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Amante de su tierra natal, apasionado de la historia y viajero incansable, Benjamín Redondo, residente en Azuqueca de Henares (Guadalajara), ejerció como funcionario durante treinta ... y siete años en el área de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Alcalá de Henares, a cuya universidad asistió para formarse en distintos cursos sobre historia. Redondo compartió su trabajo municipal con la gestión cultural y, una vez jubilado, hace ocho años, emprendió la investigación para armar el libro 'Castilla y León, granero de España; la gran riqueza de su patrimonio industrial cerealista', su octava publicación, que hoy se presenta a las 18 horas en el Museo del Cerrato de Baltanás.
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–Un libro voluminoso, casi mil páginas cosidas al hilo y un peso de 3,7 kilos, e ilustrado con 2.200 fotos. Ha mimado su edición...
–Es un libro muy trabajado porque tengo experiencia en publicaciones, cultura e imagen. Es una publicación preciosa con fotos espectaculares, aunque quizás sea un poco técnico por los datos que presento, y trata de la herencia espectacular e impresionante que nos ha dejado la agricultura. Hay personas que me han dicho que es un libro de historia; otras que es una guía de viajes o una publicación de curiosidades porque está muy bien documentado. Yo creo que es un libro fundamentalmente de naturaleza y del patrimonio industrial que se creó en torno a ella y que enganchará al lector por cualquier página que abra.
–No es historiador académico, aunque es un apasionado de la historia.
–No soy titulado en Historia, pero he realizado distintos cursos relacionados con la historia y los archivos en la Universidad de Alcalá. No me considero un escritor ni un historiador, sino más bien un investigador. Éste es mi octavo libro y todos ellos están relacionados con la historia. En este trabajo, con el que he disfrutado muchísimo, he leído en la Biblioteca Nacional todos los periódicos de la región desde 1940 a 1980, además de documentarme de forma exhaustiva en archivos históricos y en otras instituciones, incluida la Filmoteca Nacional, donde vi varios 'nodos' sobre el tema.
–¿Por qué ha centrado este trabajo en el cereal de Castilla y León y su riqueza patrimonial?
–En Castilla y León hay mucha cultura y muchas cosas de las que hablar y escribí el libro porque nuestra región es el primer productor de cereales de España y este hito regional había que contarlo, revisando el pasado y el presente, e, incluyendo, además, toda la arquitectura que se construyó en torno a los cereales. En Castilla y León hay que ensalzar y mimar al cereal, porque es uno de nuestros motores de desarrollo. Este libro también tiene para mí una connotación romántica porque yo nací en una fábrica de resinas, donde mi padre era el encargado y que estaba ubicada junto a una fábrica de harinas, a la que yo entraba con frecuencia y me chiflaba porque, con sus entramados de madera, me parecía un palacio.
–¿Qué aporta su publicación con respecto a otras que han abordado esta temática?
–Yo me he atrevido a abordar el conjunto de todas las provincias y de cada una de las nueve destaco su patrimonio industrial cerealista: molinos, pósitos, las fábricas de harina… En cambio, otras publicaciones versan sobre una provincia concreta. Es un trabajo compacto sobre la región más extensa de nuestro país y la tercera de Europa, que nos ha dejado un legado espectacular.
–¿Las instituciones públicas de la región deberían mostrar una mayor preocupación por la conservación del patrimonio industrial agrícola?
–Excepto en León, en el resto de las provincias de la comunidad el interés por ese legado deja mucho que desear. Precisamente, el último capítulo del libro está dedicado a la conservación y rehabilitación de inmuebles de este tipo y cito ejemplos de España, Europa y el resto del mundo donde a los molinos y silos se les han dado nuevos usos.
–De la provincia de Palencia, ¿qué construcciones le han dejado boquiabierto?
–Muchos inmuebles y muchos pueblos. Cuando vi por primera vez el 'macro silo' de la capital, me impactó. También me han dejado boquiabierto muchas fábricas de harinas que surgieron a la vera del Canal de Castilla, como La Treinta o la de Abarca de Campos; los molinos restaurados a los que se ha dado una nueva vida; y dos municipios de Palencia que me entusiasmaron, entre otros, fueron Brañosera, pueblo de canteras de piedra en el que se fabricaban muelas de molino, y también, Baltanás, con un silo y el Museo del Cerrato que me encantaron.
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