombros. Una vez superados, prosiguió su escalada. Primero, campeón de Europa sub-23. Después, quinto en el Europeo absoluto en 2019, el año de su confirmación que terminaría con su plata mundialista, solamente detrás de Prskavec. Tras unos meses de incertidumbre sobre los criterios de selección para los Juegos, la Federación Española de Piragüismo le entregó la única plaza de la delegación en K-1 y defendió la embarcación con brío hasta colarse entre los diez mejores. En la final era todo o nada: lo arriesgó todo y se saltó una puerta. Pudo ser medalla.
Salió cruz, pero congregó a su Palazuelos de Eresma natal junto a televisión para ver a unos locos en piragua, todo un hito que ha dejado un rico legado en el club local, Río Eresma, y una generación que incluye a su hermano Sergio, David Burgos o Darío Cuesta, que entró en el equipo nacional de K-1. David Llorente es el favorito para representar a España en París, y cuenta esta vez con dos disciplinas: la K-1 tradicional y la Extreme. El representante español competirá en las dos. La competencia es feroz en un deporte en auge, pero la mejor opción de una medalla olímpica segoviana viaja en piragua.
Algo parecido ocurrió en la saga de los Baeza en Vallelado. Carlos, nieto de Luis, el pionero que llevó la pala a la provincia, ha conquistado la cima de su deporte como campeón del mundo, un honor que consiguió en octubre y que confirma el respeto que se ha ganado alguien de la meseta que ha superado a vascos o navarros. El legado de esta familia en un modesto pueblo en los aledaños de Cuéllar es enorme.
El Caja Segovia
Segovia, una ciudad sin clubes consolidados en las tres principales categorías de fútbol o baloncesto, fue conquistada por el fútbol sala, el verdadero pulmón deportivo de una localidad sin escenarios masivos. Han sido tres décadas de amor y desamor con un club que se proclamó campeón del mundo, desapareció, se refundó con unas vestimentas parecidas y terminó bajando la persiana de la peor de las maneras.
La generación liderada por Daniel Ibañes llevó al Caja Segovia a la élite nacional, con un título liguero (1998/99) y tres Copas del Rey consecutivas entre 1998 y 2000. Aquel grupo que se convirtió en campeón de Europa y Mundial no consiguió ser dinastía porque el músculo económico de la época lo tenía el Interviu –actual Inter Movistar– y el paso de los años rebajó sus expectativas a un segundo nivel tras la terna de candidatos. El testigo de la ciudad siguió en el pabellón Pedro Delgado, que adquirió prestigio como una pista peliaguda en la que cualquier grande podía hincar la rodilla. Así es como el Caja Segovia vivió su segunda etapa de esplendor bajo la dirección de Jesús Velasco, quedándose en 2011 a un partido de su segundo título liguero. Aquel equipo cayó con honores en Barcelona en un peleado quinto partido de la final.
El talón de Aquiles de aquel proyecto fue la dependencia económica de la Caja. Cuando llegó la crisis bancaria española, una concentración de entidades que cercenó los generosos presupuestos con los que contaban a principios de siglo, el castillo de naipes se desmoronó. Los dirigentes de aquella época estaban directamente vinculados a la Caja, así que nadie se tomó en serio el escenario de buscar un patrocinador alternativo: hasta 2008, aquellas entidades era un valor seguro. Cuando ese apoyo desapareció, el club cerró la persiana en 2013, un año en el que estuvo entre los cuatro mejores equipos de España.
El club hizo borrón y cuenta nueva y se refundó como Segovia Futsal, logrando plaza en Segunda División como reconocimiento a la ciudad como urbe de fútbol sala. Con perspectivas más modestas, aquel equipo fue creciendo y logró el ascenso a Primera cuatro años después de su fundación, con el entrenador segoviano Diego Gacimartín al frente. Tras una salvación holgada en su primer año, la segunda temporada fue una muerte lenta, con una plantilla apenas reforzada y unas deudas crecientes que la directiva no supo gestionar.
