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Un peregrino, a su llegada a Finisterre por el Camino del Norte.
Camino del Norte

Camino del Norte

La ruta jacobea de la Costa gana peregrinos. Acaba de ser declarada por la Unesco patrimonio mundial junto al camino Lebaniego, el Vasco-Riojano y el Primitivo

IRMA CUESTA

Sábado, 22 de agosto 2015, 17:06

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El camino que han elegido Álvaro y Marine comienza en el puente que cruza el río Bidasoa, en la frontera franco-española de Irún y bordea toda la cornisa cantábrica hasta llegar a Santiago. Es el Camino de la Costa, uno de los más bonitos y, sin duda, el más apetecible para hacer en verano. Sin embargo, cualquiera que lo haya hecho alguna vez entero o por partes sabe que hay tantos caminos de Santiago como personas y que el de cada cual siempre empieza en casa.

Álvaro, que es madrileño, tiene 21 años y estudia Administración de Empresas, salió de la suya el 31 de julio. Cuando lo encontramos acaba de tomar el desvío a Santillana del Mar por Camplengo. Hoy no hará demasiados kilómetros porque tiene una ampolla en el pie derecho que le está matando. Aún así no deja de sonreír y se consuela pensando en que su próxima parada, en Santillana, le permitirá conocer uno de los pueblos más bonitos de Cantabria. Tanto él como Marine, que es francesa, trabaja como organizadora de congresos y tiene 26 años, ya huelen a mar. Se encontraron en San Sebastián al segundo día de iniciar su viaje, desde entonces están juntos y, por lo que parece, encantados de haberse conocido. Han bordeado el Cantábrico durante casi todo el trayecto hasta ahora; se han asomado a los acantilados y las rías que han encontrado a su paso entre sobrecogidos e impresionados, aunque ninguno de los dos dice tener una razón especial para hacer el camino, aparte de las ganas de sumar un experiencia a sus vidas. Ambos eligieron el de la costa porque «es más bonito que el resto, no hay tanta gente y sí mucho menos calor».

Tienen razón. Los iniciados en las míticas rutas jacobeas mantienen que, al menos hasta ahora, el del Norte nunca fue muy transitado; que la lluvia, los puertos de montaña, la nieve en invierno y la ausencia de pueblos importantes hasta casi el siglo XIV, lo convirtieron en el más duro de todos. Antes de esa fecha eran muy pocos los que viajaban a Santiago con el mar de compañero, pero lo cierto es que siempre hubo peregrinos que llegaban en barco a la península y bordeaban su costa hasta alcanzar la tumba del Apóstol.

Hoy en día, aunque el trayecto nos coloca durante kilómetros en una suerte de balcón sobre el mar, hace tiempo que una parte del camino original quedó sepultado por el asfalto, y que lo que fueron inmensas praderías lucen salpicadas de industrias y ciudades demasiado ruidosas; pero nada de eso parece importar a los 15.071 peregrinos que en 2014 viajaron por la Costa convirtiendo esta ruta en la tercera más transitada solo la francesa, la tradicional, y la portuguesa la aventajan, en un año en el que nada menos que 237.886 atravesaron España soñando con llegar a la Plaza del Obradoiro y abrazar al apostol.

Un lugar donde dormir

En el albergue de Güemes (Cantabria) anoche atendieron a 76. La mayoría eran españoles y de ellos muchos catalanes; pero también llegaron extranjeros, especialmente alemanes, franceses e italianos. Lo cuenta Ernesto, el cura de ese pueblo de canteros que hace 16 años, después de una vida digna de novela, decidió que la casa de su abuelo Perpetuo, a la que todos conocen como la cabaña del abuelo Peuto, era el lugar perfecto para ofrecer cama y comida a quienes, como él, viajan buscando respuestas.

Ernesto ha hecho el camino ya tres veces; la primera en 1970. Entonces cogió una bicicleta en Santander y no paró hasta llegar a Santiago. Luego, en 1984, volvió a hacerlo comenzando en Roncesvalles. «Cuando regresé a la parroquia ya tenía conocimientos jacobeos y eso me permitió descubrir allí un camino olvidado, el de la Costa», dice recordando que antes de montar el albergue volvió a caminar hasta Santiago... por el Norte. «Todas las vías son diferentes, aunque lo más importante, sin duda, está dentro de uno mismo. Ese es el verdadero viaje y a veces algunos lo olvidan. El de la Costa es muy bello y además está menos masificado que el resto. Eso es importante», cuenta lamentando que, por más que a comienzos de este mes de julio la Unesco haya ampliado el reconocimiento de patrimonio mundial a nuevas rutas, ni los gobiernos ni los ayuntamientos afectados se estén ocupando de ello.

Desde hace solo unas semanas, además del camino francés la vía compostelana más conocida, ostentan esa categoría el de la Costa (o del Norte), el Primitivo, el Vasco-Riojano y el Lebaniego, el más corto con final en Santo Toribio de Liébana, el monasterio que custodia el trozo más grande de la Cruz de Cristo. Ernesto cree que esta distinción solo hará incrementar el número de viajeros sin estar suficientemente preparados para atenderlos. El año que él abrió las puertas de su albergue recibió a 200 peregrinos, el pasado dieron cobijo a 8.500 y solo en lo que va de este ya han pasado por allí 6.500. «Háganse una idea de lo que está por venir. Nos alarma porque a esa gente hay que cuidarla», dice casi enfadado.

Debe de tener razón porque Pauline, a la que encontramos a pocos kilómetros de Santa Cruz de Bezana, también en Cantabria, nos explica que si a un peregrino se le ocurre llegar a un albergue más tarde de las 4, está perdido.

Rubia y sonriente, Pauline, de 22 años, nació en Hamburgo, estudia osteopatía y, aunque sus abuelas trataron de persuadirla, recorre la senda sola. «Lo intentaron. No entendían por qué tenía que venir a España a caminar y, además, hacerlo sin ninguna compañía». Dice que la gente que ha conocido hasta ahora ha sido «amable e interesante» y que ha elegido el itinerario de la Costa por su belleza y tranquilidad. Tampoco ella ha comenzado el viaje por ninguna razón especial más allá de las ganas de estar sola y andar. Eso sí, sabe que de esta peculiar aventura sacará mucho más que de unas vacaciones en Ibiza. «Tengo buenas sensaciones y acabo de empezar; me siento bien y creo que aprenderé mucho de la experiencia».

Pauline, en estas últimas etapas, solo echa de menos el mar. Y s que, aunque esta ruta de 815 kilómetros la segunda más larga por detrás de la Vía de la Plata transcurre en buena parte por la costa, aún debe atravesar una comarca interior antes de reencontrarse con las aguas del Cantábrico. Apenas ha dejado la bahía de Santander a su espalda cuando ya sueña con darse un baño en San Vicente de la Barquera. También Janira y Asier, un matrimonio de recién casados de Bilbao, apuran sus días de vacaciones haciendo un tramo del camino. Han salido hace un par de días de Noja, en donde los padres de ella tienen una casa, y seguirán caminado hasta que se les acabe el tiempo.

Aún les queda un trecho para, como marca la tradición, llegar a Finisterre y remojarse en la playa de Langosteira. Hace siglos, el peregrino se quitaba el polvo del camino en esas aguas y, limpio, comenzaba su nueva vida redimido de pecado. Si quieren cumplir con todo el ritual jacobeo, Álvaro, Marine, Pauline, Janira y Asier también deberán quemar sus ropas (para poder volver a casa liberados de todo lo prescindible) y ver ponerse el sol mientras reflexionan sobre lo que acaba y lo que está por llegar. Prometen que lo harán.

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