Vivir sin redes
«La implantación planetaria de unas formas de comunicación, que –supuestamente– iban a traernos una era de mayor participación individual o colectiva y hacernos más libres, nunca ha brillado por su transparencia democrática»
Y, finalmente, el 'gran apagón' –o un ensayo de lo que podría ser– se produjo: WhatsApp, Instagram y Facebook sufrieron a principios de esta semana ... una 'caída masiva' de sus servicios a nivel global. La compañía dueña de las tres conocidas marcas presentó sus disculpas en el mismo día, pero no dio explicación alguna. Lo que resulta muy significativo en cuanto refleja una manera característica de actuar por parte de tales corporaciones. No suelen justificar sus fallos. Ni considerar que tengan que rendir cuentas ante nadie. Constituyen –como bien se les ha llamado– «gigantes tecnológicos» que, desde sus inicios, han recorrido espacios escasa o nulamente reglados porque eran territorios ignotos que dichas compañías exploraban. Siempre al filo de las leyes internacionales o más allá de ellas, subvirtiendo usos comerciales o laborales e incurriendo en no pocas irregularidades financieras.
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Cosa curiosa y paradójica, sin duda. Pues la implantación planetaria de unas formas de comunicación, que –supuestamente– iban a traernos una era de mayor participación individual o colectiva y hacernos más libres, nunca ha brillado por su transparencia democrática. La pretendida democratización de estas innovaciones tecnológicas consistió en generalizar su utilización pública para hacer inmensamente ricos a los propietarios de unas pocas empresas privadas; e imponer –o procurarlo al menos– que todo el mundo tuviera que manejar esas nuevas herramientas y quienes no lo hicieran quedasen marginados de la contemporaneidad.
La masificación no es democracia; ni libertad, sino dictadura. Como lo es la obligatoriedad de realizar una serie de trámites burocráticos por vía electrónica o de solicitar citas previas por este medio. Hay aún muchos ciudadanos que no poseen los dispositivos para llevar a cabo esas tareas ni han gozado de ocasiones para obtener una preparación al respecto. O no los usan porque no quieren. Sin hablar de los efectos preocupantes sobre el empleo o las relaciones entre jóvenes y niños… De ahí que una exempleada de Facebook haya denunciado a la compañía por no ocuparse de invertir en la seguridad de sus usuarios y, muy al contrario, fomentar el odio o el conflicto. Pero sucede algo peor: si la globalización sigue avanzando, el fenómeno no dejará resquicios para negarse a que las cosas sean de este modo. Ya va siendo complicado en ciertos ámbitos sustraerse a rubricar los actos administrativos de alguna trascendencia con la firma electrónica. Al punto de que la manuscrita pareciera haber perdido su validez en según qué circunstancias.
Se dirá –también– que nos hemos podido comunicar en la pandemia o que el mundo siguió funcionando entonces gracias a Internet y al teletrabajo. Aunque tampoco deberíamos olvidar que –a veces– da la impresión de que, en demasiados ámbitos, estas prácticas llegaron para quedarse. Así, se ralentizó la administración. Se redujo aún más la atención médica presencial en los núcleos rurales. El trabajo en casa hizo que, para algunos, su labor se duplicara; mientras, para otros, se convertía en la disculpa perfecta para trabajar todavía menos. Hasta el grado de que empresas privadas y entidades bancarias casi forzaron a sus clientes a utilizar esos medios digitales, lo cual terminaría conduciendo -después- a que no pocos de sus empleados fueran despedidos.
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Sin embargo, es una anécdota de hace unos días la que mejor muestra las contradicciones y trasfondo autoritario del sistema que acaba de fallar tan estrepitosamente. Un sistema que sortea, por un lado, ciertas reglas y –al tiempo– se afana en decidir qué es o no lo correcto en sus dominios. La famosa canción del Dúo Dinámico que habla de «esos ojitos negros» se ha visto censurada por el asistente automático de Amazon que elimina la palabra «negros», sustituyéndola por asteriscos. El propio Ramón Arcusa se ha quejado de tamaña intromisión de los algoritmos en las letras del conjunto. Y es que nada detiene a la tiranía informática. Ni al sinsentido de un modelo que no está al servicio del bienestar general, sino del control de nuestras vidas por élites con una ambición desmedida de dinero y poder.
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