El reinicio del Real Valladolid arranca en el diván
. La derrota en el Carlos Belmonte significa algo más que una racha quebrada
A Guillermo Almada le cuesta salirse del sendero cuando encuentra tramo sin adoquín. Pone el piloto automático y hasta donde dé. Solo le sacan de ... la rutina los resultados. Hasta que no llega el golpe, no interpreta las señales que emiten algunos de sus futbolistas habituales, que se van marchitando al galope de los minutos acumulados y el estatus adquirido. Le sucede también durante los partidos, aunque en Albacete se anticipó al minuto 80. No atinó con la solución, eso sí. Esta situación no es nueva. Ocurrió también en pretemporada, cuando el Bristol estampó un martillazo definitivo en su pizarra. Hasta entonces, las rotaciones eran una quimera. Desde la goleada, abrió su mente y su libreta.
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Es como si el plan del uruguayo tuviese fecha de caducidad. Un deadline que se hace evidente cuando el adversario atiza con el mazo. Ahí arranca la noria. Las derrotas actúan como microciclos. El lobo en la fábula, que al final siempre llega. El reto reside en la anticipación. Una sustitución a tiempo es una victoria. Y no solo durante los partidos. Los futbolistas son los primeros que se dan cuenta de su decadencia. SI el míster mantiene la monotonía, el titular tiende al acomodo y el suplente puede terminar con el cable pelado.
Que Almada trate de dibujar un once memorizable representa una virtud. Es una muestra de estabilidad y solvencia. Pezzolano, por ejemplo, pisaba la orilla contraria. Las alineaciones se convertían en una ruleta rusa sin sentido, un tiovivo sin principio ni final. Almada prefiere percutir sobre lo que funciona. El problema es que a veces estira demasiado el chicle. Necesita abrir el abanico. Los futbolistas también tienen que responder y algunos de los nuevos, como Peter Federico, han demostrado que están en las antípodas de su mejor versión. Antes del entrenamiento del martes tumbó a la plantilla en el diván y se encerró durante una hora para recuperar los metros regalados en Albacete. La misión introspectiva debe circular en dos sentidos. También en la dirección de Almada y su cuerpo técnico, que necesitan hacer análisis de conciencia, renovar conceptos, buscar más variantes tácticas y ampliar el espectro de futbolistas importantes para que la variedad refuerce esa alineación reconocible y ensanche la profundidad de su armario.
La capacidad de trabajo de Almada está fuera de duda. Su exigencia aprieta tuercas y difumina egos, pero los últimos encuentros, incluida la victoria contra el Almería, aparecen sobre las tablas como un sonoro toque de atención. La presión que propone el uruguayo obliga a que las piernas de los futbolistas actúen siempre a pleno rendimiento. El Pucela de Almada no gana por calidad, lo hace por orden, sacrificio y solidaridad. Hasta ahora, ha sido suficiente para mantener inmaculado el casillero de derrotas durante cinco semanas, pero puede que no dé para llegar a la meta con una sonrisa. La derrota en el Carlos Belmonte significa algo más que una racha quebrada. Al Real Valladolid se le han ido cayendo medallas hasta perder parte del uniforme contra el Albacete. Un aviso serio que Almada interpretó con la crudeza que merece el tropiezo. De ahí que desplegara el diván sobre el césped, un gesto que refuerza su posición de liderazgo dentro del vestuario.
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Hace una semana dijo que no era Copperfield. Está claro. Solo falta por ver cómo se levanta del primer bofetón del curso y cómo retuerce su pizarra para que el equipo recupere las virtudes de los albores del curso, que arrancaron de cuajo las dudas del pasado.
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