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Los vigilantes de incendios cumplen una doble función, dependiendo de si la alerta que aparece es solo una apariencia o se trata de un fuego ... de verdad. Esa concienzuda labor de observación del entorno, y su experiencia, son claves a la hora de detectar una falsa alarma. «En ocasiones lo que puede parecer el inicio de un incendio solo es polvo levantado por un coche o un rebaño, o vapor de agua de una fábrica. Y desde nuestra posición eso lo podemos ver, sabemos distinguirlo», explica Bernardo González.
Esta función, la de descartar humos que no lo son, es más valiosa de lo que parece. «Con esto evitamos en muchas ocasiones que se despliegue todo el dispositivo, que no es poca cosa. Estamos hablando de que solo el despegue de un helicóptero puede suponer un coste de entre 2.000 y 3.000 euros, más otros 2.000 por hora de vuelo», apunta Jaime Barbado.
La otra parte llega cuando el inicio del fuego es real. El protocolo marca que cuando el vigilante detecta el comienzo de un incendio, inmediatamente lo pone en conocimiento del Mando Central a través de la emisora, siendo lo más preciso posible en la ubicación, el color del humo (a veces da pistas de lo que se está quemando), su inclinación (para definir la dirección del viento) y, en la medida que se pueda desde su posición, el tipo y la extensión de la superficie donde se está produciendo.
2.000 euros
es el coste que supone el despegue de un helicóptero del servicio de extinción de incendios.
Para determinar la ubicación los vigilantes cuentan con la alidada, un instrumento para la medición de ángulos que consta de una mira y una superficie circular graduada que se encuentra ya orientada. Jaime cuenta con ella en Villacastín, aunque a veces solo es un método de comprobación, ya que tanto por la observación como por ser vecino de la zona, el terreno se lo conoce perfectamente. A Bernardo no le ha llegado aún, y ante su carencia a veces utiliza aplicaciones desde su móvil particular y en otras utiliza referencias tales como un silo cercano, el nombre de un monte o el topónimo de un lugar cercano.
Ambos aceptan la comparación de esta labor con la de la detección temprana de las enfermedades. Un diagnóstico preciso y temprano puede evitar la muerte del paciente, como un aviso rápido y eficaz puede evitar que un incendio alcance proporciones catastróficas. En algunos territorios de Castilla y León se ha calculado que, gracias al aviso temprano de los vigilantes y la rápida respuesta del dispositivo, el 70% de los incendios se quedan en menos de una hectárea y el 90% en menos de 5.
Las tormentas eléctricas son uno de los fenómenos que ponen en guardia los vigilantes. «A veces no se produce un incendio inmediato, sino que la energía y el calor de un rayo se acumulan en el terreno y basta que sople un poco el aire para que ramas o raíces empiecen a incendiarse, a veces horas después», explica el escucha del puesto de Valdesimonte, quien además apunta que «en ocasiones el torrero que está más cerca de la tormenta no tiene visión, y es otro compañero quien debe avisar y hacerlo rápidamente».
Aunque hay varios modelos de distribución de jornada laboral, normalmente cada puesto es atendido por dos personas, aunque siempre en turnos individuales, normalmente de diez horas continuadas.
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