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Persianas bajadas y luces apagadas. Así de desangelada estaba la Plaza de Abastos este lunes. Sí que había algún que otro cliente en los pasillos vacíos y oscuros intentando comprar pan, pero era misión imposible, porque con el apagón fue lo primero que se acabó. También buscaban algo de embutido o latillas, alimentos fáciles y que no necesitasen cocinarse. La mayoría de los establecimientos estaban cerrados, ante la imposibilidad, entre otras cosas, de pesar los productos y también de cobrarlos si no era en efectivo.
Y para cerrar cada uno de los puestos del mercado palentino era necesario subirse a la parte de arriba y bajar las verjas de forma manual, porque el cierre era eléctrico, así que con la ayuda de una escalera alta y mucha paciencia los distintos establecimientos lograban cerrar. «Al principio pensábamos que era un problema propio y hasta fui a mirar el cuadro de luces. Luego nos fueron llegando poco a poco las noticias de que era general y afectaba a nivel nacional e internacional», relataba Israel Tapia, presidente de la Plaza de Abastos de Palencia.
Al fondo de las instalaciones se veían las puertas de entrada bloqueadas y medio abiertas, con luz en la calle y el interior en completa tiniebla. «Tendremos que cerrar la verja de fuera y ya», afirmaba. Su puesto, Embutidos Luciano, continuaba sirviendo cosas puntuales y ya envasadas y era de los pocos que permanecía abierto sobre las dos de la tarde. «Las cámaras aguantan con el frío acumulado, esperemos que no tarde mucho en volver la luz», añadía, pensando en todo el género de los comerciantes de la Plaza de Abastos.
Si la Plaza de Abastos estaba sin un alma, las colas se multiplicaban en las panaderías o en las tiendas de alimentación de proximidad, rememorando los peores momentos de la pandemia y dando la vuelta a la esquina en más de una calle. Desde El Huerto de Baudilio, situado en San Miguel, señalaban que varios metros de personas habían aguardado fuera de la tienda para comprar distintos alimentos, pero sobre todo botellas de agua, el ansiado pan, incluido el pan de molde, embutido, latillas, fruta, ensaladas y dulces, muchos dulces. Eso sí, la verdura, que era necesario cocinarla, ocupaba todos los estantes porque nadie había querido comprarla.
Algunos clientes afirmaban que querían cualquier cosa dulce para pasar el mal trago o para tener en casa por si les apetecía más tarde. También las bolsas de patatas fritas volaron y todos los snacks y las cosas de picoteo. Todo el mundo compraba porque nadie sabía lo que iba a durar el apagón. Y hasta hubo una mujer que pidió y compró «el vino más bueno que tenga» por si era la última noche.
Muchos supermercados, ante la imposibilidad de poder operar sin electricidad, decidieron cerrar. Muchas personas se asomaban a las cristaleras de los establecimientos y miraban a través en busca de algo de movimiento en su interior. En cambio, otros como Mercadona, pudieron mantener su servicio, donde tuvieron que sacar todas las botellas de agua (las pequeñas se agotaron). Nada más volver la luz, muchas personas acudieron a los supermercados, antes incluso de que abrieran, para reponer sus despensas y todo lo necesario por si se repetía el apagón o una situación similar.
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