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Ha recibido la noticia «con esperanza y con miedo». Con esperanza, después de que a Emilio Guerrero Espejo, hermano de Virginia, una de las dos ... niñas de Aguilar desaparecidas en 1992 cuando volvían de una fiesta en Reinosa, el despacho madrileño que representa a las familias le comunicara hace unos días que el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 2 de Cervera ha decidido reabrir el caso. Ello, tras la declaración ante la Guardia Civil de una mujer que, en 1991 y también junto a una amiga, las dos por entonces menores, se subieron a un Seat 127 de color blanco en la zona de influencia de la desaparición de las dos niñas de Aguilar y asegura que el joven que las paró cuando esperaban a un taxi para volver a casa y se ofreció a llevarlas en su coche se desvió del destino y ella tuvo que agarrar el volante para desviarse a la cuneta y poder abandonar el vehículo huyendo. Tenían 15 años y se habían escapado de casa.
Esperanza, pues, en Emilio, por la reapertura del caso, pero también miedo. Y en una doble vertiente. Por si el desenlace es al final el que nadie desea, o porque guarde sorpresa. «Soy consciente de que es muy difícil, pero si se ha decidido reabrir el caso, es que algo creen que puede haber. Tenemos que ser muy cautos, aunque es un pequeño hilo de esperanza. En estos años he conocido historias de personas desaparecidas que han aparecido 35 años después», señala Emilio Guerrero.
El 23 de abril de 1992, dos niñas aguilarenses de 14 y 13 años, Virginia Guerrero Espejo y Manuela Torres Bouggefa, decidieron pasar la tarde festiva del Día de Castilla y León en Reinosa. Tras unas horas en esa localidad cántabra, se hizo la hora del regreso. En la carretera, un coche blanco –la única pista fiable que se tiene– se paró delante de las chicas cuando hacían autostop y las recogió. Desde entonces, nadie las ha vuelto a ver ni se sabe nada acerca de su paradero, en uno de los casos más misteriosos de desapariciones que se han producido en las últimas décadas.
El anuncio de la desaparición de las dos niñas provocó innumerables llamadas de personas que aseguraban haberlas visto en una y otra parte del país, incluso en Francia, donde la Interpol abrió algunas líneas de investigación sin resultado.
El caso sigue siendo la gran asignatura pendiente de la Guardia Civil, que en octubre de 2017 retomó el caso tras el hallazgo por parte de un joven de una mandíbula en el pantano del Ebro en la localidad cántabra de La Población, en Campoo de Yuso. Pero la prueba de ADN realizada a este resto óseo humano no sirvió para esclarecer su procedencia y el instituto armado confirmó que los restos genéticos extraídos no correspondían con los de los familiares de Manuela Torres y Virginia Guerrero.
Esa mujer llamó al teléfono de aludidos tras ver un reportaje de un programa televisivo en febrero sobre el caso de las dos niñas de Aguilar desaparecidas y pensar que el episodio que ella y su amiga vivieron en 1991 y que no llegaron a denunciar por temor a sufrir una reprimenda de sus padres pudiera guardar relación con los hechos de Aguilar. Después, expuso ante la Guardia Civil ese episodio vivido y el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 2 de Cervera dictó un auto el pasado 21 de junio en el que decretaba la reapertura de las actuaciones judiciales. «El 29 de julio, la jueza, tras cotejar las diligencias ampliatorias con lo que la mujer declaró, ha instado a la Guardia Civil a que continúe con las actuaciones», comentaba ayer a este periódico el portavoz de las familias Ramón Chippirrás, que es criminólogo del despacho B&CH y compañero de la abogada Carmen Balfagón, quien se encarga de la parte jurídica del caso de las dos niñas de Aguilar desaparecidas.
«Sobre este asunto se hará un comunicado oficial cuando corresponda y si se cree oportuno hacerlo», se limitaron a señalar por su parte desde la Comandancia de la Guardia Civil.
«Parece que puede haber algo, pero todo esto tiene que llevar un proceso, aunque a las familias todo les parezca que va despacio. Hay que ser cautos y prudentes», hace hincapié Emilio Guerrero Espejo, resignado ya desde hace años a que le hurguen en una herida que no cicatriza. «Poniéndonos en lo peor, si hubiera desenlace y este fuera trágico, al menos sabríamos ya a qué atenernos. El ser humano necesita saber, si no se martiriza, aunque al final aprendes a convivir con ello y no martirizarte de forma innecesaria», concluye el hermano de Virginia.
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