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Tuvieron que pasar días para que los clientes del establecimiento de Centros Único entendieran que el cartel de cierre temporal que aparecía en el pasillo ... del centro comercial Luz de Castilla de Segovia era un eufemismo. La entrada de la cadena en concurso de acreedores se ha llevado por delante un negocio que a nivel local funcionaba sin problemas, con nueve empleadas y más de 7.000 clientes. En cuestión de días, el personal se quedó sin cobrar y pidió su carta de despido para reclamar las indemnizaciones al Fondo de Garantía Social (Fogasa). Y los pacientes, con bonos enteros sin consumir, buscan alguien que les devuelva el dinero.
El centro arrancó en Segovia en 2012 como un lugar de depilación láser y «un poquillo de estética», cuentan sus empleadas. Unos tratamientos en auge, con un mayor peso de la medicina: el último año sumó una unidad de cirugía que hizo aumentos de pecho, abdominoplastias o ginecoplastias, la reducción de mama en los hombres. «Es verdad que el láser era lo primordial, pero funcionábamos bastante bien. Segovia no ha cerrado porque no facturara».
La clave de esos más de 7.000 clientes está en la falta de competencia en el láser por unos precios con los que no puede competir un centro pequeño. «Esta gente te compra mil toxinas, una farmacéutica grande les hace precio. Láser nuevo que salía, lo teníamos en alquiler y lo traían, siempre estábamos renovándonos». Lo habitual es que un paciente se haga el láser en una zona corporal cuatro veces al año –ocho en una zona facial–, pero los tratamientos estéticos son semanales: radiofrecuencia facial, un hidra –una limpieza–, ultrasonidos, ondas de choque o infiltraciones. «Nosotras sacábamos a las pacientes de estética mediante el láser».
La empresa despidió el año pasado a dos trabajadoras por causas económicas. «Dijeron que ese verano la cosa estaba más floja, pero yo creo que echaron para quitarse finiquitos gordos». De hecho, después entró una nueva empleada. Empezaron a chirriar aspectos como la fecha de cobro, que en los años anteriores –hay trabajadoras que rozan o superan la década allí– era a finales de mes y ya se retrasó ente el día 1 y el 5. La empresa subió también los objetivos para las comisiones, imposibilitando en la práctica lograrlos. «No le damos importancia de que fuera a pasar esto; ahora haces cábalas».
En febrero llegó un correo que informaba de la entrada de la empresa en ERE, así como despidos y cierres en centros que no funcionaban, pero Segovia no se vio afectada. «Su respuesta es que lo hacían para que el barco siguiera a flote». Así llega el punto de no retorno, otro email a finales de junio: concurso de acreedores, tres meses a la espera de ajustar deudas y que llegara un comprador. La pregunta de las empleadas: «¿Vamos a cobrar?» Sin respuesta. «Nosotras en Segovia sí habíamos hecho un buen mes, pero no cobramos». Empezaron las reuniones de conciliación, un proceso fallido. «Llegamos a un acuerdo entre todos los centros para que nos prepararan cuanto antes la carta de despido porque no podíamos estar hasta el 30 de septiembre sin cobrar». La provincia solo tiene un centro, pero a nivel nacional el cierre de 130 centros ha dejado en la calle a 424 empleados. Los franquiciados no han cerrado, simplemente han cambiado de nombre.
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Unas semanas de trabajo intermitente entre ganancias reducidas y la ética. «Yo, como persona, no voy a vender a una persona un bono de ocho sesiones cuando me están diciendo que va a cerrar el centro. En Segovia nos vemos todas». A partir de aquella comunicación, solo sesiones sueltas o bonos que pudieran gastarse íntegramente el día de adquiríos. «Facturar a sesiones sueltas y que salga el centro adelante es imposible, ¿cómo no va a bajar la facturación?» Porque un centro así factura por adelantado y vende en un momento diez sesiones que ya forman parte de su contabilidad, aunque se consuman en un año. Sin los bonos, ese aporte desapareció y la crisis se agudizó.
