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Nunca podremos negar que el estado de ánimo en el fútbol es un factor decisivo en el devenir del mismo; tanto como que ayer un ... Barcelona, ganador por necesidad, terminó suspirando el pitido final ante un Real Valladolid, perdedor por obligación, durante todo este curso deportivo.
Un ánimo que el Barça encontró multiplicado por mil al comprobar como el Pucela le regalaba graciosamente el terreno, la pelota y la pausa, quizás por el fundado recelo de recibir una goleada en momento tan inoportuno y delicado.
Imbuidos ambos en ese dispar espíritu de ganar los puntos por parte de los culés y de no perder el crédito moral y la imagen ante una parroquia decepcionada como la nuestra, el partido terminó por interesarnos a todos al comprobar como Iván Sánchez, ayer de la partida, sacaba un golpeo, tan de refilón como envenenado, que batía al portero catalán para adelantarnos en el marcador.
Un tiempo consumido y ganándole al líder; una premisa que otrora hubiera puesto al personal al borde de la euforia y que, por contra, ayer dejaba sonrisa y comentario para poder merendar con mayor gusto.
Era obvio que aquello iba a revertir y que más pronto que tarde el Barça tiraría de titulares para dar vuelta al marcador. Y Flick no hizo más que cumplir con el guión lógico para enmendar una página que amenazaba muchísimo peligro.
Al final, como el fútbol resulta mucho más previsible de lo que parece, las cosas terminaron por decantarse de la forma más lógica y esperada.
Si al crecimiento culé, con sus titulares ya en el terreno, se le seguía uniendo una fragilidad defensiva permanente por nuestra parte, dos rechaces sencillos de defender terminaron por darle vuelta al marcador; algo que no hace sino reafirmar la vulnerabilidad defensiva global de nuestro equipo.
Ese estado de ánimo del poderoso que jugando al tran-tran sabe que acabará por vencer, enfrentado a ese otro que sueña gloria in extremis sabiéndose derrotado de antemano.
Algo que la afición agradece, y mucho, del mismo modo que quienes seguimos con especial atención los minutos de Anuar, hoy nos acostamos contentos viendo como alguien –el capitán por más señas– defiende de verdad pelota y escudo mientras suda camiseta.
Sintomáticos los aplausos a Stanko Juric, a quien la grada respeta de verdad, y el juego desplegado por Aznou; tanto como el silencio, entreverado de rumores, de una propiedad que no suelta ni prenda ni club.
Cuatro partidos nos restan; 22 días para el final y no sabemos cuantos cientos de noches hasta ver un Pucela de Primera.
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