Los jugadores de la selecciòn española forman antes de disputar el partido del pasado martes en Zorrilla ante Bulgaria Carlos Espeso

La santificación de Zorrilla

Partido de vuelta ·

«España eliminó las impurezas del estadio vallisoletano; ahora le toca al Pucela tomar nota y no desafinar»

Miércoles, 15 de octubre 2025, 19:34

Zorrilla vivió el martes una experiencia religiosa. Una especie de proceso de santificación que nació en las gradas, con una pasión coral que recordó al ... fútbol de antaño, al de las grandes ocasiones, y que se convirtió en gloria cuando tocó el césped. Los hinchas parecían el Orfeón Donostiarra afinando cada lo-lo-lo del himno nacional. Las gradas teñidas de rojigualda. La máxima expresión futbolística de una ciudad, que siente los colores como pocas y que no debería haberse quedado fuera del Mundial de España, Marruecos y Portugal. Pero eso es otro tema. Volvamos a la magia que vivió el coliseo castellano. Una exhibición de puro sentimiento que se hizo carne sobre el verde para transformarse en el Lago de los Cisnes, con estrellas de primer nivel reprogramando el FIFA para convertir el fútbol en un videojuego.

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Zorrilla fue testigo del balompié del primer mundo. El aficionado por fin salió del estadio con la panza llena y las retinas cargadas de jugadas de dibujos animados. ¡Vaya diferencia! Parecía otro deporte. Muy distinto a lo que ven cada quince días. Está claro que la calidad de los futbolistas marca la pauta, pero entre una propuesta y otra seguro que hay un término medio. Cuando España pisó el césped lo convirtió en un green bien afeitado, listo para embocar. La humedad perfecta, el balón con chispa y velocidad. Todo fluye. Son futbolistas de primer nivel, pero pelean cada pelota como si fuera la última gota de agua en el desierto. Cuando roban, los mecanismos lucen engrasados. Ahora por dentro, Pedri siempre gobernando. Más tarde por fuera, los laterales a por la banana perfecta. Merino como falso nueve corriendo más que cualquiera y ajusticiando con la testa, siempre en el sitio. Las comparaciones son odiosas, pero el templo vallisoletano comprobó ayer que el fútbol puede ser maravilloso. Estos partidos levantan el ánimo de cualquiera. El hincha se va a casa feliz, repasando ese control siempre orientado, esa pared de tiralíneas en el balcón del área, aquella definición. Fútbol con mayúsculas.

España eliminó las impurezas de Zorrilla. Ahora le toca al Pucela tomar nota y no desafinar. Es como cuando uno prueba jamón de bellota cortado a cuchillo y en la siguiente cita le ponen uno de bodega laminado a máquina. Nada que ver. Pues eso. No le pido al Real Valladolid que juegue como La Roja. Para eso necesitaría muchos ceros más en su presupuesto porque en el fútbol la calidad es sinónimo de euros. Ahora bien, el conjunto blanquivioleta puede tomar nota del hambre de jugadores que viven en la cima del éxito, pero que cuando se calzan la camiseta se convierten en un grupo indestructible, pleno de armonía, actitud y ambición. El Pucela debería ser la selección española de Segunda. No podemos aspirar a menos después lo visto el martes.

Mientras Almada encuentra el punto intermedio entre la excelencia de España y las limitaciones de su vestuario, Guiherme sigue demostrando que es, junto con Alejo, el líder natural del equipo. El guardameta portugués, además de ser uno de los pilares del conjunto castellano con paradas de mucho mérito y una enorme seguridad bajo palos, tira del carro desde el vestuario. Si no lo ha visto, le recomiendo repasar el vídeo que ha publicado el club en sus redes, con la arenga que regaló Guilherme a sus compañeros antes de pisar El Plantío. Caviar de psicología positiva en treinta segundos. La unión es el único camino. El detalle con el utilero, que acababa de perder a su madre, demuestra que estos son los valores sobre los que debe alinearse el Pucela. Chapeau.

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