El personal seguía trabajando para no perder sus derechos. «Nosotras mal, pero ¿qué va a ser del paciente que tiene que aquí sus sesiones? Hasta el último momento hemos estado con nuestra mejor sonrisa atendiendo a todo el mundo». En un listado con 7.000 clientes, fue imposible avisar a todo el mundo, pero sí a todo aquel que vino a su cabeza para que se hiciera las sesiones antes de que la persiana cerrara. «Yo entiendo que hay gente que se ha quedado fuera, pero es que ha sido cuestión de doce días». La firma sindical llegó un viernes; el miércoles siguiente la empresa comunicó que dos días más tarde enviaría las cartas de despido, que llegó el 12 de julio, el último día de apertura.
Fue el epilogo a un jueves y viernes «caóticos» porque aquellos clientes a los que llamaron acudieron a la cita. «Vente, que te doy lo que te queda de bonos. Todo esto era por nuestra propia cuenta, a nosotros nos dijeron que nos calláramos». La cabina llena y gente entrando. «¡Quiero mis bonos! ¡Decidme lo que me queda! ¿Dónde voy?» La única respuesta era darles el contrato y remitirles a Consumo. «No sé si vas a conseguir algo, no tenemos ni idea».
La mayoría de clientes fue cívica, pero empezaron a acumularse reivindicaciones fuera de tono, los que querían las sesiones ese mismo día sí o sí. Y a mediodía, una vez recibida la carta de despido, la encargada llamó para adelantar el cierre del centro, previsto para la tarde. «No teníamos por qué aguantarlo cuando los que tenían que dar la cara eran los jefes». Las empleadas avisaron a los clientes que tenían cita aquel día y el siguiente para cancelarlas, pero las fechas se eligen con hasta tres meses de antelación, así que la agenda estaba llena.
La incertidumbre es amplia. Las trabajadoras están pendientes del concurso de acreedores para cobrar sus indemnizaciones. «Nos lo tomamos con calma, sabemos que no vamos a cobrar nada mínimo en dos años». El mes de junio, las vacaciones y los finiquitos a 20 días por año trabajado, cuentas que en algún caso superan los 10.000 euros. Esa relación de confianza del día obliga a responder a la pregunta: «¿Dónde voy?». Más allá de recomendar un centro u otro, su respuesta es clara: «Donde vayáis, que se vendan sesiones sueltas. No compréis nunca bonos. Ha pasado en más centros de estética o clínicas dentales. Las franquicias te obligan a comprar tu bono completo y luego no sé qué soluciones te da Consumo».
Uno de los problemas para las reclamaciones es que los clientes no saben cuántas sesiones quedaban y no hay un servicio de atención al cliente que resuelva las dudas. Algo que aparecía actualizado «al dedillo» en una aplicación móvil que ahora ha desaparecido entre los ajustes del concurso de acreedores. «Los datos estarán en el ordenador. No puedes perder los datos de 7.000 clientes así como así». Casos como un paciente que pagó 1.500 euros unos diez días antes de la crisis por un cuerpo entero y solo se ha hecho una sesión de diez. «Yo confío en que alguien lo cogerá y se haga cargo de las sesiones de los pacientes, este centro en Segovia da dinero».
Berta, residente en Cuéllar, llevaba dos años haciéndose las sesiones de láser en Centros Único y se compró un nuevo bono de piernas, ingles y axilas. Hasta que recibió la llamada de una de las empleadas con el cierre inminente del negocio. «¿Y ahora qué? Tampoco lo he movido mucho porque no tengo tiempo. Tendré que recurrir a Consumo, pero tampoco sé si me van a solucionar nada». Porque entre los dos bonos que tenía en marcha le quedan pendientes diez sesiones por consumir.
El tajo al bolsillo no es tan sangrante como el de otros clientes. «La verdad es que he cogido unas ofertas muy buenas; entre los dos no creo que llegue a 600 euros. Ya no es por el dinero, sino por el trastorno. Tenía mi rutina, la confianza de que me lo hace una amiga. Búscate otro sitio, otros bonos y vuelve a empezar». Como trabajadora que fue del sector, razona la diferencia en los precios entre los centros pequeños y los grandes. «Son más económicos porque son franquicias». Su última sesión la consumió dos semanas antes del cierre y la siguiente era para finales de septiembre.
Berta asume la tarea de revindicar lo que se le debe y buscará un centro alternativo entre Segovia y Valladolid. «Es que la diferencia está entre pagar 99 euros por una sesión o un bono de 300 euros y tienes diez sesiones. Mi economía da para lo que da, por lo que, tristemente, recurriré otra vez a la franquicia si quiero seguir haciéndolo».
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