El presidente, Álvaro Fernández –hijo de Jesús Fernández, uno de los directivos protagonistas de la anterior etapa–, dimitió y aceptó semanas después un traslado laboral a Cuba. Su sucesor, José Luis Herrero, acompañó en la desconexión a un club moribundo que mantuvo sus opciones de salvar la categoría hasta la última jornada, pero no tuvo el valor de hacer públicas sus cuentas. Los jugadores cobraron sus sueldos gracias al fondo de garantía de la liga, pero muchos negocios locales –empresas de transporte, por ejemplo– se quedaron plantadas. El Segosala, entonces en Tercera División, quedó como puntal de un deporte que llegó a ser rey y que se convirtió en plebeyo. Este club, cimentado en la cantera, ascendió a Segunda B; sin tener responsabilidad en lo ocurrido, es heredero de cara a un tejido económico escarmentado. Las reticencias para patrocinar al fútbol sala son enormes.
Gimnástica Segoviana
Ese hueco lo ha recogido la Gimnástica Segoviana, que vive su etapa más dulce. El club de fútbol de una ciudad que no se definía por el fútbol, difícil circunstancia. La entidad azulgrana, fundada en 1928, ha sido durante décadas un club referente en Tercera División que se encontraba con un martillazo cada vez que intentaba levantar la cabeza. Jugadores como Ramsés Gil, Agustín Cuenca, Ricardo de Andrés, Roberto Álvarez, Mariano González, Anel o Chema han vivido ese historial contemporáneo. Grandes temporadas regulares y eliminaciones no exentas de dramas en la fase de ascenso.
Las tres veces que el club ascendió a Segunda B (1999, 2011 y 2017), descendió al año siguiente. Al club no le han faltado noches para el recuerdo en estos 30 años, como la de 2004, cuando recibió al Athletic Club en Copa del Rey, la mejor entrada jamás vista en el Estadio Municipal de La Albuera: el club no dispone siquiera de una estadística aproximada, pero había esqueletos en cualquier apeadero, unas imágenes que harían temblar a cualquier evaluador de riesgos contemporáneo. Dos años después, en 2006, le tocó el turno al Sevilla, otro visitante ilustre. Con todo, hubo dos grandes ascensos. El primero, en 2011 –el mismo día que el Caja Segovia perdía la liga en Barcelona– con tres goles de Anel –central y mediocentro defensivo, no lo olviden– en Logroño. El segundo, en 2017, con una victoria de entidad en La Albuera ante el Atlético Malagueño, un filial de postín.
La nueva configuración del fútbol español ha dado una oportunidad a la Segoviana. El club que no había sido capaz de asentarse en Segunda B cuando era la categoría de bronce ha logrado hacerlo en Segunda RFEF, la cuarta categoría, con los mejores 40 equipos de la extinta Segunda B militando en lo que ahora es la Primera RFEF. El club azulgrana logró, con el sufrimiento de rigor, este año su primera permanencia por encima de Tercera División con Ramsés Gil, uno de los jugadores más carismáticos de la anterior generación, como entrenador. Ahora dirige a una plantilla plagada de segovianos y juveniles, todo un hito.
Otro pilar de principios de siglo, Agustín Cuenca, preside el club desde 2015. Su directiva ha aumentado la base social, de no sobrepasar los 500 a superar el millar en la última temporada. Con todo, la lectura de sus dirigentes es que la Segoviana no tiene el músculo económico para dar un paso más. Con ese diagnóstico, han impulsado la creación en Sociedad Anónima Deportiva, un proceso traumático que incluyó la dimisión de la directiva y su regreso como junta gestora tras unas elecciones sin candidatos. Finalmente, los socios aprobaron en noviembre el proceso y el club afrontará en los próximos meses su conversión, con la esperanza de que los socios sean accionistas y que el nuevo formato permita que un inversor inyecte en el club el dinero que no ha podido obtener del tejido económico segoviano. Las miras del presidente son traer el fútbol profesional a Segovia.
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